María Belén Suárez tiene 25 años y padece trastornos de la conducta alimentaria (TCA) desde los 11. Siendo apenas una niña, comenzó a experimentar las consecuencias del deseo de "encajar" en una sociedad estereotipada que, desde su visión, le exigía ser flaca porque eso era sinónimo de éxito.
Desde que llegó a este mundo, la cuenta indica que pasó más años de vida luchando contra los TCA, que sana.
En una charla con La Voz, Belén aseguró que "el trastorno alimentario fue sólo la punta del iceberg". La bulimia y la anorexia eran la manifestación externa de mil demonios puertas adentro que la carcomían todos los días.
“Me autoprovocaba el vómito no solo para expulsar las grandes ingestas de comida que tragaba sino también toda la mierda que sentía que se pudría por dentro”, recordó.
Con sus propias palabras, definió sus trastornos como “una relación tóxica en la que sabés que la otra parte te está dañando, pero aún así te quedás”. Recordando su historia, la joven contó que entró en el mundo de la anorexia y la bulimia por decisión propia, buscando una “solución” para cambiar eso que veía frente al espejo y que no le gustaba. Cansada de ir a nutricionistas desde los cinco años para intentar, sin éxito, revertir su sobrepeso, decidió que encontraría la solución por cuenta propia. “Estaba convencida de que dejar de comer iba a ser la solución a todos mis problemas”, se sinceró.
La puerta de entrada al trastorno
Su puerta de entrada fue la clásica: cientos y cientos de blogs “Pro-Ana” (a favor de la anorexia) y “Pro-Mía” (a favor de la bulimia) escritos por adolescentes anónimas que enseñaban el “paso a paso” para caer en lo que ellas mismas, autodenominadas “princesas”, definían como un “estilo de vida”. Con consejos aberrantes, reiteraban frecuentemente la importancia de “mantener las acciones ocultas, para que el método funcionase”.
Con 11 años, Belén llegó al lugar menos indicado, en su momento más vulnerable. “Entré a internet y empecé a investigar para saber qué había que hacer para entrar en su reino y lograr lo que prometían: bajar de peso. Estaba dispuesta a todo”, recordó.
Ganas de morirse
Pasando por períodos de bulimia y de anorexia, la joven llegó a variar hasta 50 kilos su peso. Lo mínimo que marcó su balanza fue 55 kilos y lo máximo, 105. Pero el problema no era sólo su relación con la comida, sino también las conductas autoagresivas que había descubierto para castigarse cuando no cumplía con algo que “debía hacer bien”. Se sometió a cortes profundos en sus piernas y brazos, a la ingesta abusiva de pastillas para dormir mezcladas con alcohol y hasta en una oportunidad, tomó lavandina.
Repasando cada una de esas acciones para lastimarse, Belén aseguró que no necesariamente quería morirse, sino “desaparecer por un rato”. Reconoció también que no tomaba una real conciencia de cuáles podrían ser las consecuencias de sus actos no sólo físicas para su cuerpo, sino emocionales para su entorno más cercano.
Cuando sus padres descubrieron sus trastornos, la llevaron a diferentes tratamientos interdisciplinarios para intentar superarlos. Pero Belén no quería curarse. Ella estaba aferrada a sus TCA y si bien recibía asistencia médica, en realidad lo hacía para calmar la preocupación de sus familiares. Ella “estaba bien así”.
Experta en mentir
“Si hay algo que me hizo la enfermedad, fue volverme mentirosa y ocultadora en cuanto a la comida respectaba”, recordó, reconociendo que simulaba estar mejor frente a sus seres queridos, aunque lo cierto es que clínicamente no mostraba avances. “Era fácil engañar a ambos lados cuando tenés la cabeza sumergida en un mar de obsesiones que te llevan a mentir y sacar tu peor parte”, reconoció la joven. “No quería saber nada con recuperarme porque todo eso iba en contra de mi mayor objetivo: adelgazar”, agregó.
Pensando en todos los tratamientos que hizo, Belén contó que si bien en algún momento tuvo mejoras, ganas de recuperarse y de llegar al alta definitiva, no iba a ser sin antes bajar de peso: “Esa era mi principal meta. No me importaba nada más que estar flaca. Todos mis objetivos se reducían a eso”.
Entre las situaciones más difíciles que recuerda de sus rutinas cuando estaba en el peor momento de la enfermedad, está una puntual que se circunscribe a la hora del almuerzo. “Tengo el recuerdo de estar llorando frente al plato por no querer comer, y mi familia a mi alrededor enojada conmigo por lo que hacía. No entendían que yo no lo hacía a propósito, que no era un capricho, que realmente no lo podía controlar, que la comida me daba miedo. No podía más. Estaba flaquísima pero me veía gorda, y eso tenía un gran peso para mí. Más peso que el de la balanza”, recordó.
¿Qué la llevó a los TCA?
Intentando escarbar sobre lo que estaba debajo de la punta del iceberg, Belén cree que muchos de sus trastornos tenían que ver con su miedo a crecer y a enfrentar las responsabilidades que iban requiriendo cada uno de los años que se sumaban en el calendario. “Era una niña en un cuerpo de adolescente, que se rehusaba a estar sana. La enfermedad era lo mío ya eso me iba a dedicar”, pensaba por aquellos años.
Por otra parte, reconoció que muchas de las cosas que hizo, principalmente aquellas que tenían que ver con autoagredirse, eran para preocupar a terceros y recibir más atención y afecto. "Me sentía una niña que necesitaba afecto y contención y que lo conseguía de la peor forma", recordó.
Los trastornos alimentarios afectaron todos los aspectos de su vida: los vínculos familiares, sus relaciones amorosas y hasta cada uno de los trabajos que tuvo. Cientos de peleas con sus seres queridos ocasionadas por la comida, rupturas y decepciones afectivas que siempre tenían su origen en alguna de sus conductas autodestructivas y la pérdida de trabajos porque, a fin de cuentas, en ninguna parte querían lidiar con alguien que de desmayaba en horario laboral porque no comía o que sacaba licencias psiquiátricas sumamente necesarias cuando aparecían situaciones límite.
El camino de la recuperación
Habiendo asistido a todos los tratamientos interdisciplinarios existentes y sin lograr salir de la enfermedad, Belén ya estaba rendida. Pero su situación dió un vuelco radical el año pasado, cuando conoció el centro de salud Dipas, estando ya cerca de perder las esperanzas.
Comenzar a atenderse en ese lugar fue el principio de un verdadero cambio para ella. Según sus propias palabras, la diferencia estuvo en que allí no la trataban como a alguien enferma o incapacitada, sino que se enfocaban en sus fortalezas y en todo lo que ella sí podía hacer, dejando en un lugar secundario a sus trastornos. “Tardé mucho en entender que no soy mis síntomas, no soy un trastorno. Antes que nada, yo soy Belén”, reflexionó.
"El camino es largo, el proceso no es lineal, pero así es la vida en realidad", aseguró, luego de entender que, como todo en la vida, habrá altos y bajos en su enfermedad. Belén ya no está detrás de un "alta", sino que se preocupa por el día a día, por vencer pequeñas batallas que sortea cada mañana al despertarse "Porque la lucha es temporal, pero la elección de mantenerme invencible es para siempre", dice con sus palabras.
Belén hoy mira para atrás y se sorprende de “todo lo que puede aguantar el cuerpo”, ese cuerpo al que nunca quiso, pero que aprendió a habitar. “Entendí que habitar mi cuerpo es más sencillo que aceptarlo. Que es tomarlo como nuestro hogar y decorarlo, arreglarlo y habitarlo de la mejor manera posible. Que todo lo que me pasó y me pasa va más allá de mi cuerpo. Que tiene que ver con lo que me pasa adentro, con lo que no supe escuchar, con lo que no pude aceptar, con lo que no quise procesar o no pude en su momento”, aseguró.
“Tengo más de 100 cicatrices en el cuerpo, sin contar las del alma. Pero como dice una frase: ‘adoro la ambivalencia poética de una cicatriz, que tiene dos mensajes: aquí dolió y aquí sanó’, y estoy sanando. Le agradezco a la vida o al universo por darme la oportunidad de resurgir después de todo el daño que me hice”, cerró.
Su propia historia
Belén tiene muchos sueños y se caracteriza por no parar hasta conseguir lo que desea. Uno de ellos fue publicar un libro de su autoría, y este año lo cumplió. Hace unos meses lanzó: "El cuerpo que soñé, odié", que resume en 134 páginas su historia de lucha contra los trastornos de la conducta alimentaria. El libro no pretende ser un "manual" de todo lo que hizo para enfermarse, sino que resume el proceso y hace énfasis en la recuperación, con un mensaje esperanzador para quienes padezcan este tipo de trastornos.
El libro puede conseguirse en Mercado Libre o bien a través de su cuenta de Instragram, espacio que creó hace cuatro años con el objetivo de promover la alimentación saludable y la aceptación de todos los cuerpos. Allí publica a diario contenido motivacional, además de recetas fáciles y sanas.