Un equipo de científicos de Stanford Medicine logró mapear, por primera vez, cómo se activan las emociones en el cerebro ante estímulos sensoriales negativos.
La investigación, publicada en la revista Science, observó patrones comunes entre humanos y ratones y podría ser clave para comprender y tratar trastornos como la depresión, la ansiedad o el trastorno bipolar.
Los expertos descubrieron que, más allá de las zonas cerebrales individuales, la emoción surge de una comunicación prolongada y sincronizada entre varias regiones del cerebro.
Un cerebro más grande, una emoción más compleja
“El cerebro humano es tan grande que necesita tiempo para integrar correctamente toda la información que recibe antes de tomar decisiones emocionales”, explicó Karl Deisseroth, director del estudio y referente mundial en neurociencia y psiquiatría.
Incluso en los cerebros de ratones, con 100 millones de neuronas, ya se observan estos mecanismos complejos. En el humano, con casi 90 mil millones de neuronas, ese proceso se vuelve aún más sofisticado.

Dos fases clave tras una experiencia emocional
El equipo de Stanford midió la actividad cerebral en tiempo real tras un estímulo sensorial (una inhalación desagradable). Detectaron dos fases bien diferenciadas:
- Primera fase (rápida): Un pico de actividad breve e intenso, que transmite la “noticia” del estímulo.
- Segunda fase (persistente): Una actividad más lenta y sostenida, relacionada directamente con la emoción.
Esta segunda fase, según los investigadores, permite que el cerebro “integre” la experiencia emocional, como un pedal de sostenido en el piano que prolonga una nota.
Ketamina: cómo se “corta” una emoción en el cerebro
Para confirmar su hipótesis, los científicos usaron una dosis baja de ketamina, aprobada por la FDA como antidepresivo. En ambas especies, este fármaco acortó la duración de la segunda fase cerebral sin afectar la primera. Así, la respuesta emocional al estímulo se volvió mucho más breve o incluso desapareció.
“La ketamina hace que la emoción no tenga tiempo suficiente para consolidarse en el cerebro”, explicó Deisseroth.
Implicancias para la salud mental
Estos hallazgos no solo ayudan a comprender cómo y por qué sentimos, sino que abren nuevas vías para tratar trastornos emocionales, al intervenir en la duración y sincronización de la actividad cerebral, más allá de los síntomas visibles.
Según los autores, ajustar esa “ventana emocional” podría ser clave para tratamientos más personalizados y efectivos.