El juez de Control Pablo Caferatta confirmó la prisión preventiva y la acusación de abuso sexual gravemente ultrajante agravado por la calidad de ministro de algún culto contra el sacerdote Patricio Cruz Viale, quien está detenido en la cárcel de Bouwer desde octubre del año pasado.
La víctima denunció a Cruz Viale luego de estar en shock casi dos meses. “El último día antes de que se fuera a Buenos Aires, y después a México, se celebró una misa, a cuya finalización me pidió que lo acompañase a su oficina particular, manifestando que tenía un libro para regalarme. Para mi horror, cuando entró a su oficina, Cruz Viale corrió las cortinas e inmediatamente procedió a arrinconarme y a dejarme inmovilizada contra la pared. Es entonces cuando, en un agobiante lapso de 40 o 45 minutos aproximadamente, procedió a manosearme, haciendo y diciendo todo lo que él quiso conmigo”, declaró.
La defensa de Cruz Viale planteó su oposición a la denuncia de la víctima, una mujer que, según el relato del cura, fue a la Justicia porque él decidió seguir su vocación sacerdotal y no cumplir los deseos de ella de renunciar al sacerdocio para encarar un relación sentimental.

La clave de esa oposición fue el relato del propio cura, quien dijo que “evidentemente hubo dos visiones sobre la relación: mientras yo la seguía viendo como de una amistad cercana, ella veía que podía pasar a un nivel superior. Cuando yo le comunico que he confirmado mi vocación de vida consagrada y la decisión en firme de continuar como sacerdote, fue un quiebre para ella porque ve que la relación no va a poder pasar a ese nivel superior que ella deseaba y me comienza a pedir explicaciones. Entiendo que con esta denuncia me quiere hacer pagar por no haber podido cumplir sus planes”.
A su vez, Cruz Viale alegó que no estuvo en el lugar el tiempo necesario para que suceda lo que se denunció, y que sería imposible que nadie hubiera visto algo en una oficina vidriada tanto desde el exterior como desde la cocina de la casa de la juventud.
“Los oponentes destacan el silencio de la denunciante con respecto al supuesto abuso en los meses posteriores al hecho, a la vez que intercambiaba con el acusado numerosos mensajes, en un tono amable, sin reproches, e incluso con cumplidos, videos y fotos. Mensajes que –subraya la defensa– fueron eliminados voluntariamente por ella. Todo ello, en un intento de mostrar a la mujer como la confundida o la despechada, sugiriendo que era ella quien quería algo más con Viale, pero él le manifestó su intención de continuar con el sacerdocio, lo que motivó el quiebre de la relación entre ambos, y su ‘enojo’ o dolor. Considero que este planteo parte de un estereotipo de ‘buena víctima’, el cual resulta contrario a las obligaciones internacionales asumidas por el Estado argentino en esta materia. Este prejuicio llevaría a sostener que algunas víctimas –las que cumplen con las expectativas patriarcales acerca de cómo deben llevar su vida, o de cómo deben reaccionar o comportarse en su rol de víctimas– serían dignas de tutela judicial, mientras que a aquellas mujeres que no cumplen con esos estereotipos se las excluiría como merecedoras de protección estatal”, reflexiona el juez.

“Es sabido que las víctimas de este tipo de hechos a menudo mantienen en silencio los abusos debido a una combinación de factores, entre ellos la internalización de la culpa, el miedo al juicio social y la vergüenza, el miedo a que no les crean, el temor a su agresor, el trauma psicológico, la disociación u otros mecanismos de defensa, la normalización de la violencia de género, la falta de apoyo familiar o institucional, las relaciones asimétricas de poder, entre muchos otros. Y es importante subrayar que el silencio en ningún caso puede achacárseles a las víctimas, ni mucho menos tomárselo como indicio de descrédito. En el presente caso, es la propia víctima quien admitió que, durante meses, no pudo asimilar, ni mucho menos comprender, este hecho”, abunda el magistrado.
En su denuncia, la mujer relató que sufrió amenazas y una coerción del cura. Es algo que incluso podría agravar la situación de Cruz Viale. Dijo que debieron cambiar de colegio a su hija porque “el padre Cruz Viale le había dicho que se la iba a agarrar con nuestra hija si seguíamos con la denuncia”.
Contó que ella, en un principio, no quería que esto trascendiera penalmente, sino que prefería la justicia de la Iglesia. Pero, a pesar de sus reclamos –que también describió pormenorizadamente–, no obtuvo respuesta. “La enojó mucho, se desilusionó no sólo del padre Viale, su director espiritual, sino también del obrar de Schoenstatt en conjunto, y de la Iglesia en general”, refiere el relato de los hechos que resume el juez. Dice que “no encontró en su propia comunidad religiosa contención ni apoyo, sólo descrédito y pedidos de paciencia”. Decidió denunciar lo sucedido ante las autoridades eclesiásticas, pues, en sus palabras, “quería hacerlo por vía de la Iglesia”. No obstante, tras un derrotero –que duró varios meses– de entrevistas y llamadas con distintas personas del ámbito de la Iglesia, muchos de alto rango e incluso de otras provincias, quienes la escuchaban y le aseguraban que le creían y que debía seguir esperando, la única respuesta que obtuvo fue que quizás todo había sido una percepción suya. Eso la enfureció, y entendió que su Iglesia no la respaldaba, por lo que decidió presentar la denuncia penal”, resumió el fallo.
Para Caferatta, la libertad anticipada de Cruz Viale “pondría en riesgo la investigación, ya que no sólo podría intentar amedrentar a la víctima y a testigos, sino que el solo hecho de toparse con él en las zonas que frecuenta podría provocar un temor fundado en ella, aumentando su vulnerabilidad”. En particular, la fiscalía –citada por el juez– ponderó que Viale ya habría contactado telefónicamente al esposo de la víctima con fines intimidatorios. Se valoraron también el temor de la denunciante, que se materializó en el hecho de que tuvo que cambiar de colegio a su hija; la personalidad transgresora de Cruz Viale, con proclividad a incurrir en conductas inadecuadas (según el informe diagnóstico de la Fundación Rougier, en México, donde estuvo en un retiro), y un supuesto exceso de consumo de alcohol, que potenciaría el resto de los indicadores.