En Argentina existen más de 200 especies de mosquitos. Sólo el Aedes aegypti es transmisor del dengue, el zika y la fiebre chikunguña. Si bien este insecto suele alimentarse durante las primeras horas del día y el atardecer, también puede buscar saciarse por la noche o en otras horas del día.
El dengue y la chikunguña son dos enfermedades víricas que presentan varias similitudes. Por ejemplo, ambas son transmitidas por mosquitos del género Aedes y presentan síntomas muy similares, lo que puede dificultar su diagnóstico. Sin embargo, hay diferencias importantes que pueden ayudar a identificarlas.
Cuál es la diferencia entre dengue y chikunguña
La principal diferencia entre las enfermedades es que el dolor de la chikunguña se concentra en las articulaciones. Mientras que el dengue causa predominantemente dolor muscular.
Además, algunos síntomas de la chikunguña duran unas dos semanas; sin embargo, el dolor articular puede permanecer varios meses.
La mejor forma de diagnosticar la enfermedad es a través de los análisis de sangre, que ayudan mucho en la diferenciación de los cuadros clínicos, ya que la caída de las plaquetas y la leucopenia (recuento de glóbulos blancos mucho más bajo de lo normal) son más significativas en el dengue.
El dengue, enfermedad endémica en muchos países tropicales y subtropicales, provoca síntomas como fiebre alta, dolor de cabeza, dolores articulares y musculares, erupciones cutáneas, náuseas y vómitos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En casos graves, la enfermedad puede provocar hemorragias y shock, que pueden ser mortales.
La chikunguña, una enfermedad menos común que el dengue, incluye síntomas como fiebre superior a 38,5 grados y aparición repentina de dolor intenso en las articulaciones de pies y manos. La afección también puede desencadenar dolor de cabeza, dolor muscular y manchas rojas en la piel. Alrededor del 30% de los casos no desarrollan síntomas.
Prevención, la clave
La mejor estrategia para prevenir ambas infecciones es eliminar los criaderos de mosquitos. Desechar todos los recipientes en desuso que puedan contener agua o evitar la acumulación de agua (dar vuelta, vaciar y cepillar frecuentemente, o resguardar bajo techo).
