Si hay algo que para Noel no fue nunca un problema es el espacio expositivo. Alcanza con verlo trepado a un árbol a varios metros de altura con la única misión de “colgar una obrita” en una rama. Con ese procedimiento, el artista sembró en altura y de manera aleatoria diferentes trabajos suyos en la peatonal, en la Chacabuco, en la Ciudad Universitaria. Salía a pasear la obra en la bicicleta, encontraba un lugar que le parecía apropiado, trepaba y hacía lo suyo. Y si le afanan la obra no importa; al fin y al cabo, con el laburo que le dio subirse a colgarla, quien se tomó el trabajo de ir a buscarla, según su parecer, se la tiene bien ganada. De paso, hacía ejercicio pedaleando.
La relación de Noel De Cándido con la bicicleta es significativa. Antes de que su nombre ganara otros espacios de legitimación, recorría los museos de la ciudad de Córdoba para ver qué se estaba exponiendo, y aprovechaba el viaje y cargaba con la obra que iba a dejar en los árboles en algún lado, y entonces ese espacio expositivo se volvía móvil: era su propia bicicleta. Así, mientras Noel se volvía público dentro del museo, en la puerta su bicicleta era el soporte de la obra, que se exhibía de manera gratuita para quien quisiera pispearla antes de que la pusiera a orbitar entre las ramas. En esa época, Noel laburaba con artefactos mecánicos en desuso, les metía mano a mecanismos para deconstruirlos y volverlos otra cosa. Hoy ha pasado un tiempo desde esa experiencia pero su espíritu no ha cambiado tanto. Tampoco sus métodos. Sigue interesado en las cosas que perdieron el alma, en la vida después de la vida útil.
Pasaron algunos años y la suerte (si es que tal cosa existe) hizo que los dados de Noel cayeran con las caras a favor. Ya no se pasea por los museos mirando de reojo, y en ese circuito del arte en el que hay reglas a veces caprichosas, se ganó un lugar sin proponérselo.
De tanto rodar
Ahora es 2015 y en la puerta del Museo Palacio Dionisi, frente a plaza España, hay un árbol en el que Noel de Cándido dejó atada la bicicleta. El rodado es inconfundible para el personal del museo y llama la atención a los peatones: no se sabe si son tres bicicletas fusionadas, o si se trata de dos bicicletas engarzadas o si es la materialización de una metamorfosis caprichosa resultante de la pesadilla de un ciclista.
Es el vehículo que Noel usa no sólo para llevar su propia humanidad a través de la ciudad, sino para transportar su obra. Más adelante en la charla, dirá: “Mientras más precaria es la forma en que me manejo, menos condicionado me siento; la plata no me condiciona, el museo me pone un camión a veces para traer la obra porque con la bici demoro mucho, por ahí compro alguna herramienta, pero no es mucho lo que necesito”.
En la actitud de Noel no hay una postura buscada. Palos en la rueda, la obra que por estos días exhibe en el Palacio Dionisi y que integra el festival Chatarra, es una enorme instalación que domina todo el hall del ingreso y que amenaza con trepar hasta los techos. Aunque está hecha mayormente de ramas de palmeras secas traídas desde el parque, si uno observa con detenimiento también descubre que hay entreveradas otras piezas, como cubiertas de automóviles, por ejemplo. Todo está ensamblado con cinta de embalar ladrillos. La cinta fue oportunamente reciclada por el artista. La obtuvo desde los márgenes del río, donde alguien la desechó. Noel la lavó y la rescató para reutilizarla.
El relato que hace de cada proceso va montado en una voz pausada y cadenciosa, que con calidez le va poniendo color a cada una de esas pequeñas acciones como si fueran epopeyas menores dentro de una cotidianeidad brutal. Para él no se trata de un acto heroico, sino de la celebración de una coincidencia cuyo resultado merece destacarse. De la misma manera, y con el mismo asombro que raya el entusiasmo genuino de quien ve que las piezas de un rompecabezas imposible va tomando forma, cuenta sobre otros trabajos que van saliendo a medida que su nombre va abriéndose camino entre las redes sociales y los circuitos del arte: “Hice domos para los DJ que hacen fiestas electrónicas y hay un pibe que quiere uno para una casa en Brasil. Esto de los módulos (se refiere a las estructuras como las que exhibe en el Dionisi) los empecé este año, el anterior hacía más piezas mecánicas. Ahora hay un arquitecto que quiere una para un desfile de moda, y hay un pedido para armar algo en un barco”, cuenta Noel.
Del palo
Viene de una familia de carpinteros y empezó a estudiar diseño industrial en el año 2000. Entre idas y venidas, se las rebuscó en su barrio, Argüello, como parrillero y repartidor de pizza, hasta que se metió en las artes visuales.
A finales de la década de 2010, Noel consiguió trabajo en una heladería en Alemania. El mundo del cucurucho le duraría bastante poco, lo que tardaría en encontrar una bicicleta abandonada en la calle, con la que se dedicó a pedalear unas 12 horas diarias hasta que conoció a alguien en Ámsterdam. Esa persona le presentó a alguien que le presentó a un señor que cambiaría su vida: Wim Hof, también llamado "El hombre de hielo".
Hof se hizo mundialmente conocido por una filosofía de vida aplicada a muchos ámbitos, incluidos el de la salud y el de los deportes. Noel tuvo oportunidad de compartir con él muchas experiencias, y gracias a eso le quedaron algunas enseñanzas espirituales como de dominio del cuerpo.
–¿Qué ejercicios suyos podés hacer?
Por toda respuesta, Noel se tira al piso sobre sus dos manos bien juntas en medio del museo, y se yergue sobre ellas, paralelo al piso, en una postura que hasta un monje shaolin envidiaría. Sin siquiera agitarse, explica las bondades de ese ejercicio. Luego, se pone de cabeza y apunta con los pies hacia el techo. Su cuerpo parece una flecha. Da otra explicación sobre la circulación de la sangre y la respiración y las cervicales. Si bien no hace lo que su mentor (a Hof le dicen “El hombre de hielo” porque puede estar bajo el agua de deshielo por mucho tiempo sin gangrenarse), consiguió dominar algunos ejercicios con bastante precisión, que le permiten mantenerse enfocado y disciplinar el cuerpo. Con eso consigue, por ejemplo, trabajar cómodo en lugares fuera de su casa, donde tiene que estar rodeado de gente, circunstancia que sortea ayudándose con simples prácticas respiratorias.
Al regreso de su viaje por Europa, Noel hizo una muestra en El Gran Vidrio, luego le siguió otra en el Centro Cultural Recoleta. Lo convocaron del Fondo Nacional de las Artes y acabó exponiendo también en el Museo Caraffa. De esa experiencia en cámara rápida no resultó un mareo, sino un aprendizaje intensivo de cómo es el panorama. Eso queda muy bien plasmado en una reflexión: "Hay una forma de andar en el circuito del arte que no es frecuente
–dice en un momento–; no me interesa que la obra esté almacenada, quieta, que esté en un mismo lugar. A veces el museo tiene una obra que está dirigida a cierto público, pero hay muchas personas que no tienen conocimiento, que ven una obra que tiene cosas mecánicas, con luces y cosas, sobre todo los chicos, se quedan viendo y jugando, y eso está bueno como alternativa dentro de un museo".
A Noel no le hacen mella las críticas. Dice que al contrario, lo reconfortan, que son totalmente positivas, que generan movimiento y diálogo. Dice que las críticas ayudan a que se hable de las cosas, y que si no se dijera nada, sería un mal síntoma, como si un bebé no llorara. De esa manera deja en claro que no le molesta lo que digan de él los colegas, los críticos o cualquiera que tenga ganas de opinar porque el aire es gratis.
–¿De dónde sacaste ese reloj? Es rarísimo.
–Me lo encontré. Creo que es de Twitty. La ropa que tengo es toda de la basura. Como muchas cosas que son de la basura, soy muy reciclador. Mucha gente me para y me dice que me quiere llevar al súper, pero a veces tengo plata y yo lo hago para reciclar. Ayer, por ejemplo, me llevé un cajonazo así de tomates que mi vieja lo está preparando para hacer salsa. Soy como un abastecedor de verduras, las verdulerías tiran mucho por una cuestión de imagen.
Perfil. Noel De Cándido es cordobés y tiene 35 años. Expuso en diferentes espacios públicos y en espacio de arte como el Museo Caraffa, la galería El Gran Vidrio y El Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires. Además de ejercer muchos oficios, es un cultor del reciclaje. Actualmente, junto a Noé Colombo construyeron la instalación Palos en la rueda en el Museo Palacio Dionisi (Hipolito Yrigoyen 622), como parte del Festival Chatarra. En el mismo museo exhibe también la obra Pulse. Entre sus más fuertes influencias reconoce al alemán Wim Hof.
