Cualquiera que viva en la ciudad de Córdoba desde hace más de 20 años puede dar cuenta de una sensación cada vez más extendida: las noches ya no refrescan como antes y el calor parece quedarse atrapado entre el cemento. Esa percepción cotidiana ahora tiene respaldo científico.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) confirmó que el fenómeno conocido como “isla de calor urbano” (ICU) se intensificó de manera sostenida en la capital provincial durante las últimas dos décadas, profundizando el impacto del aumento de temperaturas que ya genera el cambio climático.
El trabajo, publicado en la revista científica The Journal of Climate Change and Health, analizó la dinámica temporal y espacial de las islas de calor urbano en la ciudad entre 2003 y 2022, a partir de imágenes satelitales y mediciones en territorio.
Los resultados son contundentes: el 44,8% de la superficie de Córdoba registró un aumento significativo del calor durante la noche, mientras que un 12,8% lo hizo tanto de día como de noche.
Las islas de calor urbano son zonas de las ciudades donde la temperatura es más elevada que en áreas rurales o periféricas cercanas.
No se producen al azar: están directamente asociadas a la concentración de edificios, el asfalto y el cemento, materiales que absorben y retienen el calor, al tráfico, al uso de aires acondicionados y a la actividad industrial. A eso se suma un factor clave: la escasez de árboles y vegetación que ayuden a refrescar el ambiente.
Calentamiento nocturno
Según el estudio, lo que se observa en Córdoba es un calentamiento nocturno sostenido a lo largo de los años, combinado con variaciones estacionales durante el día.
En diálogo con UNCiencia, la investigadora María Lila Asar, segunda autora del trabajo e integrante del Departamento de Matemática de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (FCEFyN), explicó que “la tendencia más marcada en estas dos décadas es un calentamiento nocturno generalizado, con un aumento promedio de 1,01 grados en la ciudad”.
Ese fenómeno se ve agravado por un proceso inverso en las zonas rurales. “Al mismo tiempo, las áreas rurales se enfriaron 1,23 grados, debido a la irrigación de cultivos, lo que amplió la brecha térmica entre el campo y la ciudad”, detalló Asar. El contraste hace que el efecto isla de calor urbano sea todavía más notorio.
El impacto no se distribuye de manera homogénea. El estudio señala que el calentamiento es más intenso en las zonas con mayor densidad edilicia, mientras que la vegetación leñosa,árboles y arbustos, funciona como un mitigador clave del calor. “La vegetación genera un enfriamiento significativo”, subrayó la investigadora.
En términos poblacionales, los datos son preocupantes. El trabajo concluye que el 89% de los habitantes de Córdoba está expuesto al aumento del calor nocturno, y que más de un tercio de la población sufre calor tanto de día como de noche.
Entre los sectores más afectados se encuentran numerosos hogares con necesidades básicas insatisfechas.
La diferencia térmica se vuelve evidente al comparar zonas urbanas y rurales. Durante las noches de diciembre, la temperatura promedio en áreas rurales ronda los 16 grados, mientras que en los sectores más urbanizados de la ciudad alcanza los 22 grados. Es decir, casi seis grados de diferencia durante la noche.

Consecuencias ambientales y sanitarias
El incremento de las islas de calor urbano no solo modifica la temperatura promedio de la ciudad, sino que también altera el funcionamiento de los ecosistemas urbanos.
El estudio advierte, por ejemplo, que estas condiciones favorecen la proliferación de mosquitos vectores de enfermedades, como el Aedes aegypti.
Investigaciones previas del mismo equipo ya habían demostrado que las altas temperaturas sostenidas influyen en el ciclo de vida de los mosquitos y de sus huevos.
Otro efecto es el aumento de la evapotranspiración de las plantas, lo que genera mayor estrés hídrico en un contexto donde el acceso al agua también se ve condicionado por la variabilidad climática.
En el plano de la salud humana, las consecuencias también son significativas. “Para que el cuerpo descanse, la temperatura ambiente debe descender por debajo de los 25 grados. Con el efecto isla de calor, llegar a ese umbral es más difícil porque la ciudad no alcanza a enfriarse lo suficiente durante la noche”, explicó Asar.
A eso se suma que las olas de calor, cada vez más frecuentes, intensifican los malestares asociados a las altas temperaturas.
Desde la UNC, incluso, se desarrolla un proyecto de extensión que analiza cómo deberían actuar la población y las instituciones frente a episodios de calor extremo, que se repiten con mayor frecuencia en la ciudad.
El cambio climático aparece como un factor adicional que puede reforzar el fenómeno. “Existe un riesgo real para la salud de los habitantes. Además, el cambio climático puede alterar los patrones de lluvia en Córdoba, con inviernos más secos y veranos más húmedos, lo que probablemente refuerce el efecto de las islas de calor urbano”, señaló la investigadora.
No obstante, separar los efectos del calentamiento global de los generados por la propia dinámica urbana no es sencillo.
“Hay interacciones que todavía no se comprenden del todo entre la forma de las ciudades, los materiales de construcción, la cobertura vegetal, el riego, las prácticas agrícolas y las influencias climáticas globales”, advirtió Asar.
Más árboles como estrategia clave
Frente a este escenario, el estudio remarca una estrategia central para mitigar el impacto del calor: aumentar la presencia de vegetación leñosa en la ciudad.
“Hay que plantar mucho. Hacen falta más árboles y arbustos, preferentemente autóctonos, porque dan sombra y son más resistentes a las condiciones climáticas particulares de Córdoba”, concluyó la investigadora.
























