El dolor no prescribe. Con esa premisa, Daniel Vera se animó a hacer una denuncia penal contra el excura Walter Eduardo Avanzini, por presuntos abusos sexuales ocurridos en 1986 en la localidad de Arias cuando tenía 17 años.
A los 52, y luego de un fortalecimiento personal, Vera se siente preparado para su reconstrucción humana y emocional. “Fue un camino muy difícil de transitar. Aquella denuncia mediática publicada por La Voz en 2019 fue el comienzo de este proceso. Sabía que no era fácil. Pero no sabía que era tan difícil”, dice el hombre.
La historia de Daniel Vera fue publicada por este diario en junio de 2019. Luego vino una denuncia eclesiástica en la diócesis de Río Cuarto. Más de un año después, en julio de 2020, se le notificó por intermedio del Obispado de Río Cuarto que la Congregación para la Doctrina de la Fe, con sede en Roma, había archivado la causa porque “los hechos referidos en la denuncia no reunían los extremos previstos por la ley canónica vigentes en el año 1986”. Además, porque Avanzini “ya no poseía estado clerical”.
Desde esa diócesis instaron a que Vera haga la presentación en la justicia ordinaria. “Visto que la ley canónica no sustituye las leyes penales del Estado argentino, le ruego haga llegar, en homenaje a la verdad y la justicia, la denuncia ante las autoridades penales del Estado”. La carta fue firmada por el obispo Adolfo Uriona.
Ahora, Vera, junto a su abogado Lisandro Gómez, se presentaron en la Unidad Judicial que funciona en el Polo de la Mujer, en la ciudad de Córdoba, con la denuncia contra Avanzini.
“Hice la presentación en ese sitio porque es la especializada en delitos contra la integridad sexual”, explica el denunciante a La Voz, y agrega: “Además tiene una enorme carga simbólica. Lugares como este existen gracias a la inmensa lucha del movimiento de mujeres. Son las que nos dan fuerza para hacer estas denuncias”.
Consultado sobre qué espera que suceda con su presentación, el hombre detalla que “hay fallos que dan esperanza que se pueda vencer esa primera gran traba que es la prescripción del delito”.
“Les sobrevivientes decimos que denunciamos cuando podemos y no cuando queremos. Pero ese tiempo no lo contempla la justicia. Algo que aprendemos en este camino como sobrevivientes es que nuestra reconstrucción emocional no depende sólo de un fallo judicial. Por supuesto que ayuda una condena a quién te agredió. Pero en mi caso particular, haber sido agredido sexualmente a los 17 años y poder recién hacer la denuncia a los 52 años, judicialmente me juega en contra”, describe Vera, y añade: “A pesar que esto mismo describe el grado de traumatización y negación a la que somos sometides cuando sufrimos abusos. Todo abuso es abuso de poder. Y la fuerza de ese poder es directamente proporcional con el grado de sometimiento. Por eso los abusos dentro de la iglesia son tan traumáticos”.
Para llegar a esta denuncia, Vera estuvo acompañado de muchas personas: los integrantes de la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales Eclesiásticos de Argentina; su esposa e hijos y sus compañeros de militancia, entre otros.
La historia
Daniel Vera conoció al cura Walter Eduardo Avanzini en 1985 por intermedio de su hermano, el ahora también exsacerdote Raúl Vera. Avanzini, luego de su etapa de formación en el Seminario Mayor de Córdoba y de su ordenación en la diócesis de Río Cuarto, había sido enviado a su destino pastoral en Arias.
Daniel, quien viene de una familia muy católica, vivía con su madre y su padre a 53 kilómetros, en la localidad de Canals. Los domingos viajaba a Río Cuarto para visitar a su hermano en el Seminario Mayor. Allí conoció a Avanzini, quien además de sacerdote era médico y oriundo de una localidad cercana, Sampacho.
“Cuando lo conocí, me pareció un dios. Era un tipo supercarismático. Yo quería ser como él”, recuerda Vera.
En 1985, Daniel cursaba cuarto año en el Instituto Belisario Roldán de Canals y soñaba con ser cura y misionero en África. Para sus padres, que se habían conocido dando catequesis, tener dos hijos religiosos no podía ser un regalo mejor.
Avanzini se convirtió en su referente. Al vivir en localidades vecinas, Daniel empezó a visitarlo en la parroquia. “A veces, la Iglesia organizaba encuentros pastorales de jóvenes”, dice, y prosigue: “Como él sabía que yo quería seguir sus pasos, me invitaba y yo viajaba. Me quedaba a dormir con él, en otra habitación”.
Daniel asegura que a veces, cuando se duchaba en la casa parroquial, Avanzini irrumpía en el baño para llevarle una toalla y lo veía desnudo. Y que en ese contexto el sacerdote le hizo una observación íntima sobre su órgano sexual, aunque siempre dando la impresión de que se trataba de una preocupación médica.
“Me preguntó si tenía problemas, porque me vio el prepucio largo”, dice Vera. Y añade: “Como él era médico, no me hizo ruido en ese momento. Pensé que era una observación profesional”.
En 1986, Daniel transitaba su último año en el secundario y su vocación por lo social crecía. Ya había decidido ser religioso y misionero. Su vínculo con Avanzini continuaba, y su familia también se había encariñado con el sacerdote.
En diciembre de ese año, Avanzini lo invitó a un nuevo encuentro pastoral con estudiantes de Río Cuarto y de Buenos Aires.
Firme en su decisión de ser cura, viajó a Arias ilusionado por compartir con otros adolescentes un nuevo encuentro pastoral, sin saber que ese diciembre, según sus palabras, le quedaría “marcado a fuego” para siempre.
Recuerda que una noche de mucho calor, Avanzini lo llamó a su habitación. Quería hablar sobre cómo le estaba yendo con el resto de los estudiantes que estaban en la misión. Daniel asegura que entró a la habitación del cura y lo encontró en calzoncillos. Esa noche, relata, ocurrió el abuso sexual.
Según su testimonio, el sacerdote lo hizo sentar en la cama y empezaron a conversar. Luego de unos minutos, Avanzini lo abrazó y lo besó.
“Me quedé paralizado. Me empezó a manosear los genitales y a decirme cosas subidas de tono”. Luego, contó, “me dijo que lo penetrara, pero yo no le hice nada”. Vera recuerda que Avanzini estaba muy excitado, pese a que él no lo correspondió.
Daniel repasa su historia y no sabe cómo salió eyectado de esa habitación. Al día siguiente, Avanzini le advirtió que se confesara. “Él –cuenta Vera– se hacía llamar ‘Papi’. No me preguntes por qué. Sólo recuerdo que me dijo que cuando me confesara no dijera el nombre de ‘Papi’ porque lo podían castigar”.
Otros casos
La denuncia de Daniel Vera no es la única que involucra a Avanzini. En 1983, un seminarista lo denunció por un intento de abuso. Pese a eso, fue ordenado cura a los meses por la diócesis de Río Cuarto. Y en 1998, cuando ya llevaba 13 años en el ejercicio del ministerio sacerdotal, hubo un escándalo.
Avanzini había sido trasladado a Berrotarán, a unos 150 kilómetros de la Capital, donde logró insertarse en la comunidad. Allí había impulsado la creación de un jardín, de un colegio primario y de una escuela especial.
En agosto, el programa A decir verdad, que conducía el periodista Miguel Clariá en Telefe Córdoba, emitió un informe sobre la prostitución de niños en la plaza San Martín de la ciudad de Córdoba. En medio del informe, los teléfonos de la producción empezaron a sonar una y otra vez. Decenas de vecinos de Berrotarán se dieron cuenta, al escuchar la voz, de que el hombre que salía en el informe era el párroco de su comunidad.
El obispo Ramón Artemio Staffolani (ya fallecido) dijo “sentir vergüenza por la posibilidad de que un sacerdote católico estuviera involucrado en un episodio como ese”. Cinco días después de la emisión del programa, viajó a Berrotarán a pedirle perdón a toda la ciudad.
Luego de ese escándalo, Avanzini no fue expulsado de la Iglesia Católica, sino enviado a un retiro espiritual en San Fernando, provincia de Buenos Aires. La investigación judicial que inició el fiscal Pablo Sironi no tuvo novedades y el caso se desvaneció en semanas.
Avanzini dejó de ejercer el ministerio sacerdotal, pero comenzó a trabajar en educación y siguió en contacto con niños y adolescentes. Se desempeñó como docente en distintos colegios públicos. En 2011 pasó a cumplir funciones a una inspección zonal dependiente de la Dirección General de Institutos Privados de Enseñanza de la Provincia de Córdoba (Dipe), donde trabajó hasta el 31 de octubre de 2014.
Para Vera todavía hay “víctimas que no se animan a hablar” en Córdoba.
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