La proximidad del Día de la Niñez produce una explosión comunicacional y publicitaria que hace pensar en el regalo que mejor sería recibido por nuestros niños y niñas.
Muchos quisieran todo lo que ven. Ya sabemos que resulta imposible y no recomendable satisfacerlos en todos sus deseos o caprichos. A veces piden lo que otros amiguitos tienen o lo que está de moda. Pero muchas veces esos reclamos esconden una verdadera demanda de amor.
Es difícil educar niños en tiempos de consumismo exacerbado, en un discurso social que privilegia el tener sobre el ser y donde la caída de valores sacude antiguas certezas.
Cómo hacer para que entiendan que nadie lo tiene todo, que siempre algo nos va a faltar, que es importante desear, esperar, valorar. Que si dependemos de un objeto para ser, seguramente viviremos entre relaciones muy superficiales y con muchos momentos de soledad.
Todas las columnas de Liliana González
Que la vida es un entramado de Sí y No, de placer y displacer, de logros y frustraciones. Que la verdadera amistad no pasa por lo que tenés o por las marcas de vestimentas y de juguetes.
En tiempos de hiperocupación o desocupación, suelen faltar esos momentos gozosos en los cuales los hijos se sientan mirados como valiosos y escuchados como sujetos a quienes les pasan cosas, que les despiertan emociones que muchas veces les cuesta poner en palabras.
Demandas de amor
Es allí donde encontramos muchos pedidos que en realidad son demandas de amor, muy acentuados en aquellas familias donde padres y madres, por sentirse culpables del poco tiempo para los hijos, los han acostumbrado a recibir regalos de más, como un modo de reparar ausencias.
Es importante recordar lo que todo niño o niña necesita para crecer sano: ser alojado en el amor, ser mirado, hablado, escuchado y limitado en sus caprichos por tenerlo todo.
Hoy el amor parece debilitarse ante la falta de tiempo o el tiempo cansado, que en un punto facilitó el exceso de tecnología, aun en edades tempranas, en las que está totalmente contraindicado.
Los límites, también en problemas, muchas veces son confundidos con las penitencias, y los castigos, con sesgos de abuso de poder y de violencia simbólica o física.
Cuando no aparece el amor, puede emerger el odio, y en ese mundo (sin amor) parece que no hay nada que perder.
La violencia social cada vez más instalada y amenazante daría cuenta de esto y quizá sea como un grito, un llamado de quienes no encuentran las palabras o los espacios para hablar de su malestar en vez de traducirlo en actos sin medir las consecuencias.
Tal vez sea un modo de lenguaje cuando falla la palabra para nombrar lo que el desamor, la orfandad, la injusticia o la desigualdad provocan en cada quien.
El mejor regalo, invisible
Por eso insistimos en decir que quizá el mejor regalo para este día es invisible y cotidiano. No obedece a un calendario y nada tiene que ver con lo que la publicidad promete para tener hijos felices.
Es donar miradas constitutivas, subjetivantes, que los hagan sentir únicos, valiosos.
Es brindar espacios de conversación seguros, en los que todo lo que les pasa encuentre un lugar donde ser dicho sin temor al castigo o la penitencia.
Es hacerlos sentir que los elegimos cada día. Que somos acompañantes amorosos y atentos de su crecimiento.
Es ayudarles a mirar el mundo adulto de a poco, sin precipitaciones, sosteniendo siempre la idea de que crecer apurados les roba la infancia.
Es asegurarles el juego con otros, sostener la alianza con la escuela y estar muy atentos a las señales del malestar o del sufrimiento.
Estos regalos no se compran. Están (ojalá) en cada uno de los adultos que alguna vez decidieron traer un niño al mundo o que, tras la sorpresa, lo pudieron alojar en el amor.
Siempre estamos a tiempo de sacarlos de la estantería, de desempolvarlos. Y, convencidos de que es un regalo necesario y fundante, entregarlos cada día.
