Vivimos en un mar de vínculos. Rodeados por otros. Armamos instituciones para nuestro crecimiento y bienestar: familia, escuela, clubes, gremios, sindicatos, partidos políticos, Estado.
Obviamente que la primera es la familia. Es la escena fundante de la personalidad y de los primeros aprendizajes. Con o sin la presencia de hermanos, hay que aprender a convivir con otros.
No se trata de saberes innatos. El recién nacido es un ser amoral, sin ética, sin la menor idea de lo que está bien o mal.
Si no lo educaran, quedaría en estado salvaje. Es a pura función materna y paterna, a puro amor y límite, que va aprendiendo tiempos y espacios, hábitos, modales, rutinas: esto no se hace, esto no se dice, no pegues, no muerdas, prestá los juguetes, no grites, escuchá, no mientas...
Para que ese trabajo llegue a un buen resultado, hacen falta padres en tiempo y forma.
Tiempos en casa
Hoy la familia está en crisis. Con desocupación o con hiperocupación. Y muchos niños solos, transitando una infancia donde a veces lo virtual tiene más peso que lo real.
La familia parece un encuentro de vidas privadas, donde cada quien está en su mundo y hay escaso tiempo para compartir, dialogar, mirarse, encontrarse, jugar.
Si la función de la familia no se cumple, llegan a la escuela niños no educados, sin límites y sin conciencia del otro como semejante. Ahí empiezan los problemas.
El otro es mi semejante en lo humano (no es un objeto) e igualmente sufre si lo humillan, agreden, burlan, golpean, aíslan o discriminan.
Pero, a su vez, es mi semejante diferente: puede desear, pensar, sentir o querer jugar distinto a mí.
No habría grietas (en todos los sentidos) si esto fuera así.
Hoy, para muchos, el otro es un potencial enemigo. No solo nos separamos con rejas, alarmas o muros, sino también con prejuicios que hacen que el encuentro humano sea difícil.
Tan fuerte es la necesidad de vincularse que para muchos autores hasta la violencia es una búsqueda desesperada de encuentro: un llamado al otro.

Después de la familia, la escuela
Si no pudo la familia, queda la escuela, como segunda escena de socialización que se ofrece a hospedar las nuevas generaciones para trasmitirles la cultura.
Como toda institución formada por seres humanos, aparecen todas las emociones posibles en el amplio abanico entre el amor y el odio.
La que más juega en contra de la convivencia es la intolerancia al diferente, y eso provoca malestares y desencuentros.
El panorama se complica aún más si el alumno no le encuentra sentido a la escuela, la familia no acompaña y el docente pierde su deseo de enseñar.
Hoy más que nunca el desafío de la escuela es transformarse en un lugar donde, además de transmitir cultura y valores, las nuevas generaciones aprendan a convivir, a pensar y a hacer con otros.
La educación es una transmisión entre generaciones. No se trata de enseñarles a los más nuevos el arte de vivir como si fuésemos los dueños del saber, sino de acercarles todos los mundos posibles, pero no como una imposición, sino como un pasaje que invita a renovarlos.
En esa transmisión, más importante que el contenido es la presencia en cuerpo y alma; una presencia preparada para alojar lo diverso, lo extraño, los enigmas que porta el otro.
Las nuevas subjetividades necesitan docentes y directivos que se alejen de posturas nostálgicas –eso de “alumnos y padres eran los de antes”–, como así también de visiones condenatorias y moralizantes o de la naturalización de la violencia, para ir al encuentro de nuevas formas de vincularse.
Es responsabilidad de la escuela encontrar el modo de producir un proceso educativo con vínculos democráticos, con altos niveles de participación de todos los actores, consensuando normas y sanciones.
Convivencia escolar
Un desafío es cómo armar un proyecto de convivencia escolar. Sería de tremenda soberbia intelectual dar una respuesta, ya que no hay modelos.
Cada comunidad educativa tiene que armar el propio, tratando de conformar una nueva alianza escuela-familia en la que se entienda que educar es un trabajo recíproco, y entre todos generar un proyecto que sea revisable y susceptible de modificar según las circunstancias.
Todo se facilitaría con un real acompañamiento del Estado que vuelva a poner la escuela de pie y la dote de todo lo necesario para su trascendental función.