La historia de los alfajores de maicena que ganaron la medalla de plata en el reciente “mundial de alfajores” que se hizo en Mar del Plata, comenzó en la cocina de Romina, en su casa de barrio Ameghino de Villa María, casi de casualidad.
Su hermano Flavio le pidió a ella, que hacía las tortas para los cumpleaños familiares, algunas docenas para venderlas como un extra cuando salía a repartir fiambres y quesos por comercios de la región.
Los hermanos Bomprezzi estaban creando, sin saber, una empresa que hoy tiene flota propia de camionetas, 40 empleados y una marca con 30 productos diferentes.
¿Qué pasó en el medio? La buena mano repostera de Romina y las habilidades de comercialización de Flavio hicieron todo lo demás.
Los alfajores MC están en almacenes, quioscos, hoteles, cafés y restaurantes de Villa María y zona. Es una de las marcas más reconocidas de esta ciudad y ahora, con el premio obtenido como segundo mejor alfajor de maicena, los límites para seguir creciendo se expanden.
Y todo sigue funcionando en el mismo barrio y en las mismas calles donde empezó. Los Bomprezzi vivían en la cuadra de Alberdi al 100, donde sigue estando el almacén de María del Carmen, el primer lugar en que se vendían los ahora famosos alfajores.
María del Carmen está orgullosa. La madre, que quedó viuda con sus hijos adolescentes, puede ver cómo ellos transformaron sus iniciales en una marca de calidad para productos que son degustados en 130 kilómetros a la redonda.
El depósito y administración está a la vuelta, y a pocos metros funciona la fábrica. La esposa de Flavio y el marido de Romina también son parte de la empresa.
La receta familiar
Flavio cuenta que a los 19 años tuvo que dejar de estudiar para subirse al camión que manejaba su padre hasta que falleció. Luego pasó a trabajar como distribuidor de embutidos.
“Le pedí a mi hermana que me hiciera unos alfajores como para intentar meterlos en los comercios y hacerme unos pesos para los viáticos”, recuerda ahora.
En cada viaje, sus clientes les pedían que les llevara más de esos alfajores. Quien los probaba, volvía por más. “Esto anda. Nos enfoquemos en esto”, le dijo a su hermana.
Dejó los fiambres y se entregó de lleno a vender alfajores. En la misma cuadra de calle Alberdi conoció a su novia. El departamento se convirtió en fábrica. Romina ya no daba abasto con el horno de su casa. Había que crecer, la producción los desbordaba.
El negocio crecía, pero en desorden. Le ponían dedicación y esfuerzo, pero había un techo, se iban estancando. Hasta que comenzaron a trabajar con una consultora local y por fin pudieron tener un plan. “Si no cambian, en dos años se funden”, les dijeron crudamente.
Bajar costos, aumentar las ventas y ordenar la producción fueron tres de los elementos clave para crecer virtuosamente. Pudieron acceder a créditos blando y subsidios, comprar las primeras máquinas más sofisticadas y la cosa se encaminó.
Flavio Bombrezzi expresa su reconocimiento a la consultora Poncio y Asociados por las herramientas que todavía les brindan. “Hay muy buenas ideas emprendedoras que se caen apenas comienzan por no saber qué hacer”, contrastó.
Con un horizonte claro, dice que todavía están en el 25 por ciento del camino trazado y esperan llegar a toda la provincia de Córdoba, y más allá también.
Alfajor “mundial”
Así como nacieron los alfajores MC, también llegaron al torneo mundial. Se enteraron de la competencia sobre la hora y quedaba poco tiempo para inscribirse. Debían mandar 24 unidades para que sean degustadas. Flavio tomó dos packs de la pila de producción de la semana y las envió a Mar del Plata.
No hubo una elaboración especial para el certamen. “Participamos con los mismos alfajores que hacemos todos los días, los que compra la gente en los quioscos”, rescatan como valor.
Y con esas unidades fueron premiados con la medalla de plata, detrás de una producción de Canadá. “Somos los mejores de Argentina”, comentan con orgullo.
Romina es quien dirige la producción y elaboración. Mantiene la misma receta, con casi las mismas materias primas de hace 17 años y se preocupa porque la cantidad de dulce de leche no aminore. Usan la marca Manfrey desde hace años.
“Si cambiamos uno de los ingredientes, la gente lo nota. También seguimos usando la misma marca de fécula del comienzo”, afirma la mujer.
La receta es de su autoría y está todo el tiempo encima de la elaboración para que salga fiel a la esencia. Si bien tienen mayor cantidad de procesos industrializados, la premisa es mantener el carácter artesanal que tiene su alfajor.
Una vez hizo un curso de repostería como hobby, pero siempre soñó con tener una fábrica de alfajores, dice ahora, con el sueño familiar cumplido, y la medalla de plata como premio.
