–El mundo discute, hace mucho, temas de impacto ambiental; y en la Argentina, entre crisis y crisis, nos hemos ocupado poco. ¿Estamos demasiado atrasados, a tu juicio?
–No, no creo que estemos demasiado atrasados. Venimos más o menos al ritmo del mundo. Las metodologías de cálculo de impacto ambiental sobre productos, procesos y servicios se desarrollaron hace relativamente poco: hace 20, 25, 30 años. Nacieron en Europa y en Estados Unidos, ahí se generaron las metodologías que hoy adoptamos, pero Argentina, al tener muchos productos y cadenas exportadoras, reaccionó rápido. Apenas los mercados empezaron a pedir información ambiental, se volvió una necesidad incorporar estos diagnósticos.
–Ante un producto, ¿qué le podés calcular?
–Podemos calcular distintos impactos ambientales. El más conocido es la huella de carbono, que es el que más se requiere y el que más se pide a los fabricantes: “Te voy a comprar tu producto, pero decime la huella de carbono”. Esa huella está asociada a las emisiones de gases de efecto invernadero –metano, dióxido de carbono, óxido nitroso y otros– que se generan a lo largo de todo el ciclo de vida del producto. Por eso hablamos de “huella”: es la marca que deja ese producto en el ambiente por haber sido fabricado. Nada es gratis: tener un litro de agua, un kilo de carne o una tonelada de cemento en la obra implica haber dejado una huella. Esa huella puede ser de carbono, pero también puede ser huella de agua: ¿cuánta agua se usó para que yo tenga hoy un kilo de carne en mi mesa? Carne bovina, de pollo, de cerdo… Cada producto tiene su huella. En un kilo de carne bovina, por ejemplo, incluimos desde la producción de los alimentos, el agua asociada a la madre que gesta al ternero, todo el proceso de cría y engorde; todo eso se contabiliza en forma indirecta. Así llegamos a valores como “un kilo de carne tiene una huella de agua de, por ejemplo, 30 m3”. Ese es un valor que hemos calculado para Argentina: es normal y competitivo a nivel internacional.
–Y eso, a la hora de exportar, ¿pesa? ¿El comprador puede elegir a su proveedor según la huella?
–Sin dudas que sí. Hoy no hay legislación obligatoria sobre estos temas, ni acá ni en la mayoría de los países, pero sí pesa en la decisión del comprador. Antes elegía por precio y calidad; ahora también mira el desempeño ambiental. Tiende a elegir a quienes tienen menor huella de carbono, menor huella de agua o menor contribución a otros impactos, como el adelgazamiento de la capa de ozono. Ese fue un tema muy visible hace unos años y, aunque el agujero se ha achicado, no está resuelto. Las emisiones que contribuyen a ese problema también se pueden asignar a un producto, a través de los insumos que usa su proceso productivo.

–¿Hay conciencia del productor y del fabricante local de que hay que reducir esa huella?
–La conciencia se viene generando de a poco, pero de manera sostenida. Yo hace 16 años que trabajo en el Inti, y entré específicamente para trabajar en este tema cuando casi nadie hablaba de esto. Hubo un grupo muy visionario que apostó a capacitar profesionales en estas metodologías. En ese momento era difícil conseguir una empresa que se prestara siquiera a una experiencia piloto gratuita: “¿Qué me estás pidiendo? ¿Para qué querés estos datos?”. Con el tiempo, eso fue cambiando; y hoy, directamente, tenemos más demanda de la que podemos cubrir. Trabajamos con consultores privados y los acompañamos para poder responder a esa demanda, especialmente en Córdoba, donde hay una movida muy fuerte impulsada por el Gobierno provincial.
–¿En qué se nota eso en Córdoba? ¿Qué está pasando acá que no se ve tanto en otras provincias?
–Hay programas de incentivo para productores, requisitos ambientales en licitaciones públicas, sobre todo del Ministerio de Infraestructura y Servicios Públicos. Por ejemplo, en licitaciones de obras se pide no sólo el presupuesto y los materiales, sino también la huella de carbono de la obra: un puente, un acueducto, una obra de gas. En ese caso, el Ministerio es el cliente que exige; entonces las empresas constructoras dicen: “Tengo que cumplir con ese requisito”, y eso las empuja a medir. El sector de la construcción en Córdoba se viene posicionando fuerte y tracciona hacia atrás: cemento, hormigón, caños, premoldeados… Cuando la constructora empieza a calcular, les pide datos a sus proveedores, que también tienen que medirse, mejorar y hacerse más eficientes.

–Dame ejemplos concretos de reducción de huella de carbono.
–Hay procesos y productos donde es más fácil y otros donde cuesta más. Todo lo que tiene que ver con energía es un desafío enorme, y ahí Córdoba está apostando fuerte. El eslogan es “descarbonizar la matriz energética”: pasar de combustibles fósiles no renovables a energías renovables. Si una planta puede instalar paneles solares, aprovechar energía eólica en zonas de viento o generar biogás a partir de residuos –por ejemplo, en tambos e industrias lácteas que usan excretas y suero en biodigestores–, deja de depender tanto de una matriz basada en fósiles. La energía atraviesa prácticamente todas las cadenas de valor, entonces es un punto clave. En el agro, Argentina tiene ventajas naturales que muchos otros países no tienen: con pocos insumos se logran muy buenos rendimientos. Si en una hectárea usás poco fertilizante, pocos agroquímicos, casi no hay riego y aun así obtenés buenas cosechas, la huella por tonelada producida es baja. Nosotros lo hemos visto en cadenas como maíz, soja, algodón, maní: son cadenas que estudiamos y donde aparecen claras ventajas comparativas en huella de carbono.
–¿Quién exige estas cosas? Me cuesta imaginar a China pidiéndote huella de carbono. ¿Es más un tema europeo?
–Europa fue el primero en pedir estos indicadores ambientales. Norteamérica también tuvo un crecimiento constante en la demanda, más allá de los cambios políticos. Y China, aunque sorprenda, también lo está pidiendo. Tenemos el caso de una empresa cordobesa que calculó el impacto ambiental de su producto –una proteína de soja–, verificó esos datos con una tercera parte independiente y pudo cargar su etiqueta ambiental en una plataforma global. Desde China la encontraron, vieron que tenía una huella muy baja y la contactaron específicamente por eso: “Quiero este producto por su baja huella”. El mundo va hacia ese lado. China también está diversificando su matriz energética, quiere hacerla más sustentable, dejar de depender tanto de la importación de combustibles y, por su tamaño y geografía, tiene todas las opciones renovables disponibles: solar, eólica, biomasa.

–¿Hay alguna cadena industrial o agroindustrial que haya sido pionera en Argentina en preocuparse por su huella?
–Sí. Yo le tengo mucho cariño a la cadena de la carne bovina y a los frigoríficos, porque vienen trabajando en esto desde hace muchos años. Más allá del debate personal sobre carne sí o carne no, es un producto emblema de Argentina y una de las primeras cadenas productivas del país. Ellos saben que generan impacto: el rumiante emite metano por fermentación entérica, es un proceso biológico natural. Hoy se investiga cómo reducirlo, pero todavía está en fase de prueba. Aun así, la cadena decidió avanzar. Lo primero no es juzgar si es “bueno” o “malo”, sino medir. Si no medís, no sabés dónde estás parado y no podés gestionar. Una vez que medís, identificás los hotspots, los puntos calientes, y ves dónde intervenir: alimentación, manejo de residuos, uso de energía, logística. La parte estrictamente biológica es difícil de cambiar, pero el resto de los eslabones sí ofrecen margen de mejora. Lo mismo pasa con el sector de la construcción: producción de cemento y hormigón son actividades con alta emisión unitaria. Intrínsecamente, el proceso de cemento genera dióxido de carbono, tanto por el tipo de energía que usa como por la reacción química en los hornos de clinkerización. Pero también hay avances y esfuerzos para reducir esas emisiones y hacer procesos más eficientes.
–¿Sirve compensar con bonos de carbono o bonos verdes, que otro sector genera, y “equilibrar” así lo propio?
–Es una herramienta que existe y tiene su rol, pero desde Inti no trabajamos sobre compensaciones, no desarrollamos protocolos para verificarlas ni certificarlas. La compensación puede servir a nivel de imagen o en algún esquema global, porque vos seguís emitiendo, pero apoyás un proyecto que captura o evita emisiones en otro lado. Sin embargo, nuestra mirada es que primero hay que gestionar y reducir. Si el mensaje es “compenso y listo”, las emisiones siguen generándose igual. En Inti empujamos mucho más la pata de la gestión: medir, analizar, rediseñar procesos y reducir emisiones. Sabemos que hay actividades que no van a ser neutras, eso es casi imposible, pero sí pueden reducir sus emisiones de forma notable, y ahí es donde vale la pena concentrar esfuerzos.

–Te llevo a los residuos urbanos, otro gran foco de contaminación. ¿Cómo se debería gestionar eso? ¿Cuál sería el “deber ser”?
–En residuos hay muchas líneas de trabajo. Lo primero es terminar con los basurales a cielo abierto y avanzar hacia rellenos sanitarios o vertederos controlados. Lo segundo es la separación: si logramos segregar previamente las fracciones que se pueden reciclar –papel, cartón, vidrio, metales, plásticos–, reducimos muchísimo el volumen que va a disposición final. Y después, en el vertedero, se puede trabajar en captura de metano, que es el gas que más se genera allí. Ese metano se puede captar y usar como fuente de energía. Son tecnologías que ya se están ensayando en la región, con algunos proyectos en marcha. Además, hay grupos de investigación aplicada que están trabajando directamente con municipios. No es un tema que salga mucho en la tele, pero hay mucho movimiento. El compostaje de la fracción orgánica también viene creciendo, sobre todo a nivel institucional: escuelas, comedores, organizaciones. En ciudades grandes, es difícil hacerlo casa por casa, porque la gente vive en departamentos, tiene poco espacio, pero sí se puede trabajar donde se generan grandes volúmenes de restos de comida.
–¿Cuál sería tu sueño en la gestión de residuos desde la casa, la escuela, la oficina? ¿Hacia dónde deberíamos ir?
–Mi sueño, que lo veo difícil pero posible, es que separar residuos sea una costumbre instalada. Separar reciclables –cartón, papel, vidrio, metales, plásticos– y compostar la fracción orgánica. Nosotros en casa compostamos desde hace muchos años: mis hijos nacieron sabiendo que las cáscaras de fruta, las verduras que se pasan, la cáscara de huevo, la yerba… todo eso va a un tacho aparte. No hay discusión, es costumbre. Gracias a eso, sacamos muy poco residuo a la vereda. No creo que sea tan difícil que más gente lo haga. Claro que ayudan las políticas públicas: campañas sostenidas, programas que no se corten cada vez que cambia una gestión. Cuando las prácticas se sostienen en el tiempo, se vuelven hábitos. Y la escuela y los clubes son claves: si los chicos lo aprenden ahí, lo llevan a la casa y se vuelve “palabra santa”. Ahí hay una gran oportunidad.

–Se habla mucho de economía circular. ¿Es algo real o hay mucho marketing y propaganda política alrededor de la circularidad?
–Es real. Y está pasando, especialmente en Córdoba. La economía lineal de “extraigo, produzco, uso y tiro” ya no va más. La economía del futuro tiene que ser circular: aprovechar subproductos y residuos, valorizarlos, darles una segunda vida. En Córdoba tenemos el Clúster de Economía Circular, que viene trabajando fuerte. Hay proyectos, hay líneas de financiamiento internacional que se están evaluando y una red de empresas y emprendedores que están innovando en este sentido. Obviamente no todas las industrias pueden cambiar al mismo ritmo: las pymes argentinas enfrentan vaivenes económicos muy fuertes. Pero desde el diseño de los productos ya se puede pensar en que sean reciclables, reparables, desarmables. La obsolescencia programada –hacer algo para que dure poco y se rompa– es un modelo que, tarde o temprano, se va a volver inviable.
–Al mismo tiempo, ves el furor de la ropa barata, plataformas con prendas que se usan poco y se tiran. ¿Los textiles son ya un problema ambiental serio?
–En muchas partes del mundo sí, y muy grave. En Argentina todavía no se ve con tanta claridad, pero los residuos textiles ya son un tema. Ropa que se usa pocas veces y se descarta, fibras sintéticas que terminan en rellenos sanitarios o, peor, en basurales. Es la lógica del “usar y tirar” aplicada a la vestimenta. La primera respuesta es la conciencia de consumo: preguntarnos cuántas de las cosas que compramos las necesitamos realmente. Pero también hay estrategias para reutilizar y reciclar textiles: proyectos que transforman retazos en nuevos productos, reciclado de fibras, certificaciones que incentivan el uso de material textil reciclado. En Inti, por ejemplo, ofrecemos certificaciones de contenido reciclado tanto para textiles como para plásticos, que ayudan a darle valor a esas prácticas. Hay mucho por hacer, faltan políticas más agresivas, pero hay iniciativas y gente trabajando en esto.

–Te llevo a una pyme: quiere reducir su huella ambiental, ¿qué mirás primero: agua, energía, residuos, ruidos, olores?
–Lo primero suele ser la energía: qué tipo de energía usa y cómo la usa. No sólo la eléctrica, también la que se utiliza para generar calor: gas natural, fueloil, GLP. Cada vector energético tiene una huella distinta. Después miramos la logística de abastecimiento: de dónde viene la materia prima. Hay productos que llegan desde otros continentes, y esa cadena de transporte suma mucho a la huella del producto final. Lo mismo con la distribución: cómo sale el producto al mercado. También miramos qué pasa con los residuos: si se tiran directamente o si hay alguna forma de reciclarlos, valorizarlos, convertirlos en insumos de otro proceso. No es lo mismo mandar todo a un vertedero que recuperar materiales. Todos esos elementos inciden en la huella de carbono y en otros impactos ambientales.
–¿Se puede empezar a mejorar sin inversión? Y si estoy dispuesto a invertir, ¿por dónde debería arrancar?
–Se puede hacer mucho con muy poca inversión, o casi sin inversión. Muchas veces, sólo con gestionar mejor se logran reducciones importantes de consumo de energía, de agua y de insumos, y eso se traduce en ahorros económicos. Por ejemplo, revisar procesos, ajustar temperaturas, apagar equipos en stand by, optimizar rutas de transporte, buscar proveedores más cercanos. Si la empresa está dispuesta a invertir, puede pensar en generación propia de energía renovable, en recambios tecnológicos, en equipos más eficientes. Ahí entra el tema del retorno de la inversión, que depende de las condiciones económicas del país y de las políticas vigentes, pero también están surgiendo cada vez más líneas de crédito verde, pensadas específicamente para proyectos que reducen emisiones, mejoran la eficiencia o disminuyen la generación de residuos. Incluso los bancos están mirando su propia huella. Hace poco nos convocó un grupo de entidades financieras que tienen un calculador de “huella de carbono financiada”: quieren saber qué parte de las emisiones del país está asociada a los proyectos que ellos financian. Eso habla de un cambio de lógica: no sólo ver si un proyecto es rentable, sino también en qué tipo de actividad se está poniendo la plata.

–Te pregunto algo más macro: en un país con crisis recurrentes, pymes tratando de cubrir cheques y pagar sueldos, ¿no termina quedando lo ambiental siempre en segundo plano? ¿Podría revertirse eso si hubiera más estabilidad?
–Sucede lo que vos decís: hay muchas pymes cuya prioridad es sobrevivir mes a mes. Pero también vemos el otro fenómeno: empresas medianas o grandes que aprovechan momentos de menor actividad para mirarse hacia adentro e implementar medidas ambientales. El caso de la construcción es muy ilustrativo: aun con una caída fuerte en la obra pública, muchas empresas comenzaron un camino de medición y gestión de huellas que no se detuvo. A pedido del Ministerio, desarrollamos un calculador de huella de carbono de obras que, sin exagerar, fue de los primeros de su tipo en el mundo y el primero en Argentina. La Cámara de la Construcción lo presentó en Buenos Aires y en Chile, y generó mucho interés. Fue una construcción colectiva: desde Inti aportamos la metodología, pero la información y la validación vino de las empresas. Sin la colaboración de ellas, no se podría haber hecho; nosotros somos especialistas en cálculo, pero los datos de cada sector los tienen ellos.
–¿Dónde estudiaste, Leti? ¿Cómo se arma tu recorrido?
–El secundario lo hice en mi pueblo, El Fortín, en un colegio agrotécnico sobre la ruta 13. Por eso, aunque soy ingeniera industrial, la parte agro la tengo muy incorporada. La carrera de grado y el posgrado los hice en la Universidad Tecnológica Nacional. Cuando me recibí, me fui a vivir a Buenos Aires. Estuve dos años y medio allá, pero siempre quise volver a Córdoba: siento que este es mi lugar. Acá están mis amigos, mi familia, mis afectos. Cuando apareció la oportunidad de trabajar en Inti Córdoba, me anoté. Tenía alguna experiencia muy básica en cálculo de huella, pero acá tuve la posibilidad de formarme en serio: capacitaciones, estudio, investigación. Me dijeron: “Tomate el tiempo para aprender este tema y desarrollarlo”. Así fui construyendo el camino: con errores, retrabajos, volviendo a mirar datos, ajustando modelos. Uno se equivoca y aprende. A mí me encanta porque combina lo numérico –que siempre me apasionó– con un impacto ambiental y social concreto. El problema ambiental lo sufrimos todos; mejorar un proceso para hacerlo más amigable con el ambiente tiene un efecto real sobre la calidad de vida. Y además está la parte humana: la relación con las empresas, con las cámaras, con los equipos de trabajo. Termina siendo un vínculo muy cotidiano: mails, llamados, reuniones, visitas, “me falta tal dato”, “probemos de esta manera”. Nos gusta trabajar muy detalle por detalle y acompañar hasta el final: hasta la verificación, la auditoría, la comunicación de resultados. Cada proyecto que llega a buen puerto se siente como un logro compartido.

–Te escucho y pienso que sos muy apasionada de lo tuyo, pero también sos mamá, deportista, tenés un equipo de vóley, una familia… ¿Cómo se compatibiliza todo?
–Con organización, con ayuda y con mucha pasión (risas). Para mí el vóley es una gran pasión, además de mi trabajo y de mi familia. Juego en un equipo de mamis y compartimos la misma realidad: hijos, trabajo, horarios acotados, pero también muchas ganas de hacer algo que nos gusta. El deporte me ordena, me descarga y me da un espacio propio que es muy necesario. Y en lo familiar, tengo la enorme suerte de tener un compañero que me apoya. Como viajo bastante por trabajo, necesito saber que en casa todo va a funcionar bien en mi ausencia. Nosotros somos los dos del interior, no tenemos familia directa en Córdoba, así que muchas veces somos solo nosotros. Que él me diga: “Andá tranquila, yo me arreglo, acá va a estar todo bien”, es clave. Ese respaldo hace posible que yo pueda seguir creciendo profesionalmente sin sentir culpa permanente.
–Si fueras ministra, la dueña de la lapicera, ¿qué medida tomarías de inmediato?
–No me dijiste ministra de qué, así que elijo yo (risas). No dejaría nunca de apostar a los organismos de ciencia y técnica de nuestro país. Inta, Inti, Conicet, las universidades: son estructuras fundamentales. No es porque yo trabaje en Inti. Pero si no hubiera existido la decisión de formar gente, de financiar proyectos, de crear capacidades técnicas en estos temas y en muchos otros, hoy no tendríamos buena parte de los desarrollos que tenemos en Argentina.
Ficha Picante
Leticia Tuninetti (44): nació en el Fortín. Es ingeniera industrial, especializada en ambiente y huella de carbono. Trabaja hace más de 15 años en el Inti y empezó haciendo cálculo de huella cuando el tema no se discutía en Argentina.
Ha liderado estudios de cálculo de huellas ambientales para diferentes empresas, cámaras y asociaciones de diferentes rubros. Dicta talleres y cursos dentro y fuera del Inti, y ha disertado en numerosos congresos, seminarios y jornadas.
























