De la mano de los avances médicos y la mejora en los sistemas sanitarios, la expectativa de vida a nivel mundial viene en aumento desde 1960. Según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en 2020 el número de personas de 60 años o más superó al de niños menores de 5 años, y en 2030 uno de cada seis individuos tendrá esa edad.
En tanto, se prevé que en 2050 la población mundial de personas de más de 60 años se habrá duplicado (2.100 millones) y que el número de adultos mayores de 80 años se triplique entre 2020 y 2050, llegando a 426 millones individuos.
El aumento del indicador de expectativa de vida deriva en que haya más personas mayores en la sociedad, cada una con su proceso singular de envejecimiento atravesado, entre otros, por factores culturales, genéticos, sociales, económicos y ambientales.
En este contexto, profesionales de la salud mental observan en sus consultorios cada vez mayores preocupaciones de los hijos adultos en torno a sus padres. Cuidar su salud, sostener su calidad de vida y la incertidumbre por el futuro son algunos de los desafíos que les plantea esta etapa de la vida de sus progenitores.
“Algunos lo manifiestan como una preocupación a mediano o largo plazo, pero también como una oportunidad de planificar y tener algunas variables controladas como la obra social, el médico de cabecera o el cambio de vivienda”, explica a La Voz la licenciada en Psicología, Cecilia Taburet.
“Otros lo mencionan como un proceso de aceptación en torno a las limitaciones que comienzan a presentar sus padres, dado que a lo largo de su vida han internalizado progenitores vitales, con autoridad y proveedores”, señala la psicóloga Constanza Pereyra Esquivel.
Notar sus limitaciones
Las profesionales coinciden en que las emociones más comunes de los pacientes al ver las dificultades que provoca la vejez en sus padres son el conflicto interno acompañado de enojo, la pena y un intenso malestar. Esto se agudiza si transitan alguna enfermedad, al tiempo que se vuelve arduo aceptar el paso del tiempo.
“Me cuesta verlos así cuando siempre fueron tan activos y fuertes”. “Me causa rechazo y no sé cómo ayudar o cómo manejarlo”. Esas son algunas de las frases más comunes escuchadas de boca de los hijos de las personas mayores. El sufrimiento de muchos pacientes surge por la discordancia entre la imagen que tenían internalizada de sus padres en la infancia, y la actual.
Lorena López tiene 48 años y su madre Susana, 74. Aunque vive sola, Susana se mueve por sus propios medios y no padece ninguna enfermedad cognitiva, pero presenta isquemias con regularidad, aunque sin secuelas graves.
“Ya no es la mamá que yo tenía registrada cuando era joven. Era una mujer muy activa que se levantaba antes que todos y se acostaba última. La casa siempre brillaba, todo el tiempo hacía cosas. Ahora le cuesta mucho, capaz la llamo temprano y todavía está en la cama. Sus tiempos son otros y notar esos cambios fue bastante difícil”, cuenta Lorena.
Liliana Robledo, de 67, cuenta que su mamá Belquis tiene 89 años, pero es muy activa y totalmente autónoma. Sin embargo, cuenta que últimamente tiende a quedarse más en su casa porque le cuesta caminar, por lo que también debe planificar con anticipación cualquier salida con ella.
“Después de la pandemia no salió más sola a lugares alejados. Antes iba al Centro o hacia trámites, pero ahora le da inseguridad y dice que se desorienta o no sabe bien a dónde tiene que ir. A veces me cuesta bajar el ritmo para poder adecuarme y respetar los tiempos de ella”, admite Liliana.

Carina García tiene 34 años mientras que su mamá suma 70 y su papá, 64. Ambos viven en la casa contigua y están en constante contacto, por lo que puede notar de cerca el deterioro que van experimentando pese a ser personas en actividad e independientes.
“Empezaron a tener varios achaques, sobre todo en lo físico. Mi mamá ya no limpia como antes, lo hace muy de a partes, muy despacio. A veces veo que cuando se agacha a buscar algo le cuesta levantarse. Mi papá es mecánico y ese trabajo le demanda físicamente, así que siempre vuelve muy cansado y tiene que quedarse acostado”, cuenta.
Taburet subraya que ante estas situaciones es fundamental atravesar un duelo por esos padres “fuertes y firmes” del pasado y aceptar lo que son en el presente, algo que requiere tiempo y reflexión. Será fundamental asumir que tienen tiempos a menudo más lentos y la necesidad de colaboración en trámites o situaciones de la vida cotidiana.
“La vejez de los padres también es una oportunidad de introspección para los hijos, para analizar el tipo de lazo construido con ellos, la comunicación, lo recorrido hasta el momento y para sanar el vínculo, aceptar sus errores y decisiones”, suma Pereyra Esquivel.
Ser “padres” de nuestros padres
La inversión de roles suele ser algo común en el proceso de envejecimiento de los progenitores. Para los hijos, volverse “padres de sus padres” es una situación que las profesionales aseguran conlleva incertidumbre, incomodidad y “pesadez”.
“Algunos manifiestan un sentimiento de agradecimiento hacia los padres que a veces se transforma en culpa. En esos casos es necesario revisar y elaborar esos sentimientos”, apunta Taburet al respecto.
Lorena cuenta que asiste a su madre sobre todo en lo que respecta a transacciones bancarias o manejo de artefactos tecnológicos. Es apoderada de sus cuentas, hace sus transferencias o le compra cosas por internet, entre otras ayudas.
“Maneja perfectamente el celular pero no quiere aprender. Está acostumbrada a que yo le haga todo. Tampoco registra cuando tiene que ir al médico, así que cuando se siente mal me dice y yo me encargo de sacar los turnos y acompañarla. Es un poco retribuirle y devolverle todo lo que hizo por mi”, dice.
Carina también asiste a sus padres en lo digital, sobre todo para pagar impuestos y servicios. “Ahora todo se maneja de forma virtual y a ellos se les complica, así que me ocupo de todos los trámites. Además, siempre que salgo les pregunto si les hace falta algo para poder comprarlo y ahorrarles el viaje”, afirma.
En el caso de Liliana, una persona va dos veces por semana a limpiar la casa y hacer alguna compra para su mamá. Entre otras cosas, ella se ocupa de acompañarla al médico, retirarle dinero del cajero, ayudarla a pagar las cuentas, buscarle la medicación y hacer trámites ante el Pami.
“A cada miembro de la familia nos pide cosas diferentes y cada vez más, pero ella se da cuenta que a veces nos sobredemanda. Hay momentos en que lo vivo como una carga, pero en otros no. Y si bien ella se siente muy apoyada por nosotros, le cuesta muchísimo depender de los demás”, explica Liliana.
Las psicólogas destacan que se trata de una etapa de adaptación ante los cambios, donde los hijos tendrán que evaluar sus exigencias en torno a sus padres, y los adultos mayores aceptar las limitaciones propias del paso del tiempo. Se trata de acortar la brecha generacional apostando al diálogo y entendimiento mutuo.
Cómo acompañar
Cada experiencia familiar de cuidado es particular y en ella intervienen múltiples factores. Aquí influirá el “circuito” construido por la familia: si logran organizarse, dividir roles, planificar y fomentar un diálogo fluido y abierto para tomar decisiones y resolver conflictos.
“Los adultos mayores son sujetos de derecho y no objetos a ser cuidados. Muchas veces se les exige cosas que no desean o no están dispuestos a ceder, pero también ellos pueden negarse a aceptar sus limitaciones o disminución de su autonomía. Es importante escucharlos y negociar en torno a lo posible, porque son sujetos activos, con necesidades y deseos particulares”, afirma la psicóloga Cecilia Taburet.
Su colega, Constanza Pereyra Esquivel, sostiene que siempre es clave estar disponibles, acompañar y realizar chequeos médicos para tener información certera sobre el estado de salud de los padres. Y señala que se deben evitar suposiciones, considerarlos “obsoletos” y/o imposibilitados de tener una vida plena por su edad.

“Es primordial realizar acciones de prevención de la salud. No esperar a que tengan una enfermedad para tratarla, sino adelantarse asistiendo a los médicos. Además, es bueno incentivarlos en hábitos saludables y en mantener puntos de encuentros con pares y actividades recreativas”, recomienda.
Carina García relata que tener a sus padres cerca es una seguridad para ella y una forma de acompañarlos en lo cotidiano. Pasar un momento a saludarlos, charlar con ellos, tomar unos mates o almorzar juntos de vez en cuando es la manera que encontró de tenerlos cerca y transmitirles tranquilidad.
“Creo que fue encontrar un equilibrio. Nunca me puse a pensarlo mucho, más bien la situación se fue dando y le busqué la vuelta. Con mi vida y actividades estoy bastante ocupada, pero en los momentos que estoy en casa busco el tiempo para ir a verlos”, asegura.
Lorena López admite que tiene aceptada la vejez de su madre como un proceso biológico natural. También asegura que no siente preocupación o incomodidad, sino que acompaña a su mamá por convicción y decisión.
“No me pesa porque es una elección que hice con respecto a qué quiero darle mientras la tenga viva. Lo hago con gusto porque junto con mis hijos y nietos son lo más importante que me queda”, afirma.
Para Liliana Robledo, el acompañamiento de su madre es un proceso de adaptación mutua: de ella pidiéndole a sus hijos lo que necesita sin sentirse una carga, y de la familia “poniendo el cuerpo”.
“Solo me preocupa su longevidad, porque mi abuela murió a los 106 años. Yo también veo mis fuerzas disminuidas y no sé cuánto pueda acompañarla. Pero trato de no pensar tanto hacia adelante porque es solo incertidumbre”, dice.
Como conclusión, las profesionales en Psicología recomiendan tener durante este proceso una perspectiva de la vejez desde la sabiduría y la experiencia, y no desde la exclusión y el descarte.
“El desafío es modificar el concepto de vejez como sinónimo de enfermedad, para lo que es fundamental la flexibilidad y escucha atenta”, sugiere Pereyra Esquivel. “Que los padres se sientan contenidos, útiles y tenidos en cuenta impactará de manera significativa en su calidad de vida”, suma Taburet.
Estar atentos a posibles estados depresivos o de ansiedad exacerbada para realizar consultas con profesionales es otro punto a considerar. También lo es la planificación anticipada del futuro y en conjunto entre padres e hijos. “Son conversaciones que suelen evitarse o postergarse, pero serán vitales para acompañar de modo responsable los posibles escenarios ”, cierra Taburet.