La tragedia de Milagros, la nena santafesina de 12 años que murió en cámara cuando, se cree, realizaba un reto viral de Tik Tok (conocido como blackout challenge, o “desafío del apagón”) y se filmaba al momento de ahorcarse con la intención de desmayarse para luego contar la experiencia, reabre la discusión sobre los riesgos de un mundo digital sin control.
Blackout challenge
El “éxito” de estos desafíos virales que seducen en la infancia y adolescencia, y que generan seguidores y likes, podría explicarse de muchas maneras. Pero si nos centramos en lo que dice la ciencia, se entiende que el consumo de contenidos tecnológicos estimula el circuito dopaminérgico de recompensa y satisfacción, y genera conductas adictivas. Por eso, en parte, las plataformas que utilizan la inteligencia artificial para ofrecer recomendaciones ajustadas a lo que se busca son un boom.
Tik Tok es la versión internacional de la aplicación Douyin, creada en 2016 en China, lanzada para iOS y Android en 2017 y disponible en más de 150 países en 2018. En cinco años superó los 1.200 millones de usuarios (1,5 millones en Argentina), de los cuales un tercio son menores de 18 años.
La app donde se crean y se difunden videos cortos exige tener al menos 13 años para registrarse y hasta los 15, las cuentas de usuarios son privadas y tienen restringidas algunas funcionalidades.
Tik Tok es básicamente un espacio de entretenimiento, pero allí también ocurren cosas no deseadas, como acosos cibernéticos, discursos de odio y discriminación o la promoción casi invisible de comportamientos adictivos (estas redes, por ejemplo, son prohibidas por los médicos en los tratamientos de bulimia y anorexia y de otras adicciones).
Pero es la muerte en cámara de Milagros la que ha puesto en alerta a organizaciones e instituciones que trabajan con infancias y adolescencias en todo el país. La Sociedad Argentina de Pediatría, por citar un caso, advirtió que este tipo de desafíos virales pueden desencadenar comportamientos problemáticos y alteraciones en la memoria y en la atención, síntomas de ansiedad y de depresión y tics.
En Córdoba, todavía de manera aislada, algunos profesionales instan a crear redes para acompañar a los chicos en entornos digitales y proponen, aún tímidamente, la apertura de espacios de discusión sobre ciudadanía digital y aprendizaje para estudiantes y familias en las escuelas.
Denuncia a las plataformas
En Estados Unidos, el distrito de escuelas públicas de Seattle, el mayor del estado de Washington, presentó días atrás una demanda en contra de los gigantes tecnológicos que gestionan a TikTok, a Instagram, a Facebook, a YouTube y a Snapchat culpándolas por el deterioro de la salud mental y trastornos de comportamiento (ansiedad, depresión, anorexia) entre los jóvenes.
La denuncia se enfoca en que las empresas crean aplicaciones que “explotan los cerebros frágiles” de niños, niñas y adolescentes a fin de maximizar el tiempo que pasan con sus plataformas y aumentar las ganancias. Esta afirmación, de la que se hizo eco la prensa internacional, habría surgido en parte de un documento interno de Meta que revela que la empresa es consciente de que las fotos y videos en Instagram contribuyen a que una de cada tres adolescentes tenga un mal concepto de su cuerpo y las pone en riesgo de sufrir trastornos alimentarios.
Los demandantes refieren que en una década aumentó en un 30% el número de estudiantes de escuelas públicas que se sintieron “tristes o desesperanzados casi todos los días” durante dos semanas. De esta manera, las autoridades escolares pidieron a la Justicia que ordenara a las compañías que dejaran de provocar daños, que pagaran para brindar educación preventiva y tratamiento por uso excesivo y problemático de redes sociales.
Qué se puede hacer
Los profesionales de la salud recomiendan a los cuidadores que se involucren, conozcan las redes y aplicaciones y acompañen a los chicos hasta que logren autonomía. Plantean educar con el ejemplo, consensuar tiempos y calidad de uso (y, por qué no, animarse a un detox tecnológico), controlar los contactos y contenidos que consumen, estar atentos a lo que publican y a quiénes son sus influencers, hablar de los peligros y de las consecuencias más allá de la satisfacción inmediata y de la huella digital que deja cada una de las acciones en el ciberespacio, que no se ven pero existen.