El jueves pasado, la Justicia Federal de Córdoba condenó a Néstor Simone a 20 años de prisión por asesinar a Yamila Cuello, aunque su cuerpo nunca fue encontrado. Hace 15 años que su hermana y su familia la buscan sin descanso.
Aunque la prueba evidente del fallecimiento de una persona es el cadáver, quedó demostrado nuevamente que para la Justicia no es impedimento para comprobar un crimen.
El año pasado, la Justicia provincial condenó a Santiago Campos Matos por asesinar a Anahí Bulnes.
En ese caso, la Justicia no esperó 15 años para condenar: los indicios se recabaron poco después del asesinato; entonces se pudo hallar evidencia muy importante como sangre con el ADN de Anahí en el departamento del asesino, cámaras de seguridad que los ubicaban juntos el día de la desaparición y hasta el momento en el que entraron al departamento.
Los registros de las cámaras de seguridad siempre tienen un límite de días para revisarse; por ende, también es importante la celeridad. A través de las cámaras se pudo conocer también que Campos Matos sacó el día posterior bolsas de residuos en distintos horarios. Todo fue un rompecabezas que pudo determinar que luego del asesinato, la desmembró y se deshizo de su cuerpo en la basura.
En el caso de Yamila, las impericias del inicio de la investigación dificultaron toda la investigación posterior. Secuestraron su celular un mes después, cuando una “amiga” de Yamila borró todo su contenido, y secuestraron el auto de Simone pero no lo peritaron.
Cámaras de seguridad no había en 2009, pero sí se rescataron los registros de las llamadas de los últimos minutos en que Yamila fue vista con vida y se comprobó que estuvo con Simone.
El contexto en este caso fue clave: una violencia de género brutal ejercida durante años y por un hombre 20 años mayor que ella. Numerosos testimonios dieron cuenta de esa violencia.
Otro caso: en 2015 condenaron a Jorge Omar Rinaldi por asesinar a Andrea del Fa Svolos, quien fuera su amante, en un hecho que conmocionó a Laboulaye. Andrea estaba embarazada. La Justicia, aun sin el cuerpo, pudo condenar a Rinaldi sobre la base de indicios y de la reconstrucción de las últimas horas de Andrea, al igual que pasó con Yamila.
Los tres fueron femicidios, aunque sólo el de Anahí tuvo esa carátula, ya que los otros dos fueron anteriores a 2012, cuando la figura fue incorporada al Código Penal.
Nunca hubo impedimento en la Justicia para condenar sin cuerpo, pero sí hubo un cambio de paradigma y de concepción para comenzar a ejecutar condenas basadas en indicios.
El primer caso en Córdoba fue el del “Gaucho” Vera, asesinado por su hermano Egidio Ariel Vera en abril de 2001. Egidio fue condenado en 2012 a 10 años de prisión a pesar de que el cuerpo de la víctima nunca apareció.
Un indicio aislado puede no decir mucho, pero la suma de indicios y el contexto de víctima y victimario adquieren un peso probatorio capaz de llegar a una condena.

El silencio de los asesinos
Aunque hay ejemplos de condenas sin cuerpo, y eso alivia el dolor de las familias que duelan sin tumba, lo que más ensordece en estos casos es el silencio de los asesinos.
A pesar de las largas y fuertes condenas que reciben, nunca dicen dónde escondieron a sus víctimas. Se llevan con ellos el secreto.
La sociedad argentina guarda una historia muy sensible con la figura del desaparecido. Padecimos la dictadura más cruel, con miles de muertos. Fue el mismo expresidente Jorge Videla quien respondió a la pregunta de un periodista diciendo que el desaparecido no está “ni muerto ni vivo”, una respuesta que puede enloquecer a un familiar que busca un ser querido.
Gran parte de los responsables de esa dictadura fueron y son condenados, pero ninguno de ellos rompió el silencio. Ninguno se atrevió a tener un gesto de humanidad para con esas familias que necesitan para su proceso de sanación una tumba donde ir a llorar. Tampoco con quienes buscan a sus nietos apropiados.
Esperar un gesto de humanidad de un asesino parece ser demasiado; por eso la respuesta de la Justicia adquiere aún mayor relevancia, para no dejar impunes a quienes ejercieron los crímenes más macabros, al punto de que nadie pueda ni encontrar los cuerpos.