Los Campana/Brandalise son una familia de Jesús María que todavía no da crédito a la odisea que le tocó vivir cuando el padre, Hernán, de 47 años, comenzó a complicarse con un cuadro de Covid-19 que había comenzado sólo con fiebre. Hace poco más de un mes que Hernán está de alta después de haber estado 53 días en terapia intensiva en el Hospital Privado de la ciudad de Córdoba.
Junto a Karina, la mamá, Lourdes (22) y Nicolás (15) –los hijos– se miran y no dejan de repetirse lo del “milagro”. Y cuando se les pregunta por el Covid, y qué le dirían a la gente que minimiza sus efectos y secuelas, surge en forma unánime una sola palabra: respeto.
En apretada síntesis, Karina cuenta que Hernán era el que más se cuidaba de todos y el que había suspendido gran parte de su vida social y familiar por temor a contagiarse y, a su vez, contagiar. Pero incluso habiendo tenido todos los cuidados no pudo sortear la enfermedad y terminó con un diagnóstico positivo el 14 de junio.
De a uno, el resto de los integrantes del grupo familiar terminó con idéntico diagnóstico. Y aunque en los primeros seis días los síntomas se limitaron a un estado febril, el cuadro respiratorio lo complicó y terminó internado en una clínica privada de Colonia Caroya en la que no experimentó ninguna mejoría durante los 12 días en que estuvo allí.
Vale recordar que el sistema sanitario local para esa fecha vivió una situación de colapso y fue muy difícil encontrar cama disponible.
Lo trasladaron de urgencia al Hospital Privado de la ciudad de Córdoba, donde Hernán permaneció 53 días únicamente en terapia intensiva y con un pronóstico malísimo la mayor parte del tiempo.
“Prepárense para lo peor, nos decían todo el tiempo. ¿Cree en algo, señora? Pues éste es el momento para aferrarse a eso, llegaron a decirme en varias oportunidades”, resume Karina sobre las noticias que le hacía llegar el equipo médico del hospital.
Tratamiento, más fe, más amor
Los pulmones de Hernán no mostraban ninguna recuperación y ni siquiera “intubado” lograba reanimar su capacidad respiratoria. Fue en ese momento en que les dieron como última opción intentar con la terapia conocida como soporte extracorpóreo de órganos, para intentar mejorar los índices de oxígeno en sangre.
Y todo lo que podía complicarse con esa terapia se complicó –taponamiento de una membrana filtradora, contaminación de algunos elementos–, pero se ve que Hernán estaba decidido a resistir, más allá de que no tiene registro consciente de todo lo que le tocó vivir porque estuvo la mayor parte del tiempo en una sedación profunda.
Todavía hoy la familia le va narrando los episodios de una película que parecía destinada a tener un mal término, hasta que un giro impensado le brindó el final feliz inesperado.
Karina ingresaba a diario a la terapia y aunque le pedían que no le hablara, no podía contenerse y le decía que estaba toda su familia pendiente de él y lo animaba a resistir. Un ejército de estampitas de santos y de la Virgen de San Nicolás y de la Virgen de Lourdes adornaron la terapia durante gran parte del tiempo de convalecencia.
Todavía se le conmueve la voz a la mujer que comparte la vida con Hernán desde hace 25 años cuando le toca narrar todo el arduo camino que transitaron durante más de dos meses. El hombre había ingresado a la terapia con 78 kilos y se fue con 61, no tenía enfermedades de base, y nadie le encontró explicación al por qué de un cuadro tan grave.
“Fue increíble lo que nos pasó. Tanta gente conocida y que no conocíamos nos ayudó. Llevamos 55 donantes de sangre y en la clínica todos nos daban ánimo, desde los médicos, a los enfermeros, el personal de limpieza, y hasta los guardias. Vamos a estar agradecidos por siempre con todos ellos”, señala Karina, ahora un poco más tranquila mientras cuida en casa a Hernán y se prepara para un gran festejo familiar por este milagro.
Palabra de sobreviviente
A Hernán se le nota en el habla un poco de dificultad respiratoria, pero ni se queja ni se lamenta: mira solamente para adelante. Como él mismo dijo al recuperar el habla: “Mañana va a ser mejor que hoy”. Y lanza unas pequeñas carcajadas a medida que va contando sus vivencias.
“Fue duro enterarme de personas amigas que fallecieron mientras estuve internado. Porque perdí la noción de los días y del año en que estábamos. Todavía hoy me siguen contando cosas que pasaron”, reflexiona con un dejo de tristeza, mientras cumple a rajatabla con su programa de rehabilitación a domicilio.
Jamás pensó que todo lo que le anticipaban los médicos que iban a intentar para sacarlo de la crisis respiratoria iba a durar 53 días. “Haga lo que tenga que hacer, le dije a la doctora que me explicaba todo, yo quiero estar con mi familia. Cuando me recuperé un poco, con esa misma doctora tuvimos una charla muy linda. Ver a los médicos tan involucrados, la verdad es que a uno le llena el corazón”, rememora emocionado.
Hernán no aconseja nada a los que minimizan la enfermedad, pero puede hablar desde la propia experiencia traumática: “Yo tenía todos los cuidados, más allá de que jamás pensé que (el Covid-19) pudiera hacer tanto daño. Ni visitaba a mis padres por temor a contagiarlos. Hay que tenerle respeto, con esto no se juega”.
Al jesusmariense le quedó grabada también la caravana que amigos y familiares le hicieron el día en que recibió el alta, y lo esperaron a la salida del hospital con pasacalles y pancartas con palabras llenas de afecto. El mismo cariño que él supo cosechar con su don de gente y su amor por la familia.
“Las ganas de seguir mejorando no me las saca nadie”, repite hoy, eternamente agradecido.
