El servicio de traslados penitenciarios y hotelería del complejo carcelario de Bouwer tuvo, el último año, apenas dos huéspedes venidos de otras provincias. El más conocido es Roberto José Carmona, el asesino múltiple que en su última estadía huyó y volvió a matar en Córdoba. El otro es un preso alojado en una cárcel de San Juan que desde hace varios años -como Carmona- viene a Córdoba para poder tener contacto con sus seres queridos.
¿Por qué no pasó nada noticiable con el preso que viene de San Juan? A diferencia de la autorización que recibió Carmona de ir a la casa de su esposa nueve horas, durante tres días, en barrio Las Violetas, el detenido que viene de San Juan nunca sale de la cárcel. El juzgado de ejecución penal que una vez al año envía a ese preso le permite recibir, como cualquier otro detenido, visitas de sus familiares dentro del complejo penitenciario.
Hay presos cordobeses que también viajan. Pero como el venido de San Juan, “paran” en otras cárceles, nunca en los domicilios de sus parejas como el peligroso Carmona. Viajan a penitenciarías de San Juan, Mendoza y Buenos Aires. Uno, una vez al año; otros, un par. En esos casos, la custodia del Servicio Penitenciario de Córdoba organiza los traslados, se ocupa de que no existan riesgos de fuga ni de seguridad del propio detenido en el trayecto y lo entrega a sus pares de otra cárcel, donde puede ser “anfitrión” de sus familiares, siempre intramuros.
Desde 2015, el ahora juez jubilado Juan Cima, entonces a cargo del Juzgado Penal 2 de Chaco, dispuso que el asesino múltiple Roberto José Carmona, condenado a reclusión perpetua, visite en su casa tres veces al año -en abril, agosto y diciembre- a Angela Etudie, su pareja, con quien se casó cuando ya estaba preso.
La decisión de Cima, fundada en que Carmona llevaba cuatro años trabajando en una granja semiabierta y nunca había intentado fugarse, no fue revisada cuando provocó un incidente en ese lugar y fue devuelto a la cárcel, ni cuando Cima se jubiló y fue reemplazado por quien hoy es objeto de todos los cuestionamientos, la jueza Ligia Duca, quien heredó el beneficio a Carmona y no lo revisó porque nadie le pidió que lo hiciera.
Este beneficio concedido a Carmona no sólo parece ir en contra del sentido común, sino que es marcadamente inusual. No es, ni por asomo, la regla para este tipo de situaciones en las que un detenido debe purgar condenas por crímenes cometidos en lugares alejados de sus familias.
Se explicó esta excepción por la fragilidad del estado de salud de un hijo de Angela, la esposa de Carmona, que es cuadripléjico y está a su cargo. Si había otra solución -como facilitar en su ausencia cuidados alternativos con equipos de salud-, esto no fue revisado por quienes firmaron 18 permisos idénticos hasta que Carmona, en el número 19, volvió a matar.
Así como la jueza Luca dijo que no lo cambió porque nadie se lo pidió, el Servicio Penitenciario cordobés devolvió la pelota: dice que no podía hacer nada. No pudo objetar una decisión de un juzgado de otra jurisdicción. De hecho: no puede objetar ninguna decisión ni de un fiscal ni de un juez; sólo tiene que aplicar lo que se le ordena.
Tampoco estaba obligado el SPC, como fuerza de seguridad independiente, a informar de la presencia de un preso de reputada peligrosidad a la Policía. La jefa de Policía de Córdoba, Liliana Zárate Belletti, buscó despegar a su fuerza de cualquier responsabilidad en el crimen que cometió un Carmona insólitamente libre, denunciando que nadie había informado de la llegada del preso a la provincia. No sólo no se le informó en esta ocasión: tampoco ocurrió las otras dos veces que lo hizo este año, ni las 18 oportunidades, en total, que Carmona hizo el mismo viaje, autorizado por la Justicia chaqueña, desde 2015 a esta parte.
El SPC, explican desde el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Córdoba, no tenía tampoco por qué ofrecer alguna solución alternativa a los onerosos e inseguros traslados y custodias chaqueños, como habilitar, durante la estadía de Carmona, el espacio para que reciba las visitas, en lugar de salir a barrio Las Violetas. O sugerir, como bien indica en su análisis Francisco Panero, que en lugar de trasladar a Carmona, se lleve a su pareja a su lugar de reclusión de por vida, en Chaco, sin malgastar recursos y tiempo de trabajo de custodios y, fundamentalmente, sin generar situaciones de peligro para otros.
El cuello donde hincó su faca otra vez Carmona era el de un trabajador, un padre, un hermano, un hijo: el taxista Javier Bocalón. Este fue asesinado por cruzarse en el camino de una persona que antes ya mató tres veces, fue condenada de por vida a la cárcel porque se pensó que jamás se podría recuperar y una medida que nadie pudo contrarrestar -o nadie se puso a pensar cómo hacerlo- generó las condiciones para que tuviera la ocasión de volver a matar.
Es difícil asumir que hay personas “escorpión” que, como cuenta el famoso relato, matan incluso al sapo que les ayuda a cruzar el río porque eso está en su condición. Pero en este caso, tal vez sólo en este o en un puñado que son como este, corre la carga de invertir la prueba. Y que quien asume por todos el peligro, sea fiador y garante porque creyó lo contrario.
