Con el cierre del año escolar llega, casi como un ritual doméstico, una frase que muchos padres y madres escuchan a los pocos días de empezar el receso: “Me aburro”.
A veces aparece en chicos pequeños que ven cortada de golpe la rutina; otras, en adolescentes que pasan horas en el sillón con el celular como extensión de la mano.
El “me aburro” suele inquietar más a los adultos que a los propios hijos: dispara culpas, ansiedad y la sensación de que hay que “inventar” el verano todos los días.
La psicóloga Soledad Lascano, especializada en infancia y adolescencia y en orientación parental, propone correr el foco: el aburrimiento no es necesariamente un síntoma de desatención ni un fracaso de la familia.
En tiempos en los que la rutina programada y la estimulación constante parecen ser la norma, el aburrimiento suele vivirse como algo negativo. “Sin embargo, durante las vacaciones, que idealmente deberían ser un tiempo de descanso emocional, de ritmos más lentos y de menor exigencia, el aburrimiento puede pensarse como una experiencia necesaria”, plantea.
Durante el año, la agenda de muchos chicos está llena: escuela, tareas, deportes, cumpleaños, actividades los fines de semana.
“No queda mucho tiempo disponible para pensar ‘qué hacer’, ya está todo pautado”, explica Lascano.
Cuando la rutina entra en pausa, aparece el vacío. Y ahí, dice la psicóloga, puede activarse algo valioso: “Lejos de ser un problema, es un estado que habilita procesos internos fundamentales en el desarrollo de todo niño, tales como la imaginación, la creatividad, la autonomía y la tolerancia a la frustración. Cuando un niño se aburre, no es que esté fallando algo”.

No es entretener: es estar disponibles
La incomodidad, advierte Lascano, suele venir de una confusión frecuente en esta época: creer que la tarea de madres y padres en vacaciones es entretener permanentemente.
“El rol de los padres durante las vacaciones no es el de entretener, sino el de estar disponibles emocionalmente. Acompañar no implica dirigir el juego ni organizar cada momento, sino ofrecer presencia, límites y un marco de seguridad”, señala.
Eso no significa desentenderse, sino evitar la respuesta automática. Ante el “me aburro”, una intervención simple puede abrir otra puerta: “Validar lo que siente y devolver la responsabilidad de pensar qué hacer: ‘Ya sé que estás aburrido, ¿qué se te ocurre que podrías hacer?’”, propone.
Según la psicóloga, esa devolución favorece la iniciativa y refuerza la confianza en los propios recursos del niño.
Por su parte, la psicóloga Lorena Codosea, profesora de Psicología del Desarrollo Infantil (Facultad de Psicología de la UNC) y psicóloga infanto-juvenil, confirma que el tema se repite en consultorio cada fin de año.
“Se terminan las clases y comienzan las vacaciones: esto puede generar en muchas familias sentimientos encontrados. Por un lado, la necesidad de un descanso reparador; por el otro, preocupaciones vinculadas a interrogantes que aparecen en los momentos de ocio: ‘¿Ahora qué hago?’, ‘estoy aburrido’, ‘¿puedo seguir jugando a los jueguitos?, ¿me prestan la tablet?’”, describe.

Codosea agrega un punto que atraviesa la vida real de la mayoría: el receso escolar no siempre coincide con el receso laboral. “La gran mayoría de adultos deben continuar con sus actividades, lo que implica reestructuraciones y cambios en las logísticas familiares”.
En ese contexto, el aburrimiento de los chicos puede sentirse como un problema por resolver “ya”, en medio de trabajo, casa y cansancio.
Entre recuerdos de infancia y pantallas
En las conversaciones con adultos, Codosea detecta una comparación recurrente: “Nosotros jugábamos todo el día en la calle”, “íbamos de una casa a otra caminando o en bicicleta”, “ahora eso ya no se puede”.
Mientras tanto, las voces de niños y niñas suenan distintas: “Quizá dormir hasta más tarde”, “jugar a la Play más tiempo”, “descansar unos días y después ir a la pileta”, “quedarme en casa; a mí las escuelas de verano no me gustan, los profes te mandan a hacer cosas todo el tiempo”.
Para Codosea, vale recuperar el sentido original de las “vacaciones”: descanso temporal de una actividad habitual. No necesariamente viajar. Y ahí aparecen opciones simples: aire libre, juego con pares, creatividad, lectura, salidas cercanas.
“Clubes o centros recreativos pueden ser una opción porque permiten el encuentro con otros y te mantienen alejados de las pantallas. También la ciudad puede verse con ojos de turista: museos, paseos infantiles, parques, plazas”, enumera.
Además sugiere tener materiales al alcance para que el juego y la creación aparezcan sin demasiada preparación: hojas, lápices, tijeras, collage, origami; para más grandes, juegos de mesa, ajedrez, cartas. Cita una frase del pedagogo Francesco Tonucci: “Cuanto menos haga un juguete, más hará el niño”.
Tres casas, tres maneras de atravesar el verano
Andrés, papá de Roque (8), vive en barrio San Vicente y cuenta que el “me aburro” aparece, pero no domina la escena porque el niño está rodeado de primos, tíos y patio.
“Le propongo actividades. Cuando nos despertamos le pregunto qué le gustaría hacer, ideamos algún plan. Él ya tiene en la cabeza qué va a hacer mañana, pero no se lo digo antes para que no venga la ansiedad”, relata.
La clave, dice, es acordar horarios para ver a un primo o juntarse con un amigo “a la vuelta”, sumar ratos compartidos (fútbol, cartas, juegos de mesa) y supervisar cuando juega online: “Tengo que estar con él por eso”.
También detecta un pedido repetido que no es exactamente aburrimiento, pero que demanda que él lo acompañe: “Se le ocurre la idea, pero pide que la ejecutes: ‘Quiero pintar, buscame la hoja’, ‘imprimime un dibujo’”.
En Urca, Marcela, mamá de Nika (7), tomó una decisión drástica después de ver irritabilidad y nerviosismo vinculados al celular. “Se lo sacamos. Estuvo nervioso tres o cuatro días, reclamando. Después, vimos que estaba más atento, más colaborador en casa”.
Por eso Marcela y su pareja tomaron la decisión de que, cuando los visitan amiguitos de su hijo, les piden antes a los padres que los manden sin tablet ni celular.
En su casa, el televisor y YouTube siguen presentes, pero con límites (en un televisor sacaron YouTube). ¿Qué pasó cuando el “ruido” bajó? “En un momento se aburre y ahí hace cosas. Le gustan los bichos, junta bichos en un frasco. Le gusta la cocina: pela zanahorias, inventa comidas, hace juguitos con limón. Pide ayuda para alguna receta”.
También usa Alexa para música, juegos, sumas. “Sin celular está más colaborador, conversa más, pide lavar los platos. Creo que hay que pasar la primera semana del ‘me aburro’ y después ya no lo dice más”, describe. Para ella, una clave es no vivir el verano como un show permanente: “No le gestiono planes todo el tiempo”.
El escenario cambia con la adolescencia. Noelia, mamá de dos chicas de 13 y de 15, lo resume con honestidad: “El adolescente está en una etapa de ‘nada’: todo les da ‘paja’ (sic), como dicen ellos. Eso desespera más a los padres”.
Cuenta que durante el año había escuela, hockey, horarios; ahora se levantan al mediodía, se acuestan tarde mirando series y el celular puede ocupar horas. Ella entiende que el descanso es necesario, pero le preocupa que estén tiradas duranta cinco horas.
“La más chica es de buscar acción: empezó gimnasio. La otra todo el día: ‘Mamá, generame algo’”, dice. Para cortar la inercia, probó con cerámica: “Les gestioné que empezaran cerámica en el barrio y les gustó, se salen de la pantalla”.
También aparece la dificultad de la autonomía: “Son chicas y no da para mandarlas solas al shopping. Vamos al cine: ven la ‘peli’ solas y las mamás esperamos en un café”.
Noelia sostiene que a veces se juntan con amigas, pero no es cosa de todos los días. “Está bueno que se aburran, pero ¿haciendo qué? Ellas no se aburren porque están con las pantallas y es necesario sacarlas de ahí también", reflexiona.
Un vacío que enseña, si no se tapa rápido
Las dos psicólogas y el testimonio de Noelia coinciden en un punto: responder al primer “me aburro” con tecnología es tentador, pero no siempre ayuda.
Codosea lo define como un desafío actual: evitar que la pantalla sea el calmante inmediato, porque el aburrimiento también puede “catalizar creatividad, resolución de problemas y autonomía”.
Lascano suma que a veces el vacío incomoda más a los adultos: “Quizás sea bueno revisar las exigencias que pesan sobre nuestro rol de padres durante las vacaciones, para habilitar un acompañamiento más tranquilo, menos culposo y con mayor disponibilidad emocional”.
No hay una fórmula única. Sí, una idea que atraviesa todo: el verano no tiene que ser un cronograma perfecto. El “me aburro” puede ser el comienzo de un espacio, de un juego o de una conversación nueva.
¿Qué decir cuando aparece el “me aburro”?
- Validar lo que siente. Reconocer el estado emocional sin minimizarlo ni dramatizarlo. “Ya sé que estás aburrido” o “entiendo que ahora no sepas qué hacer”.
- Devolver la responsabilidad. Invitar al niño o niña a pensar qué podría hacer, sin imponer una actividad. “¿Qué se te ocurre que podrías hacer ahora?”, “¿qué tenés ganas de probar hoy?”.
- Ofrecer presencia, no entretenimiento permanente. Estar disponible emocionalmente, sin dirigir el juego ni llenar cada momento. “Yo estoy acá si necesitás algo”, “después puedo sumarme un rato, primero pensá qué te gustaría hacer”.
Estas intervenciones favorecen la autonomía, la iniciativa y la confianza en los propios recursos, y ayudan a transformar el aburrimiento en juego, en creación o en exploración.






















