La discusión económica en Argentina parece estancada en un dilema tan simple como improductivo: más Estado o más mercado.
Esta polaridad que los diferentes posicionamientos políticos convirtieron en bandera (“estado omnipresente” o “libertad de mercado al extremo”), refleja la asimetría que caracteriza a la Argentina y la centralidad política del conurbano bonaerense y la Capital Federal en la toma de decisiones.
A grandes rasgos, quienes promueven una mayor intervención estatal se concentran en el mercado interno que tiene como mayor beneficiario al Área Metropolitana de Buenos Aires (Amba), en donde la Capital Federal tiene ingresos un 40% superior al resto del país.
Por otra parte, quienes impulsan la liberalización total del mercado, tienen como vector la especulación financiera, cuyo epicentro se ubica en la city porteña.
En ambos casos, estos modelos se basan en la utilización de las divisas que provienen de la exportación agroalimentaria y han demostrado, en la práctica, su total incapacidad para colocar a la Argentina en una senda de desarrollo de mediano o largo plazo.
Sin embargo, existe una senda alternativa –sistemáticamente olvidada– y que constituye la diagonal que puede hilvanar la organización económica de la Nación.
No es el mercado ni el Estado lo que Argentina tiene que reconstruir y fortalecer, sino la sociedad y sus organizaciones, que es la que permite que tanto el Estado como el mercado funcionen de manera adecuada.
En este caso, no hay exclusión sino superación: la sociedad organizada no desplaza al Estado, ni al mercado, sino que los hace funcionar mejor, otorgando legitimidad, capacidad, transparencia y control al primero, y orientación de largo plazo, competitividad estratégica, integración productiva y capacidad para retener excedentes al segundo.
¿Cómo podemos promover una reorientación económica centrada en la sociedad civil? Potenciando al tercio en disputa: la Región Centro.
La diagonal federal
La región central suele ser considerada por los intelectuales y políticos del Amba solamente como una región rica en recursos, una amplia pradera de pastos blandos y fertilidad del suelo. Sin embargo, olvidan que la clave de su desarrollo radica en los millones de personas que lo habitan y trabajan.
En un enjambre de localidades grandes, medianas y pequeñas se desenvuelven cientos de miles de productores agropecuarios y empresas industriales, donde se combina la capacidad técnica para trabajar la tierra con el desarrollo de sistemas industriales que abarca desde los alimentos hasta la metalmecánica, la maquinaria y la petroquímica, entre otros.
Las bondades de los suelos pampeanos están ahí, pero la capacidad para extraer y retener los beneficios económicos y para vincularlos con el basto sistema de innovación, ciencia y tecnología es obra de una sociedad organizada que los posee y trabaja.
La Región Centro es también el ejemplo más elocuente de la producción organizada, con instituciones de la sociedad civil que persisten y resisten como instancias mediadoras de la organización productiva.
Un ejemplo ilustrativo son la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) y Agricultores Federados Argentinos (AFA), que acopian en conjunto cerca de 30 millones de toneladas de granos por año. Un desempeño que supera ampliamente a los acopiadores privados, que en promedio no llegan a acopiar más de cinco millones de toneladas por empresa.
Esta cultura colaborativa y asociativa se extiende en toda la trama urbana y social de la región, abarcando sectores productivos, gremiales, culturales, educativos, deportivos y sociales, que sostienen cotidianamente la vida económica.
Un proyecto político naciente
En este contexto, las iniciativas políticas en torno a la región central adquieren cada vez mayor relevancia.
En la última reunión de la Región Centro, el bloque territorial que conforman las provincias de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, se pudo observar una defensa explícita de su modelo de desarrollo y su proyección a escala nacional.
Se produjeron avances en una convergencia política donde, a modo de coreografía ensayada, cada gobernador describió los pilares sobre los que se sostiene la economía regional y reafirmó la voluntad de disputar poder impulsando el modelo de desarrollo y la identidad que lo configuró históricamente.
Uno de los acuerdos que dejó la reunión fue la creación de la Agencia Regional de Evaluación Educativa (Aree) para mejorar el diseño y evaluación de políticas educativas.
No se trata solo de un fortalecimiento institucional, sino de una voluntad política por avanzar en la integración real, con una mirada de largo plazo. Son este tipo de iniciativas las que fortalecen la sociedad civil como pieza clave para reconstruir la Argentina moderna.
Otro punto destacado fue la voluntad de poner a la infraestructura como motor del desarrollo. Parados en la vereda de enfrente al gobierno nacional, que unas semanas antes había calificado a la obra pública como “uno de los curros más grandes de la política” y por eso la había “exterminado”, los tres gobernadores reivindicaron la inversión en obra pública en términos de desarrollo, trabajo, crecimiento e igualdad. Sonó fuerte y claro en los tres mandatarios el mensaje de que gobernar es hacer obra pública.
Y el tercero, pedir una vez más, la eliminación definitiva de las retenciones. Los derechos de exportación al agro, que constituyen el principal sostén de un esquema tributario atípico, penalizan a quienes producen en lugar de gravar el consumo de lujo, los bienes personales o las grandes fortunas, como ocurre en los sistemas tributarios más desarrollados.
A su vez, las retenciones profundizan las desigualdades regionales, con consecuencias directas sobre las competencias provinciales, en especial en contextos como el actual, donde las transferencias nacionales por coparticipación fueron drásticamente reducidas.
Eliminar las retenciones no significa no tener una política para cuidar el precio de los alimentos y de los insumos claves de las cadenas agroalimentarias de todo el país, pero evidentemente este impuesto no es el mecanismo adecuado.
Tenemos que construir instituciones federales que marquen los consensos en la política comercial de largo plazo que incluyan, además, la política cambiaria y monetaria nacional. En un nuevo ciclo de atraso cambiario y especulación financiera podemos comprobar nuevamente los ruinosos efectos que tienen sobre la producción tanto agrícola como industrial favoreciendo la salida de divisas y el consumo de lujo que tarde o temprano pagaremos con el trabajo de nuestra región.
Un potencial para reordenar el desarrollo
Los modelos de desarrollo no son solo esquemas económicos: definen identidades, configuran sociedades y moldean las tramas de vida. Cada modelo implica una forma de habitar, producir y vincularse, marcando el rumbo de una comunidad y su futuro. La Región Centro tiene el potencial de trazar una diagonal superadora y convertirse en un espacio político y económico capaz de equilibrar la estructura de poder nacional.
Es un desafío de altísima responsabilidad y, al mismo tiempo, una oportunidad única. Tal vez haya llegado el momento de asumir plenamente la tarea, ponerle nombre y apellido, dotarlo de identidad y organización y explicitar su contenido y programa. Es evidente que un movimiento federalista está germinando en nuestro país, pero su efectividad dependerá, en primer lugar, de la capacidad para reconocerse por parte de los propios protagonistas.
Sólo así podremos poner sobre la mesa de la discusión nacional un horizonte político superador que, hasta ahora, sigue siendo el elefante en la habitación que todos miran, pero nadie ve.
(*) Los autores son diputados provinciales socialistas de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos respectivamente.