“Crear”, “revivir” y “desextinguir” son las tres palabras que estos últimos días han formado parte de los titulares de noticias para contar que la especie aenocyon dirus (más conocida como “lobo terrible”, “lobo gigante” o “lobo huargo”) había vuelto a existir tras su extinción, hace más de 12.000 años. Ninguno de los términos es técnicamente correcto y solo contribuyen a la amplificación del logro científico.
Utilizando ADN antiguo, la empresa estadounidense Colossal Biosciences obtuvo el 91% del genoma de esta especie y lo comparó con el de cánidos vivos. Así determinaron que el genoma de los lobos grises comunes tenía un 99,5% de coincidencia e identificaron 20 diferencias claves en 14 de sus genes, los cuales eran determinantes en el aspecto físico del animal.

Con tecnología CRISPR editaron esos 14 genes y luego implantaron óvulos modificados en perras comunes que gestarían luego a los animales. De 45 embriones, tres llegaron a término y hoy tienen seis meses de vida: Rómulo, Remo y Khaleesi.
Pese a tener su mandíbula, su cabeza robusta, su pelaje blanco, su musculatura y sus aullidos, estos ejemplares no son aenocyon dirus, sino lobos grises normales manipulados genéticamente para parecerse en algunas características morfológicas a los primeros. Por lo tanto, hablar de una especie “revivida”, “creada” o “desextinta” es falso.
Aunque no deja de ser un hito de la ciencia, el anuncio ha generado múltiples debates y mucha reserva desde el ambiente científico, sobre todo desde el punto de vista ético y ecológico. En diálogo con La Voz, científicos del campo genético expresaron su visión del experimento en relación con la conservación de las especies y con su impacto en la biodiversidad.
Priorizar la conservación de especies
Uno de los puntos en los que coinciden los especialistas es en la necesidad de enfocar los esfuerzos en conservar las especies que actualmente están en peligro de extinción.
“Lo más importante es cuidar las especies vivientes que todavía existen y el destino de los recursos debería estar allí. La modificación y destrucción del ambiente y la cacería es lo que lleva a la extinción, por lo que desde un punto de vista ecológico, es más relevante evitar esto, antes que hacer ediciones genéticas”, sostuvo el doctor Raúl E. González Ittig, profesor asociado de la cátedra de Genética de Poblaciones y Evolución e Investigador Independiente del Conicet en el Instituto Instituto de Diversidad y Ecología Animal (Idea).
Sobre el motivo por el cual experimentos de este tipo se realizan, el investigador se inclinó por la curiosidad científica y la posibilidad de conseguir recursos. “Utilizar técnicas de la ingeniería genética para modificar especies y asemejarlas a animales antiguos y llamativos atrae financiación, pero su impacto real en el ecosistema es nulo porque son solo tres ejemplares. Para que una especie se establezca debe poder reproducirse y perdurar en el tiempo”, dijo.

En ese sentido, explicó que hace unos 25.000 años, durante el pleistoceno, ocurrió el último período glacial, tras el cual empezó a calentarse el ambiente. En esa modificación climática hubo muchas especies que no se adaptaron, sobre todo los megamamíferos.
“Allí se produjo la extinción de los mamuts, de algunos rinocerontes, del tigre de dientes de sable y de este lobo. Es decir, el lobo gigante vivía en un ambiente que no existe más. Hoy no tendrían el ambiente ni las presas de aquella época, ni podría adaptarse al ecosistema nuevo. Por algo se extinguieron”, explicó González.
La extinción, un proceso natural evolutivo
En este punto también se detuvo la doctora Carolina Miño, especialista en genética aplicada a la conservación de la biodiversidad e investigadora adjunta del laboratorio de Genética Evolutiva, Instituto de Biología Subtropical de la Universidad Nacional de Misiones y del Conicet.
“Los científicos detrás del experimento hablaban de devolver el rol ecosistémico a esta especie, pero esto no tiene sentido porque el ecosistema en el que vivían no existe más, tendríamos que volver el pleistoceno. El único rédito que veo es el económico. Es una empresa privada y sus objetivos no se corresponden con los fines la comunidad científica ni de la ciencia”, expresó.
Además, planteó la importancia de distinguir entre una extinción natural y una causada por el hombre. “Los seres humanos elevamos hasta 100 veces las tasas de extinción basal. Es decir, la velocidad con la que se extinguen especies. Desde la revolución industrial es 100 veces superior a la que se daría sin el impacto antrópico”, explicó Miño.

Sin embargo, la extinción de las especies también puede ser producto del normal proceso evolutivo. “Las especies que habitamos actualmente en el planeta estamos acá porque antes se extinguieron otras. Por lo tanto, la extinción como tal es un componente natural de la historia de la vida en el planeta”, apuntó.
Desde su perspectiva, intervenir en una extinción natural carece de asidero, mientras que intentar restaurar una que hubiera seguido su trayectoria evolutiva de no ser por el hombre, podría ser clave. Sin embargo, sostiene que antes de hacer esto último debe eliminarse la causa que llevó a la extinción en primer lugar.
Por último, advirtió sobre el mensaje que entre líneas se lee en este tipo de experimentos: “Uno puede pensar que el ser humano puede destruir las especies porque después vendrán los científicos genetistas a restaurarlas y eso de ninguna manera es así. No podemos justificar el impacto antrópico sobre el resto de las especies del planeta y me parece peligroso que esa idea se intente instalar”.
Proteger los ecosistemas
Fernando Barri, doctor en Biología, docente de la UNC e Investigador del Instituto de Diversidad y Ecología Animal (Idea) del Conicet, no solo hace hincapié en preservar las especies ya existentes, sino que, como paso previo, acentúa la importancia de conservar los ecosistemas que les dan hogar.
“Antes de promover este tipo de proyectos, hay que invertir en conservar los ecosistemas que sostienen a las especies que todavía están existiendo. Si no estamos pensando en un mundo de ficción, irreal, donde vamos a permanecer solo los seres humanos, nuestras mascotas, el ganado y algunas especies emblemáticas que las tendremos en un santuario zoológico para verlas y deleitarnos”, sentenció.
Para el experto, experimentos como el de Colossal Biosciences no ayudan a los objetivos de conservación global a los cuales apuntan quienes entienden la dramática situación que ocurre en términos de pérdida de biodiversidad.

“Hay un aspecto fetichista en esta empresa que tiene que ver más con el marketing. No modificaron una especie poco carismática, pero estratégica para un ecosistema: eligieron una emblemática como la de estos lobos. Están muy alejados del objetivo de recuperar especies en el cual trabajamos muchos ecólogos y conservacionistas en todo el mundo”, dijo.
Y agregó: “Recuperar una especie implica que haya poblaciones saludables sin que los seres humanos tengamos que estar encima ayudándolas a sobrevivir. Hablamos de miles y miles de individuos que deben habitar y convivir con otras especies en un ecosistema que también debe estar en buenas condiciones, algo que casi ninguna especie tiene garantizado. Entonces primero trabajemos en asegurar eso”.
Como punto a favor, señaló que estas acciones ayudan a profundizar los debates, al tiempo que muestran un interés y preocupación cada vez mayor de la sociedad para que las políticas de Estado incluyan la conservación de la biodiversidad y prevengan las extinciones.