No hace falta estar bajo los efectos del alcohol o del sueño para perder reflejos al volante. Algunos medicamentos de uso cotidiano, como los que se recetan para la ansiedad, las alergias, el dolor o el insomnio, pueden alterar las capacidades sin que nos demos cuenta.
Y eso, al conducir, puede convertirse en un riesgo real para la seguridad vial.
Los expertos advierten que conducir exige que todas las funciones cognitivas y motoras estén activas. Y muchos tratamientos habituales interfieren en esos procesos sin que el conductor sea consciente.
Lo que tomás también influye en cómo manejás
Ansiolíticos, antihistamínicos, relajantes musculares, ciertos analgésicos y algunos antidepresivos pueden provocar somnolencia, visión borrosa, lentitud de reacción, mareos o descoordinación.
Según la guía oficial de la Dirección General de Tráfico (DGT), de España, estos efectos son comparables a manejar con alcohol en sangre. Y si además se suma el cansancio, el calor o los trayectos largos, el riesgo de accidente crece notablemente.
Como el alcohol, algunos medicamentos alteran la conducción sin que se note. Y las consecuencias no siempre son visibles: los traumatismos craneales, por ejemplo, pueden generar secuelas neurológicas que afectan el lenguaje, la memoria, la movilidad o la autonomía personal, señalan los expertos.
Prevenir es la mejor forma de cuidar la vida. Y eso incluye revisar no sólo el estado del vehículo antes de conducir, sino también cómo estamos física, emocional y farmacológicamente.
