Como tantos argentinos que afectados por la crisis argentina de 2001 emigraron hacia otros países en busca de un empleo formal y para sortear los avatares económicos, el riotercerense Diego Valentinuzzi (47) viajó desde Córdoba a España. Más tarde buscó su destino más al norte, en Bélgica.
Llegó con conocimientos de buceo. Y rápidamente consiguió empleo. Ahora está radicado en Bélgica, junto a su pareja y tres hijos de ambos (de 16, 14 y 12 años).
En estas dos décadas ha trabajado en este rubro bajo las profundidades del agua arreglando probetas de barcos en Francia, Estados Unidos, Singapur, Panamá, Noruega, Emiratos Árabes, Corea del Sur, Dinamarca, Jamaica, entre una larga lista de países.
Más noticias de Río Tercero y zona
No tiene horarios fijos. Explica que depende de los tiempos de los desembarcos. En el tiempo en que el barco está parado, es cuando un equipo de varias personas realiza tareas de mantenimiento y reparaciones. “A veces hago turno de 12 horas y otras veces de 24. Se trabaja de día y de noche, unas seis personas por turno”, relata. Luego descansa “un par de días o hasta cinco días, según los casos”, describe.
Diego cuenta a La Voz que arribó a Bélgica en 2005. En ese tiempo ya era buzo profesional. Había trabajado en Argentina, en la patagónica Puerto Madryn, durante seis años.
En la actualidad, sus días transcurren entre soldaduras y reparaciones, pero bajo el agua. Además de barcos, repara esclusas y paredes de los canales que unen Bélgica y Países Bajos (Holanda).
Para Diego es cotidiano arreglar a diario una hélice de barco. Explica que para eso se contrata a empresas, él trabaja como autónomo pero “con exclusividad para una firma prestataria de este tipo de servicio”.
Un empleo singular
Sus horarios no son los de un trabajador habitual. Casi no hay un tiempo establecido: “Nosotros estamos sujetos a la hora en que llega y sale el barco, sobre todo con los cruceros”, narra.
Reconoce que ya está habituado a esos horarios inusuales: “A veces termino a las 12 de la noche, y empiezo a las 3 de la mañana del día siguiente. Esta rama del buceo es así”, describe.
Los barcos que repara Diego miden unos 350 metros de largo -dice- y unos 56 metros de ancho. Se dedican “a transportar unos 20 mil contenedores, si son los más grandes”, comentó.
Unos 15 metros bajo el agua, soga mediante, traslada las herramientas como prensa o soldadoras. Con esos elementos y bajo el agua permanece con su equipo unas ocho horas promedio, por día. También desafía la reparación “de un timón de unas 50 toneladas (peso fuera del agua)”, según comparte su experiencia.
Al mismo tiempo, acota que el tiempo bajo el agua depende del país o del mar donde se encuentre, porque si las temperaturas son muy bajas o las condiciones climáticas adversas, la permanencia es menor.
Nunca le tocó atravesar por una situación riesgosa, asegura. Y comenta que “los equipos de buceo son los mismos en todo el mundo, son fabricados en Estados Unidos. El entrenamiento es estándar y la gente está entrenada para que no pase nada grave”.
Reconoce que aspira a desempeñar esta actividad hasta los 60 años y luego dedicarse a la tarea de supervisor en el mismo rubro.
A la hora de contestar si volvería a radicarse en Argentina, no lo duda y responde: “Desde que me fui vuelvo todos los años a Río Tercero a ver a mi madre, mis hermanos y a mis amigos. Pero no volvería a vivir a mi país porque mi mujer es de Holanda, mis hijos nacieron en Bélgica, tienen sus amigos aquí y la seguridad laboral que tengo acá es importante; no sé si la tendría en Argentina”.
