Cordobés nacido en Colonia Caroya, doctor en Biología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y ganador, este año, de uno de los premios científicos internacionales más reconocidos en el rubro de la ecología. Pedro Jaureguiberry (44) es investigador del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (Imbiv), que depende del Conicet y de la UNC, y se especializa en “ecología del fuego”: su tema de estudio se enfoca en los impactos y reacciones de los ecosistemas ante incendios. Esa fue, incluso, la tesis de su doctorado.
“Córdoba y la región chaqueña en general, por el clima y la marcadísima estacionalidad (sin lluvias durante meses) es una región propensa al fuego. Históricamente, incluso antes de la presencia humana, registra incendios. Pero desde que creció la presencia humana se modificó ese escenario”, explica a La Voz.
-¿Qué cambió en Córdoba en las últimas décadas? ¿Más gente y más casas en zonas de riesgo, por ejemplo?
-Ese es un factor importante en cuanto a fuentes de ignición. En números, en la última década no ha habido un cambio significativo en las áreas totales quemadas. Es probable que haya aumentado el número de incendios generados pero no la superficie promedio total, porque se controla más y se apaga mejor. Es un patrón común en regiones del mundo con alto riesgo: hay más focos, pero en general se controlan. Van mejorando los sistemas de detección y de control. En los últimos 30 años se repiten picos de superficie quemada que luego descienden por unos años hasta que vuelve otro pico. Y eso tiene que ver con la dinámica de la vegetación, porque hay más masa combustible tras años húmedos o lluviosos. En cuanto a fuente de ignición una clave es que hay más gente donde hay más riesgo: la zona de interfase ha crecido exponencialmente en las Sierras. Con condiciones climáticas de baja humedad, mayor temperatura y vientos intensos, cualquier fuente de ignición que en otras circunstancias no genera incendios, en ese caso lo hace. Y algunos escapan de control. Sobre todo, entre agosto y octubre en Córdoba.
-¿Qué fue cambiando en las Sierras en materia de carga de combustible vegetal?
-No ha cambiado tanto en los ambientes naturales, dentro de lo que queda. Es una dinámica bastante estable. En los grandes incendios en Calamuchita no podemos dejar de observar que los más dañinos en impacto para los humanos han sido donde hay más bosques de coníferas. La cantidad de combustible que hay en esas forestaciones de pinos es muy alta, son muy inflamables y las casas se construyen cada vez más cerca o dentro de esas forestaciones. Cuando hay fuego, hay mucha más probabilidad de que se quemen casas en esas zonas que en otras regiones de Córdoba. Además, las coníferas complican más la tarea de combate a los bomberos.
Factor humedad, clave
Jaureguiberry explica que con una humedad de más del 30% es casi imposible que ocurra un incendio importante, porque físicamente no puede propagarse. Al revés, si la humedad es de menos del 10%, y se suma viento, físicamente se hace imposible apagarlo.
“Y en bosques de coníferas, ni hablar. Está estudiado el límite o umbral de intensidad de calor generado que hace imposible controlarlo por más que se tire la cantidad que sea de agua para enfriarlo. Los bomberos saben que a un incendio forestal en esas condiciones no hay modo de apagarlo. Y en Córdoba se dan algunos de esos incendios”, comenta el experto.
-¿Cuál es la diferencia del fuego que impacta en pastizales o arbustales, en monte nativo y en forestaciones implantadas?
-Son enormes, sobre todo en propagación de calor. Es un proceso físico. Con iguales condiciones climáticas, en un pastizal el fuego avanza en un modo más rápido, porque es abierto el escenario y circula más aire, pero la carga combustible, la intensidad del fuego y la temperatura son mucho más bajas. En el arbustal o el monte es intermedio eso. Y en bosques de coníferas la cantidad de calor que se libera es enorme y esa diferencia se ve en el suelo, con la materia orgánica quemada en la superficie.
-La recuperación de los suelos también variará…
-Claro, hemos visto zonas de pastizales y arbustales donde pasó fuego de baja intensidad, que en pocos años ya no se nota dónde fue el incendio. Porque la vegetación de Córdoba, en su mayoría, es capaz de recuperarse del fuego si es de baja o hasta mediana intensidad. Pero si consume totalmente la planta y encima el suelo queda carbonizado es mucho más difícil que vuelva.
-La recuperación de un bosque nativo, en mediano o buen estado de conservación, ¿cuánto tiempo puede demandar tras el fuego?
-Depende del tipo de fuego. La dinámica de los incendios desde lo ecológico es muy particular. Por ejemplo, es difícil que un bosque nativo maduro se queme. Generalmente, cuando los incendios llegan ahí se apagan o mitigan. Por cierto, ya queda muy poco de ese monte en esa condición. Pero ante ciertas condiciones climáticas pueden quemarse también, y en esos casos hay que evaluar que si las llamas consumen un árbol de 100 años, demandará otros 100 tener uno similar, con suerte. Hay vegetación que se quema más que otra con similar fuego. Ahora, si se repiten en un lugar cada dos o tres años, se pierde mucho más. Y eso viene ocurriendo en varios sectores de Córdoba. Hay estudios de la Conae con mapeos que muestran zonas que se han quemado hasta ocho o nueve veces en 30 años. El mismo lugar, una y otra vez: eso agrava el cuadro.
-¿Todo bosque nativo tiene menos riesgo de quemarse que el implantado?
-Que el bosque de coníferas, segurísimo. Si los bosques implantados son de plátanos, álamos u de especies no tan inflamables, el cuadro varía. Influye también si se trata de especies que pierden sus hojas en invierno o no, y que generan por eso más o menos biomasa. Las coníferas tienen resina, que las hace inflamables.
Qué podría hacerse
-Si Córdoba pensara cómo disminuir fuegos de alto riesgo, ¿qué sugerencias propondría?
-Primero hay que entender que el fuego estará presente. Pensar que se puede erradicar no es realista. Desde lo ecológico, y dicho con mucho cuidado, puede que en algunas zonas puntuales, con la frecuencia e intensidad adecuada, hasta puede ser útil para renovar material vegetal. El problema es saber cómo manejar el fuego, cómo convivir, que no sea un riesgo. Como la inmensa mayoría de los incendios en Córdoba son causados por el humano, un punto clave es mejorar la prevención y para eso sería vital saber mucho más sobre las causas de inicio. Si sabemos cómo empiezan, podemos acertar más en las medidas a tomar. Si, por ejemplo, supiéramos qué porcentaje ocurre por fallas de líneas eléctricas, o por quema intencional para rebrote de pasturas para ganado, o por quema de basura, por cada una se podrían tomar medidas específicas. Las zonas de interfase son claves, hay muchos incendios ahí. Hay basurales que son fuente de fuego, hay gente que hace asado donde no debe o que tira brasas sin apagar, hay pirómanos que prenden, hay muchas causas. A las vez, haría falta más control y planificación respecto de donde se instalan viviendas o emprendimientos, porque se ha ido construyendo con un patrón bastante desordenado y eso dificulta mucho. Así, hay más fuentes posibles de inicio y muchas más complicaciones para apagarlos. Debería pensarse en líneas o contornos que marquen límites de perímetros para que el fuego no avance tan fácil. Cada casa en zona de riesgo debería saber el riesgo que asume, para evitarlo. Debe haber más planificación y ordenamiento en todo eso.
-¿Cuál son los principales impactos ambientales que deja la sucesión de incendios en Córdoba?
-Desde lo ecológico, cuando son frecuentes o intensos, es evidente que al suelo y a la vegetación le cuesta más tiempo recuperarse, si se pretende que regrese a algo parecido a lo que era. Desde lo humano, además de las pérdidas en infraestructura, impacta en la calidad del aire y en la salud, en la calidad del agua de arroyos y ríos por las cenizas que arrastran. Son múltiples impactos. En fauna también. En las sierras, si al fuego se le suma otro disturbio como el sobrepastereo, se genera mayor erosión y pérdida de suelos.