Cuando Natalia Contini buscaba botellas de vidrio con un carrito en los márgenes de una ruta, hace más de 30 años, no imaginaba que se convertiría en la intendenta de Anisacate. Ni en sueños. En diciembre asumirá ese cargo.
En su casa de esa localidad, vecina de Alta Gracia, narra su dura historia personal. Fue niña adoptada “de grande” y cuenta el amor de esa madre que le dio una “oportunidad”, junto con sus dos hermanitos. Y no puede dejar de relacionarlo con su proyecto de trabajar sobre “familia y adopción” en Anisacate.
Enfatiza, ahora, que su historia personal no fue tema de su campaña, ya que quería ofrecer a los vecinos propuestas que tenían que ver con quién era ella “en la actualidad”, sin victimizarse.
“Hay un estigma sobre adoptar a un niño grande. Es mirado como que está viciado o como que va a ser difícil incorporarlo a la familia. Pero creo que ese niño es mucho más permeable a ese amor de familia porque tiene una gratitud a esos papás que sabe que lo están eligiendo”, analiza Contini repasando su propia historia.
En diciembre asumirá como intendenta en representación de Juntos Podemos Anisacate, tras ser elegida por escaso margen de votos frente al oficialista Matías Cuello (del riñón del actual intendente, Ramón Zalazar).
Anisacate se acerca hoy a los 10 mil habitantes: es una de las localidades de mayor crecimiento poblacional de Córdoba en la última década.
En la actualidad, con 40 años, Contini es concejala, elegida por el PRO en 2019. Y cita como su referente nacional en la política a Patricia Bullrich.
La de Natalia es mucho más que una historia de superación.
“Ratitas”
Hace 40 años, Natalia nacía en el seno de una familia de barrio residencial San Roque, en Córdoba capital, cerca de un basural. Vivía con una mamá biológica joven, que se solía ausentar por varios días y quedaba bajo el cuidado de su abuela y de su abuelo (que falleció cuando ella tenía 3 años). En su primera casa vivía situaciones de violencia por parte de su mamá.
“Son recuerdos muy fugaces, veo los conejitos, las gallinas, los caballos. Según mi cerebro, vivía en el campo, pero resulta ser que mi abuelo era carrero”, rememora con una sonrisa sobre aquel barrio muy humilde con calles de tierra. La ahora intendenta electa explica que conoce las razones por las que su madre biológica se ausentaba, pero prefiere no ahondar en ellas. “Sólo agradezco que me dio la vida”, define.
Fue desde la muerte de su abuelo materno cuando su “vida en la calle” se hizo más habitual. Entre los 3 y 9 años juntó, con otras “ratitas” –como nombra ella a otros niños de manera cariñosa–, cartón o vidrio para vender. Es difícil imaginar a una niña tan pequeña “solita por la vida”, pero ella relata que en esa época el trato con los niños del barrio era otro.
A veces regresaba a la casa, pero volvía a escapar de la violencia. A veces, también, dormía en cajas de cartón en un espacio donde se apilaban. No estaba escolarizada. Era una niña al margen.
Otra vida
Su vida dio un vuelco a los 9 años, cuando Esther Contini tomó la decisión de adoptar a sus dos hermanitos biológicos menores (que ella desconocía). El caso se había judicializado. “Cuando se da esta situación, le dicen que hay otra niña. Y más grande. Era yo”, cuenta.
Esther no dudó y también la adoptó. Esther era empleada doméstica, viuda, con tres hijos, y decidió ahijar a tres hijos más. Gigante decisión.
Natalia y sus dos hermanos llegaron al nuevo hogar en otra época económica difícil de Argentina. Ahora, destaca que hubo mucha solidaridad por parte de los vecinos del barrio y de las familias donde trabajaba su mamá. “Llegaba con unas bolsas de consorcio negras con ropa y para nosotros era felicidad”, indica. Y relata las muchas situaciones a las que debió adaptarse tras haber vivido tanto tiempo sin normas de convivencia habituales.
“Esthercita, ¿qué vas a hacer con esa nena? No se adapta, ¿la vas a devolver?”, recuerda que le decían a su mamá por ella. “Tengo seis hijos, ¿cómo la voy a devolver?”, destaca que se plantaba su mamá.
“Me costaba horrores. Yo no entendía el concepto de sentarse a la mesa, de irse a dormir, del ‘tenés que ir al colegio’”, enumera sobre esa época. También, aunque soñaba con estar en la escuela (comenzó recién a los 9) y aprendía rápido, si algún niño la molestaba, saltaba el alambre del colegio municipal al que iba para buscar a su madre.
El salto
“Mi vieja falleció en 2019 y ahí fue la primera vez que me sentí huérfana”, precisa sobre su relación con Esther.
“Fue para nosotros un golpe muy duro. Después se vino la pandemia, con lo que eso significaba en nuestro duelo. Encontramos con mis hermanos la forma de acompañarnos. Cuando me pasa esto, ya en Anisacate yo tenía que asumir como concejala en diciembre de 2019″, puntualiza.
En la actualidad, entre sus planes para la intendencia, proyecta un programa sobre adoptabilidad, para el área de Familia del municipio.
En un sueño, su mamá Esther la incentivó a seguir. Desde entonces, no paró su carrera política.
Sus primeros trabajos fueron como empleada doméstica y vendedora. En la actualidad, es empleada de un banco. Años atrás ingresó a la carrera de Abogacía, pero, cuando su madre tránsito una enfermedad grave, debió volcarse aún más al trabajo y dejar la universidad. Natalia tiene dos hijos pequeños.
La mayoría de las parejas adoptantes quieren serlo con bebés recién nacidos. Consultada sobre qué le recomendaría a alguien que quiere ahijar a un niño grande, Natalia responde: “Pensemos cuando vamos a adoptar qué es lo que realmente queremos: ¿queremos ser padres o queremos reemplazar la reproducción biológica que no logramos con un bebé? Porque son dos cosas distintas. Si yo tengo la claridad de que quiero ser padre o madre, la edad no es un limitante, porque uno es padre o madre de sus hijos toda la vida. Todos necesitamos padre y madre. Ese el vínculo real que uno tiene que identificar”.
