Desde hace dos semanas, una ficción de origen inglés viene marcando agenda no sólo en los medios tradicionales, sino también en plataformas digitales y en redes sociales.
Se titula Adolescencia, así, sin más, y en cuatro capítulos de una hora muestra una foto no sólo de los adolescentes de hoy, sino de varias instituciones.
La historia arranca con la detención de un menor en tiempo real, rodada (como toda la serie) en un solo plano secuencia. Se lo acusa del asesinato de una compañera de colegio. El chico tiene sólo 13 años y afrontará el proceso bajo las leyes inglesas.
Lo que a priori parece ser un solo tema (un crimen y la imputación de un niño) luego se ramifica en otros, todos de absoluta actualidad.
Entre quienes miraron la serie de Netflix se repiten las mismas reacciones: la estupefacción, la angustia y la preocupación (sobre todo en quienes además son padres).
Cada capítulo de la historia está situado en un ámbito diferente y hace foco en una de las aristas de los temas que sobrevuelan la tragedia relatada. El primero habla de la Policía y de la Justicia; el segundo, de la escuela; el tercero, de las instituciones de salud mental, y el último, de la familia.
Las razones por las que funcionó la ficción son varias. Algunas artísticas, como las excelentes actuaciones y el preciso guion, y otras vinculadas con la cuestión de fondo, con los temas y las preocupaciones que relata.

La adolescencia en la agenda, pero cuando llega a lo grave
Más allá del impacto en redes y de la repercusión mediática, Adolescencia también llamó la atención de especialistas en psicología, educación y adolescencia, quienes aportan un análisis sobre su éxito y su capacidad para interpelar a la sociedad.
La psicóloga Eugenia Moscardó, con amplia trayectoria en el área infanto-juvenil, destacó que la serie logra instalar un tema muchas veces relegado en la conversación social: “Si bien la adolescencia es una etapa en la que pasan muchas cosas, parece que sólo generamos ruido cuando ocurre algo grave. Esta ficción nos recuerda la importancia de mirar y comprender la adolescencia, de pensar qué lugar ocupamos los adultos en acompañarlos para que transiten esta etapa de la mejor manera posible”.
Según Moscardó, las dificultades que atraviesan los adolescentes hoy están marcadas por el estrés y la ansiedad social. “Hay mucha angustia relacionada con la pertenencia a un grupo, con los estereotipos de cuerpo, de inteligencia y de popularidad. Es crucial que los adultos responsables comprendamos esas tensiones y generemos espacios de contención”, señala.
Sobre el rol de los adultos en la crianza de adolescentes, advierte que muchas veces se normalizan comportamientos sin evaluar sus implicancias: “Se acepta que los adolescentes se encierren en su cuarto, que pasen horas en redes sociales sin supervisión, pero no siempre se reflexiona sobre cómo eso impacta en su bienestar. El mundo adolescente es vulnerable, y la falta de contención puede derivar en conductas impulsivas, agresivas o de autodestrucción”.
Finalmente, Moscardó hizo hincapié en la desconexión entre generaciones: “El problema es que los adultos no nos inmiscuimos en el mundo de los adolescentes de forma respetuosa, no nos informamos. ¿Qué significan ciertos códigos en redes? ¿Qué efectos tienen en la autoestima? Es fundamental conocer esos contextos para poder acompañarlos”.

Modelos de masculinidad
El psicólogo y docente Mariano Cupayolo, especialista en masculinidades y activista de la organización Libres y Diverses de Libres del Sur, aporta una mirada sobre la construcción de la masculinidad en los jóvenes retratados en la serie. El protagonista de Adolescencia responde a un patrón de masculinidad que aún persiste: el joven que no expresa emociones, que responde con violencia ante la frustración, que se siente presionado por la mirada de sus pares.
Cupayolo analiza ciertos términos y tendencias que se dan entre adolescentes y que muestra la serie: incel es un acrónimo de la expresión involuntarily celibate (célibe involuntario). Es una subcultura de internet. Se trata de hombres percibidos como “machos beta, en contraposición a los “machos alfa”, para poner el acento en su posición de “perdedores” en la supuesta competencia por las mujeres más deseables. Y agregó: “Alimentan una cultura misógina que a veces puede llegar a diversas formas de hostigamiento, incluso coordinadas, en plataformas como 4chan, pero también YouTube y otras redes sociales”.

Los llamados incels remiten su enojo principalmente hacia los movimientos feministas y LGBTIQ+. “Se resisten fuertemente a los cambios materiales y simbólicos que se han presentado, en ´'reacción conservadora’ contra los avances y conquistas en materia de derechos de mujeres y diversidades”, y mencionó algunos referentes de estos movimientos, como Elon Musk, Donald Trump, el influencer Andrew Tate (mencionado en la serie) y, a nivel local, el presidente argentino, Javier Milei.
El psicólogo recuerda la importancia de construir otro tipo de masculinidades. “Desde MuMaLa y Libres y Diverses, y concretamente desde la Cátedra de Feminismos y Salud Mental (Facultad de Psicología-UNC), ahondamos en la importancia de reflexionar sobre estas problemáticas, visibilizarlas para promover masculinidades libres de prejuicios, de mandatos, de mitos y de estigmas, en definitiva, libres de ideales que promueven agresión, violencia y discursos de odio en subjetividades masculinas”.
El psicólogo destacó que la serie brinda una oportunidad para valorar los espacios de escucha activa, para hacer foco en los acuerdos escolares de cada institución, para profundizar en la educación sexual integral (ESI) y para reflexionar sobre el impacto del adultocentrismo a la hora de resolver situaciones problemáticas.
¿Cómo deberían acompañar los padres en el uso de la tecnología?
La educadora y especialista en innovación educativa Melina Masnatta sostiene que la clave del acompañamiento de adultos en el uso de la tecnología de los adolescentes “no está en demonizar la tecnología, sino en guiar a los jóvenes para que hagan un uso sano y consciente de las redes sociales”.
En ese sentido, brindó herramientas concretas que se pueden implementar para ese acompañamiento:
- Establecer estrategias sostenibles en lugar de prohibiciones abruptas: es más efectivo generar estrategias sostenibles que fomenten el equilibrio entre lo digital y lo real, más que restricciones drásticas.
- Crear “momentos sin pantallas” y zonas libres de tecnología: establecer espacios y horarios libres de dispositivos en casa, como durante las comidas o en los dormitorios. Esto fortalece la comunicación y los lazos familiares.
- Promover la autorregulación: en lugar de prohibir, se debe enseñar a los adolescentes a equilibrar su tiempo digital con otras actividades. La regulación consciente es más efectiva a largo plazo.
- Ofrecer actividades alternativas atractivas: incentivar el deporte, la lectura, manualidades y el contacto con la naturaleza para reducir el tiempo frente a las pantallas. Es fundamental que los padres también establezcan límites en su propio uso de pantallas para evitar el phubbing, por el que se ignora a los hijos por estar absortos en los dispositivos.
- Usar la tecnología con un propósito: enseñar a los adolescentes a utilizar las pantallas con un fin específico, como buscar información, investigar o aprender algo nuevo; transforma la tecnología en una herramienta educativa.
- Conciencia crítica del contenido: ayudar a los adolescentes a cuestionar qué consumen en redes, a quiénes siguen y evitar la desinformación. Los algoritmos pueden atraparlos en burbujas de información.
- Promover la “dieta cognitiva” digital: ayudarlos a estructurar cómo interactúan con las pantallas y con el contenido digital para no perder la capacidad de aprendizaje profundo.
- Enseñar sobre los riesgos: generar charlas abiertas sobre ciberbullying, sobre consumo digital problemático y sobre los riesgos asociados a la exposición en redes.
- Destacar el potencial educativo de la tecnología: mostrarles cómo la tecnología puede facilitar el acceso a recursos educativos y herramientas de aprendizaje adaptadas a sus necesidades, pero también fomentar otras formas de aprendizaje, como la lectura en libros físicos y la escritura a mano.

Una serie que deja preguntas abiertas
Con un formato innovador y una historia impactante, Adolescencia no sólo cautivó a la audiencia, sino que también logró instalar preguntas urgentes sobre el rol de la familia, de la escuela y de la sociedad en la vida de los jóvenes.
Como señala Moscardó, “el gran desafío es no quedarnos sólo en la alarma cuando ocurre una tragedia, sino entender que la adolescencia necesita ser mirada, acompañada y valorada como una etapa clave en la construcción de cada persona”.
Mientras la serie sigue generando debates, queda claro que su impacto no termina en la pantalla. Como toda ficción que incomoda, obliga a mirar más allá del entretenimiento y a cuestionar el mundo en el que vivimos.
Entre la ficción y la realidad
No es la primera vez que una ficción marca el pulso de la agenda y logra penetrar tanto en las conversaciones cotidianas como en los análisis de los especialistas.
El año pasado, Netflix hizo lo mismo cuando lanzó Bebé Reno, una serie basada en un hecho real. La perturbadora trama retrata el acoso que sufrió el comediante escocés Richard Gadd. La ficción permitió hablar desde una perspectiva diferente sobre un tema silenciado: el hombre que fue violado por otro hombre y, además, es acosado por una mujer.

Otra serie de la misma plataforma instaló, aunque con un poco menos de impacto en Argentina, un espinoso tema social: el machismo y las masculinidades en jaque. Tal fue el caso de la ficción española Machos alfa, que dota de una cuota de humor a un tema incómodo.

Para poner otro ejemplo, las dos temporadas de Envidiosa volvieron a instalar la agenda de género, pero no vinculadas con la violencia machista, sino con pliegues más sutiles que esconden expectativas y mandatos que han quedado obsoletos.