“Silenciosa” y “tramposa”, esas son las palabras que los médicos utilizan para describir el botulismo, una enfermedad de difícil diagnóstico, especialmente cuando afecta a recién nacidos y hasta los 6 meses. En estos casos recibe el nombre de “botulismo del lactante”; mientras que cuando afecta a los adultos, hablamos de botulismo alimentario.
Con motivo de sus vacaciones, María Paz Cagliari y Santiago Bisso viajaron de Buenos Aires a Córdoba junto con Emilia, su bebé de 2 meses. Entusiasmados con visitar a los abuelos de su hija, no imaginaron lo que tendrían que atravesar después.
La estadía en la provincia incluyó pasar algunos días en Villa de Soto, donde se encontraban cuando en la madrugada del pasado jueves 2 de marzo la bebé se descompuso. “Emilia se despierta siempre a tomar el pecho y esta vez trató de mamar, pero no pudo, le faltaba fuerza para sacar la leche. Lloró muchísimo, tratamos de dormirla durante una hora. Cada vez que se despertaba y quería alimentarse, no podía succionar”, contó María Paz en diálogo con La Voz.
Al mediodía volvieron a la ciudad y acudieron a la guardia del Sanatorio Allende de barrio Nueva Córdoba, en la Capital. Los primeros estudios dieron bien y les recomendaron que volvieran a su casa e intentaran darle el pecho de nuevo. “No funcionó. A la noche pudimos darle un poquito de leche con un gotero, pero volvimos a la mañana siguiente porque la vimos muy caída. Tenía problemas para sostener la cabeza y no podía abrir bien los ojitos. No sabíamos qué hacer, nos asustamos mucho”, relató la mamá.
Otros estudios y radiografías posteriores volvieron a salir impecables, pero Emilia estaba cada vez más débil: “La habían visto tres pediatras distintos y le habían hecho dos veces análisis completos que dieron bien. Sin embargo, ella seguía mal, nosotros sentíamos que la vida se le estaba yendo. Los médicos no encontraban nada, pero sabían que algo pasaba”, explicó Santiago.
En camino al diagnóstico
Ante los síntomas, la primera en sospechar de esta enfermedad fue la pediatra bonaerense de Emilia, quien les aconsejó buscar una segunda opinión. Así llegaron al jefe de pediatría del mismo Sanatorio Allende, quien al revisarla confirmó la sospecha y pidió su internación. En este punto ya casi no respiraba y tuvo que ser conectada a un sistema de ventilación mecánica.
La enfermedad afecta el sistema nervioso central y por ese motivo ocurre una parálisis motriz, y el niño se convierte en un “muñeco de trapo” desarticulado. El jefe de pediatría del Allende, Bernardo Calvo, explicó: “Cuando ves un bebé flácido y que no respira, sólo tenés en mente cuatro o cinco enfermedades, y una de ellas es el botulismo. Hay muchos cuadros parecidos, el botulismo es una enfermedad muy tramposa”.
El próximo paso era confirmar el diagnóstico para aplicar el tratamiento, y ahí fue cuando las cosas se complicaron. Debido a la forma de funcionamiento del sistema de salud y a que el botulismo es una enfermedad muy rara, en Argentina existen sólo dos lugares que analizan este tipo de muestras.
Uno es el Instituto Malbrán, dependiente del Ministerio de Salud de la Nación y con un área específica encargada de la detección de botulismo. El otro es el laboratorio de botulismo dependiente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, ubicado en Mendoza.
Mientras que en el primero sólo se confirma el diagnóstico y el proceso se basa en un cultivo de la muestra que puede demorar entre tres y cuatro días, en el otro se realizan investigaciones, docencia, servicio y extensión, lo que permitió que las técnicas de diagnóstico se hayan afinado a tal punto que es posible obtener el resultado en 24 horas.
Para llegar a la provincia vecina, hizo falta que los abuelos de Emilia llevaran la muestra en su auto particular. Era sábado y el servicio de mensajería no funcionaba hasta el lunes. Atravesando el caos que había en la ruta por la Fiesta de la Vendimia, lograron llegar al laboratorio, que los recibió a última hora de la tarde gracias a que cuentan con una guardia 24 horas.
El diagnóstico positivo llegó el domingo siguiente a las 14 y a partir de allí se procedió a colocarle a Emilia una antitoxina botulínica. “Es una dosis única que bloquea la toxina botulínica que está circulando por el organismo y que dificulta la transmisión neuronal. Después de eso, ella mejoró muy rápido, y a la semana estaba respirando sin aparatología y alimentándose por sonda”, contó Calvo.
Las secuelas en estos casos son poco comunes, por lo que los pronósticos de recuperación son del 100%. Felizmente, a Emilia le dieron el alta y ya está en su casa, y ahora resta que sus padres se armen de paciencia para un proceso de recuperación largo, en el que es clave tratar el sistema motriz con fisioterapia muscular.
¿Cómo se enferma un bebé?
La particularidad de este caso reside en la forma en que se contrae la enfermedad, que es muy diferente a la manera en que se intoxican los adultos al comer alimentos contaminados, generalmente en conserva. En el caso de los bebés, se produce por el contacto con la tierra y el ambiente, donde habitan las esporas de la bacteria Clostridium botulinum.
“Debido a los calores, la aridez y la sequedad, el niño deglute el polvo contaminado, ya sea a través de un chupete, de un juguete o de las manos de la misma mamá; y las esporas llegan al intestino”, detalló a La Voz Patricia Caballero, bioquímica responsable del Laboratorio de Botulismo de Mendoza.
La bacteria es anaeróbica, es decir, sólo se desarrolla en ausencia de oxígeno. Por eso, cuando las esporas llegan al intestino, pasan a una forma vegetativa y empiezan a producir la toxina botulínica que envenena al niño.
“El intestino la va a absorbiendo y es por eso que el primer síntoma es la constipación. Luego pasa a la sangre y empieza a producirse lo que se denomina ‘parálisis flácida descendente y simétrica’, con la caída de los párpados, la imposibilidad de amamantarse, la dificultad para tragar, la flacidez en los maceteros y el llanto débil”, agregó.