Este domingo, en La Voz, publicamos una serie de notas y un video con un contenido muy fuerte: la confesión que hizo desde la cárcel Fernando Albareda, asesino de su madre, Susana Montoya.
Para refrescar el caso: en agosto del año pasado, apareció muerta, de manera cruenta, Susana Montoya, de 75 años. Apenas se conoció su identidad, el tema se convirtió en asunto de Estado. Susana era la viuda de Ricardo Fermín Albareda, un policía torturado y asesinado en la dictadura, cuyos restos aún continúan desaparecidos. Su hijo, Fernando, fue el principal motor de esa causa por delitos de lesa humanidad.
En esas primeras horas, tras la aparición del cuerpo de Susana Montoya, su hijo Fernando Albareda encabezó un pedido de investigación por un ataque que parecía tener una enorme gravedad para la democracia. Pocos días después, él fue detenido, acusado del homicidio.
Desde entonces, Fernando Albareda está encerrado en un sector de los pabellones E del Módulo 1 del Complejo Carcelario de Bouwer, uno de los lugares que se describen como “VIP”, porque tiene un perfil de detenidos diferente al grueso de la prisión.
El contacto interno
En esos pasillos, Fernando conoció a Luis Ortiz, un periodista que está detenido y que colaboró como fuente en algunos informes publicados por La Voz. Fernando habló con Luis, y Luis habló conmigo. Como lo hace casi todos los días, en una comunicación que dura exactamente el tiempo que tiene autorizado para usar el celular de uso común: 10 minutos.
“Reportó desde Bouwer, Luis Ortiz”, dice, invariablemente, como chiste final.
Casi todas estas llamadas son para charlar un rato. Pero un día me contó que estaba conmovido por un relato: el que le hizo, en su celda, Fernando Albareda. Al otro día, me pasó con él, y por segunda vez hablé con Fernando. La primera había sido el mismo día de la muerte de Susana, en una conversación telefónica rarísima, en la que el objetivo periodístico era confirmar la identidad de la víctima.
Hablamos un par de veces más por teléfono, hasta que acordamos hacer esta nota. Eso fue hace casi dos meses. Lo que siguió fue pedir autorizaciones para ingresar con cámaras al penal con el Servicio Penitenciario, que a su vez pidió permiso a la fiscalía que investigaba la causa. Eso se consiguió para un día, a una hora, hace casi dos semanas, pero los abogados de Albareda hicieron que esa primera cita se cayera porque faltaba una resolución de una nulidad en la Cámara de Acusación.
Luego de ese fallo, finalmente se hizo la entrevista. Fue el lunes 2 de junio. Yo había leído todo: la causa Albareda, de la desaparición y muerte de su padre; la prisión preventiva y la confirmación del Juzgado de Control; las notas periodísticas del caso.
Creía que me sentía preparado, hasta que la entrevista comenzó y me encontré frente a una persona rota y, al mismo tiempo, muy conciente de qué quería decir. De este lado, como periodista, yo sabía a dónde tenía que llevar la conversación; al mismo tiempo, debía cuidarme de quebrar a una persona que no dejaba de sollozar y de limpiarse la nariz con dos pañuelos descartables que a los 10 minutos de una hora de entrevista eran un papel mojado inservible.
En la nota final, se presentan sin alteración las palabras de Albareda, agregando el contexto, consignando la evidencia y el avance judicial, y mencionando cuál es el presente del reclamo económico que, para el fiscal, es el motivo del crimen.
Todo eso está en la nota central y en las notas secundarias. Y su palabra, sin cortes, está en el video.
La riqueza de los personajes está en su complejidad, suele decir el escritor español Javier Cercas, autor de varios libros, el último sobre el papa Francisco, Jorge Bergoglio, El loco de Dios en el fin del mundo.