Maru Acosta no eligió estar en el centro de la escena pública. El crimen de su hermana, Paola Acosta, en septiembre de 2014, la empujó a un lugar desde el cual no se puede volver atrás: el de la lucha incansable contra la violencia de género.
A pocos meses del asesinato de Paola en manos del papá de su hija, Maru fue una de las miles que salió a la calle aquel 3 de junio de 2015, en la primera marcha del movimiento Ni Una Menos, que marcaría un antes y un después en la historia argentina. El femicidio de Paola, el intento de femicidio de su hija y las características que tuvo, logró conmover a la sociedad cordobesa.
Los carteles con el rostro de Paola encabezaron la marcha de aquel 3 de junio. “Fue una sorpresa y una necesidad, eso fue el primer Ni Una Menos para mí. Veníamos de un caso de femicidio tras otro. Era bronca, era indignación. Sentíamos que había que hacer algo, alzar la voz, decir basta. Ya no alcanzaba con la denuncia individual, teníamos que hacerlo juntas”, recuerda.
Maru habla con firmeza, pero no puede disimular la emoción cuando recuerda aquellos días. “Cuando asesinaron a Paola, Córdoba nos ayudó muchísimo. Primero, para buscarlas a ella y a mi sobrina M., y después para pedir justicia. Hubo solidaridad, hubo alerta. Y creo que eso salvó a M.”, dice. Su sobrina, que entonces tenía solo 1 año, sobrevivió después de haber sido arrojada a una alcantarilla por el femicida, Gonzalo Lizarralde, junto a su madre. Fue rescatada por vecinos que escucharon su llanto. Paola no tuvo la misma suerte.
Aquella primera marcha fue un consuelo y un abrazo colectivo. “Nos habíamos acostumbrado a ser cien personas pidiendo justicia. De pronto, éramos miles. Era la certeza de que no estábamos solas en ese dolor. Sentimos que algo podía cambiar”, señala Maru. Para entonces, ella ya militaba en el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), pero aclara que Ni Una Menos excedió cualquier estructura partidaria. “Fue un entramado enorme: partidos, organizaciones, ONG, gente que nunca había salido a la calle. Y lo que pasó en Córdoba con el caso de Andrea Castana también fue un detonante. Fue un grito nacional”, subraya.
El caso de Paola Acosta fue, además, un antes y un después en la Justicia cordobesa. La figura del femicidio, aunque ya existía en la ley, no se aplicaba de manera sistemática. Su crimen fue uno de los primeros en Córdoba en obtener condena por femicidio, con sentencia firme del Tribunal Superior de Justicia. “Se demostró que cuando decíamos Justicia por Paola es justicia para todas, no era una consigna vacía. Hoy su caso se estudia en las facultades de Derecho como precedente”, afirma.
A una década de aquel primer grito, Maru tiene claro el mensaje que quiere dejar: “Se puede cambiar la realidad. Hoy hablamos de femicidios, tenemos palabras, leyes, acompañamiento. Eso antes no existía. Y todo lo conquistamos en las calles, con lucha y unidad. Por eso, aunque haya retrocesos, aunque nos ataquen, no podemos aflojar”.
Pero también habla del “después” de un femicidio. De lo que pasa cuando se apagan las cámaras y llega la vida cotidiana: la de criar a su sobrina, la de seguir en pie. “Mi sobrina es esperanza. Ella nos guía. Tuvo que aprender a caminar, a hablar. Hoy seguimos acompañándola en sus preguntas… y en sus silencios. Porque los silencios también dicen mucho”, cuenta.
Y aunque reconoce que el camino sigue siendo difícil, insiste: “Mientras más nos enfoquemos en lo bueno que podemos construir, más esperanzas hay de cambiar. Porque nadie debería crecer con miedo de no volver a casa. Y porque el feminismo no es un extremo: es simplemente el deseo de vivir sin violencia”.