Hace 120 años, la palabra turismo era extraña: no se entendía bien a qué aludía. Asomaba como un exótico lujo de clases aristocráticas muy reducidas, alejado de los hábitos culturales y del alcance económico de las inmensas mayorías.
En 1904, justo cuando La Voz del Interior nacía, cerraba por quiebra el hotel Edén, en una aún inexistente La Falda. Había sido construido por el alemán Robert Bahlke, quien imaginaba convocar a élites porteñas y europeas al entonces virgen valle de Punilla. Lo había inaugurado apenas unos años antes, en 1898.
En esa región, la pionera del turismo serrano cordobés, en 1886 había hecho punta en La Cumbre el hotel Cruz Chica, de inconfundible estilo británico. Su nacimiento fue también anterior a esa localidad.
Hacia 1900, el sacerdote José Gabriel Brochero, hoy santo de los católicos, convencía a doña Anastasia de Merlo a que instalara en su campo serrano una casa de huéspedes: fue la que dio inicio, años después, al surgimiento de Mina Clavero.
Los hoteles para hacer turismo se contaban con una mano en el amanecer del siglo 20. Parecían proezas de pioneros, en tierras donde no había casi habitantes ni caminos para llegar.
Como con el nacimiento de tantas localidades cordobesas, fue el tren el que aportó un envión clave para alimentar el sueño de traer turistas a estas tierras. Con las nuevas vías nacía, por ejemplo, el Sierras Hotel en Alta Gracia, en 1908.
En ese mismo año, en las inhóspitas llanuras pegadas a la muy salada y gigante laguna Mar Chiquita se levantaba el primer hotel de un pueblo que quería llamarse Miramar: eran 20 habitaciones en adobe, modelo “rancho”.
Mientras, en 1911, otros alemanes se hacían con el Edén Hotel: eran los Eichorn, a quienes la historia los haría conocidos por su estrecha relación con Adolf Hitler y el nazismo, y porque para financiar ese enorme hotel recurrieron a lotear sus alrededores: nacía como resultado el pueblo de La Falda.
En la ciudad de Córdoba vivían entonces más de 90 mil personas, que veían florecer nuevas avenidas y contaban con hospitales, escuelas, una universidad, teatros y algunos hoteles. Pero nadie hablaba de turistas para referirse a sus huéspedes.
Villa Carlos Paz era nada entonces. La ciudad que hoy es el mayor destino turístico cordobés vio parir su primer hotel entre 1915 y 1918: era un albergue con el que buscaban tentar a las familias más adineradas de la cercana Capital, aprovechando que se abría el rústico camino de las Altas Cumbres.
Y el tren, otra vez: como las vías ya unían Buenos Aires con Villa Dolores, en 1925 el también alemán Juan Krütli inauguraba el hotel Loma Bola, antes de que naciera el poblado de La Paz, del que ahora forma parte, en Traslasierra.
Pero el turismo era un hecho aislado, extraño, un nicho demasiado minúsculo.
Hacia 1930, por ejemplo, ni siquiera existían localidades que menos de un siglo después serían de las principales convocantes de turismo en la provincia. Por caso, Villa General Belgrano y La Cumbrecita, entre otras, no habían sido ni fundadas.
La salud como semilla
Las enfermedades contribuyeron a crear el gen turístico cordobés. O, mejor dicho, los servicios creados para alojar huéspedes por razones de salud.
Primero fue en Miramar, donde atraídos por los barros de la laguna para aliviar dolencias, fueron llegando visitantes de varias provincias. Se iniciaba allí el turismo de salud, con un fuerte desarrollo desde la década de 1930. Tanto que, hasta la de 1970 (cuando una inundación por la crecida de la Mar Chiquita la devastó) fue Miramar la localidad con mayor capacidad de alojamiento en esta provincia.
Hasta la década de 1950, los viajes de salud eran el principal motivo que traía visitantes a Córdoba. En tren, desde la Capital a Capilla del Monte, el valle de Punilla crecía con esa movida: eran tiempos en que los pasajeros se tapaban nariz y boca al pasar por Santa María, donde un gran hospital, creado en 1900 y conocido como Sanatorium, concentraba las internaciones para la entonces temible tuberculosis.
Eran tiempos donde la medicina hablaba bondades del aire serrano para las afecciones respiratorias. Varias casas de huéspedes fueron surgiendo para atender esa demanda.
La bisagra, en los ′50
La década de 1950 fue una bisagra para el turismo en la Argentina. El gobierno de Juan Perón avanzaba con las vacaciones pagas y fomentaba la creación de hoteles sindicales, que por entonces se multiplicaron en la zona serrana. Punilla y Sierras Chicas tuvieron su primera explosión de turismo por esos años, con un fuerte desarrollo de establecimientos gremiales.
Pronto, a los hoteles sindicales se sumaron los privados. Variaba el cuadro: hacer turismo ya no era una exclusividad de clases altas, sino un nuevo hábito de las crecientes clases medias. Desde allí, la historia fue otra y se hizo masiva.
Nacía también, en 1952, el complejo hotelero estatal de Embalse, un símbolo del turismo social.
De hecho, aún hoy, medio siglo después, el mayor porcentaje de camas disponibles en colonias sindicales (aunque ya no hayan crecido en las últimas décadas) está en las regiones de Punilla y Sierras Chicas: pura herencia de aquel pasado.
Lo más reciente
En las últimas décadas, el turismo se transformó en Argentina en un hábito de consumo cultural más. Córdoba, con eje en sus sierras, se fue transformando en el principal destino nacional de verano, junto a la costa bonaerense.
En 20 años –entre 2000 y 2020– se duplicó la cantidad de camas turísticas registradas que ofrecía esta provincia: de 78 mil a casi 157 mil, sin contar viviendas de fin de semana ni campings. El dato implica un salto: para colmar la capacidad actualmente, se requiere el doble de turistas que dos décadas atrás.
En los últimos 25 años, fueron Calamuchita y Traslasierra las regiones de mayor crecimiento, aunque Punilla se mantiene por lejos como el valle con mayor capacidad de alojamiento. En este período, la región de Sierras Chicas fue perdiendo su perfil turístico (para transformarse en ciudades-dormitorio de la cercana Capital) y Miramar de Ansenuza empezó a resurgir tras la debacle de la inundación de fines de los años ′70.
En las últimas décadas, se sumó cierta profesionalización de la actividad turística (la primera Escuela de Turismo fue creada en 1959 por Marcelo Montes Pacheco) y se fue desarrollando, sobre todo desde los años 1990, la oferta en espectáculos: ahí talla el teatro, con foco casi exclusivo en Villa Carlos Paz, y los mayores festivales de música, que impactan sobre lo turístico por su poder movilizante.
Los desafíos hacia adelante
Se estima que por año Córdoba moviliza actualmente a unos siete millones de turistas. De ellos, unos cinco millones se concentran en los tres meses de verano. Quebrar esa estacionalidad, que ya es menor a las de décadas pasadas, es uno de los grandes desafíos hacia adelante.
Hay otros: la necesidad de ir hacia un concepto de turismo sustentable es clave, ya que no hay en el mundo destinos turísticos con futuro sin ambientes, paisajes y recursos naturales preservados.
Asoma también pendiente el crecimiento de la tasa de turistas extranjeros que llegan a esta provincia: hoy es apenas el 2% del total que arriba a la Argentina.
Otro punto desafiante salta con los censos: habrá que evaluar cómo se compadece que las zonas de alto valor turístico en las Sierras sean, a la vez, las que mayor crecimiento demográfico vienen registrando en las dos últimas décadas. Ese impacto debiera empezar a ser abordado.