Brisa Molina fue mamá otra vez el 28 de julio de 2024, pero en la habitación que preparó para Jordan, su nuevo bebé, todavía atesora en el placard toda la ropita que había preparado para Melody.
“Estoy mal. Nunca jamás voy a superar la muerte de mi beba. Es un daño muy grande el que me causaron. La pérdida de un hijo nunca se supera, sólo se aprende a vivir con el dolor, yo me siento así”, dice. No quiere hacer declaraciones públicas, pero acepta hablar por chat con este diario.
Melody nació el 6 de junio de 2022 a las 4.28 de la madrugada. Pesó 3,520 kilos. Era preciosa, estaba rozagante. Pero vivió apenas 18 horas y 15 minutos. Desde la tarde ella y su mamá notaban que la beba se iba a apagando, hasta que a la noche Brisa se dio cuenta que ya no respondía. La llevaron a emergencia en lo que fue el día de quiebre en el Neonatal: cuatro bebés se descompensaron y sólo dos lograron sobrevivir. Esa guardia del lunes fue fatal. Melody fue la última que falleció en esta serie fatal que hilvanó 13 ataques a bebés y que tienen a Brenda Agüero acusada como autora material de los pinchazos y a 11 funcionarios por no haber actuado a tiempo para detenerla.
Sobre Melody se hizo una autopsia judicial: la causa eficiente de la muerte fue un colapso posneonatal debido a la hiperpotasemia.
Brisa tenía entonces 17 años. Era su primer bebé, no esperado. Le llevó varias semanas decirle a su mamá que estaba embarazada. Cursaba el último año del secundario cuando nació Brisa. Creció de golpe y pasó por la experiencia más fatal que le pueda tocar a una mamá.
Habló algunas veces por los medios apenas se hizo público el caso, pero después se llamó a silencio. Quedó enojada, muy enojada. “Para este juicio espero que se haga justicia. Después de dos años y medio de haberme quedado con los brazos vacíos y un cuarto armado, voy a tener frente a frente todos los que a mi hija le arrebataron la vida y a mí me la cagaron”, escribe.
Dejó el fútbol, que era su gran pasión y el plan de todos los sábados a la tarde. Con todo esto, terminó dejando la escuela en el último año. “Jordan es mi todo. Sólo se aprende a convivir con el dolor y Jordan me está enseñando, él está curando algo que nunca rompió”, dice.
Brisa vive en Villa Azalais, con su mamá y hermanas. Se atendió por primera vez en el dispensario del barrio, sobre la calle Milán, pero no le gustó. Decidió controlarse en Colonia Tirolesa, siempre le tocó el mismo médico. Pagó con lo que no tenía por dos ecografías y por la 5D a los seis meses, porque quería saber el sexo de su bebé. A los siete meses de embarazo, pasó al Neonatal. Pero para este nuevo bebé se fue a la Maternidad provincial: no quiso volver al Neo.
El domingo 5 de junio de 2022 perdió el tapón mucoso y empezó con contracciones, algo espaciadas. Su mamá se había ido a trabajar, así que la mamá de una amiga la acompañó al hospital al mediodía. Le dijeron que tenía dos centímetros de dilatación, que se vaya a su casa y vuelva cuando tuviese cinco. ¿Cómo podría saber eso ella? Se fueron, pero a las 16 no aguantaba más. Esta vez su mamá, Romina, la pudo acompañar. Tenía tres de dilatación, le dicen que se vuelva a su casa. No tenían plata, así que se quedaron con el frío de junio en el patio del hospital, caminando con contracciones.
A las 19 no aguantó más los dolores y entró de nuevo. Por fin tenía cinco de dilatación, la pasaron a sala de preparto. Ninguno se presenta con su nombre. Se acuerda que una enfermera bajita, de colita alta de pelo oscuro –después la reconocerá como Brenda– la trataba mal. “Me acuerdo que me preguntó cuánto tenía de dilatación y cuando le dije que cinco me respondió ‘uh, cuánto te falta todavía’”, declaró alguna vez.
A medianoche rompió bolsa y a las 4.28 nació Melody. Brenda Agüero estaba ese día asignada a la sala de recuperación. A eso de las 7 de la mañana del lunes la pasaron a la habitación común. Una enfermera le colocó las vacunas de la BCG y de la hepatitis. A las 12 volvió la abuela, que empezó a advertir que su nieta estaba con las manitos frías, algo apagada.
Ambas contarán después que les dijeron a las enfermeras que la beba no quería la teta y que dormía, pero le decían que era normal. Pasaron las horas, su mamá se fue y como a las 22 con Ludmila, su compañera de habitación en la 108, advirtieron que Melody no se movía. Llamaron a los gritos a la enfermera, que pasaron a la beba a la UTI. Esa guardia deberá atender ese día cuatro descompensaciones inexplicables, de bebés nacidos sanos con más de tres kilos de peso. Dos no pudieron ser salvados. En la última, el caso 13, una médica advirtió que el potasio les estaba causando la muerte. Ella dirá después que en ese momento se le cruzó que podía ser intencional el exceso de potasio y pudieron revertirlo. Fue con Pilar, que quedó con secuelas, pero vivió.
Una enfermera le explicó a Brisa que a la beba le había dado un paro y que no entendían por qué. A la 1 las dejaron subir a terapia: la vieron entubada, en incubadora, con una sonda en el pupo. “De la panza para arriba estaba toda morada, con las manos, las piernas y los pies blanquitos”, contó entonces. Después de velarla y enterrarla en Parque Los Álamos, Brisa en su casa revisó la ropa de Melody y encontró una manchita de sangre en la espalda, en el medio, debajo de la nuca, como del diámetro de una lapicera. Ahora quieren justicia. El papá de Melody es también el papá de su nuevo bebé.
Ahora sólo encuentra refugio en Jordan. “No trabajo, no puedo dejarlo con nadie si no es mi mamá y ella trabaja”, dice. Los dolores no pasan, apenas se aprenden a llevar.