Emigrar es un camino lleno de ilusiones y desafíos, pero también puede ser una experiencia difícil y solitaria. Para muchos, implica dejar atrás no sólo a seres queridos y costumbres, sino también la realización profesional, la libertad de crear y ser uno mismo.
Constanza Vasquez es una cordobesa de 27 años que decidió irse a vivir a Valencia y tuvo que enfrentarse a todas estas dificultades. Por eso creó un club, un lugar de encuentro, apoyo y refugio para migrantes.
Según contó en diálogo con La Voz, tiene una historia migratoria que empezó en 2017 y que la llevó a México y Andorra por temporadas. A esas primeras experiencias las describió como una “aventura”. Sin embargo, al llegar a Valencia se encontró con más dificultades, sobre todo en cuanto a su realización profesional.
Los talentos “encerrados” y la necesidad de socializar en otro país
En sus primeros viajes, Constanza había trabajado mayormente de camarera. Al compartir tiempo con otros migrantes con puestos similares, identificó un factor común: muchas personas, ella incluida, terminaban trabajando en cosas que no les gustan o para las que no estudiaron, por la necesidad de generar ingresos.
“Yo me di cuenta ahí: a veces uno migra por ciertas razones, pero también sacrifica otras, como el talento”, remarcó.
“Sentía que había mucha creatividad encerrada o tapada en otros”, explicó. Puso ejemplos de personas con títulos profesionales, como psicólogas, diseñadoras o profesores que no podían ejercer sus vocaciones en el extranjero.
Ella misma, tras siete años de ser camarera, comenzó a buscar otros caminos para su vida profesional: “Quería crecer, hacer otra cosa relacionada a lo que estudio, periodismo. Y en esa búsqueda yo siempre quise emprender, hacer algo propio”.
Pero, la dificultad no era solo laboral. También existía una necesidad de conocer gente y socializar, sobre todo para quienes llegan solos a una nueva ciudad. “Publiqué un video diciendo, ´no sé si es la crisis de los 30, que queremos hacer cosas como cuando éramos chicos, o que migramos y necesitamos socializar, y cuesta más´, y se viralizó”.
El nacimiento del club de migrantes: de un picnic entre amigas a una comunidad
“Entonces quise juntar esas dos necesidades, de los migrantes que queremos hacer amigos y socializar, con la de los talentos ocultos bajo cafeterías y trabajos que no quieren. Así nació el club”, contó.
“Lo que hice fue juntar a amigas, que estaban todas solas. Un día las invité a un picnic en el parque, les llevé un cuadro para pintar y compartimos mates. Éramos cinco, todas argentinas. Ellas no se conocían entre ellas, pero yo las conocía todas”. Ahí les contó su idea de emprender y todas la apoyaron.
Además, con el video viral, mucha gente comenzó a interesarse: “La gente me empezó a escribir, a mandarme sus teléfonos, a pedirme que les avise si armamos un grupo…. gente de todos lados y mensajes como ´llevo siete meses pero estoy sola´, y empezamos a ver que había realmente una necesidad”.

En resumen, Constanza quería crear un espacio similar a un “club de deportes” pero para las artes y talentos que la gente abandona al crecer. “Le comenté a una amiga que también estaba trabajando en un restaurante, pero es diseñadora y organizadora de eventos. Entonces se sumó y le puso toda la pila que había”.
Club de migrantes: un espacio de apoyo mutuo
En un mes y medio organizaron cinco eventos. “Creé un formulario para las chicas que me habían mandado sus contactos y lo llenaron 200 personas. También hicimos una cuenta de Instagram, que no tiene ni publicidad ni nada, y ya tiene muchos seguidores. Hubo un crecimiento enorme”.
Los eventos incluyeron picnics, armado de pulseras, surf y pizzas en la playa, con grupos de entre 15 y 30 personas. Según contó, los participantes son mayormente latinos, muchos de ellos argentinos, pero también de Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile, Venezuela y Uruguay.
Aunque al principio los eventos eran solo para mujeres, con el tiempo se sumaron parejas y hombres. Si bien no hay restricciones de edad, la mayoría tienen entre 25 y 30 años.
Más allá de las actividades, el club se volvió un lugar de apoyo entre migrantes. “Hay un cruce de información que está buenísimo”, comentó Constanza, explicando que las participantes intercambian datos sobre alquileres, trabajos, cómo sacar el carnet de conducir o con qué gestora tramitar papeles.
“También se han pasado oportunidades laborales, intercambiado currículums. Incluso se han juntado para correr o hacer proyectos juntas”.
El futuro: talleres, emprendedores y una “casa club”
Actualmente, el club funciona como una “pequeña comunidad”, con mucho trabajo detrás pero sin fines de lucro, enfocándose en proponer y organizar actividades. Los planes a futuro incluyen impulsar emprendedores y organizar talleres fijos mensuales, comenzando con journaling, acuarelas y yoga.
“Mi sueño es poder hacer un club también en Barcelona, en Madrid, en Australia, en Andorra, Italia”. Su visión es poder tener una “casa club”, un “club real, donde uno vaya y se sienta parte, que tenga un espacio, con nuestros colores, con nuestras ideas, que la gente lo sienta como un refugio donde sabés que te vas a encontrar con gente como vos”.
“Este club es lo que yo necesitaba cuando migré por primera vez. Y ahora lo estoy formando para otros”.