Llegaron datos de las más recientes pruebas Pisa (siglas en inglés de Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes). Según el informe correspondiente a 2022, siete de cada 10 estudiantes no logran aprender lo básico de matemáticas. En lectura y ciencias, tampoco alcanzan niveles de desempeño significativos. La muestra fue sobre estudiantes de 15 años que cursan estudios en 81 países, entre los cuales Argentina quedó en el puesto 66.
Son datos dolorosos, a los que lamentablemente nos venimos acostumbrando. Surgen numerosos análisis para tratar de buscar el porqué y, en lo posible, señalar un culpable.
Las estadísticas son números que, de por sí, no hablan. Se los hace hablar y en esa instancia se mezclan cuestiones políticas, ideológicas, pedagógicas, didácticas y sociales. Llama la atención cómo un análisis simplista pone siempre en primer lugar de responsabilidad a la escuela, a los docentes y sus prácticas. Doy fe, como docente, de que el tema de los métodos se actualiza, se revisa, se modifica, se adapta al grupo, pero también sé que, cuando hay un docente apasionado y un niño que quiere aprender, el método pasa a segundo lugar.
Hace muchos años, en ocasión de una visita a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Córdoba, el maestro Ernesto Sábato supo relativizar la cuestión metodológica para afirmar que el mejor método es la pasión docente. Y sabemos de la existencia de docentes que enseñan a pura pasión, motivan, provocan y que, en los aciagos tiempos pandémicos, atravesaban las pantallas con su emocionalidad y alegría de enseñar. Los números de las pruebas Pisa parecen señalar que ese esfuerzo no alcanza.
Ampliemos la mirada a la escena familiar. Los niños nacen y el universo del lenguaje los espera. Hablan si son hablados. El aprendizaje de la lengua dependerá de los adultos a cargo de la crianza. Si en vez de leerles cuentos les damos celulares a edades tempranas, el lenguaje se demorará en aparecer. Si los niños no ven jamás a sus padres leer libros, no habrá entusiasmo por hacerlo. Si en casa no se compran libros, no existe una biblioteca ni se aprovechan las públicas y los padres no se despegan de sus herramientas tecnológicas, a la escuela le resultará muy difícil la alfabetización.
Las pantallas precoces generan niños pasivos y fascinados por las imágenes y sonidos que salen con sólo apretar un botón. Leer es un trabajo activo de desciframiento de signos poco atractivos. La magia comienza cuando se hace posible extraer de allí los personajes, las aventuras, los cuentos, y mucho más cuando al principio son contados por voces amorosas.
Lo que estamos tratando de señalar es que no da igual un niño que ingresa al sistema escolar con un buen lenguaje, con el deseo y la curiosidad por leer el mundo encendido, que aquellos que por algún factor causal no han sido “bañados de lenguaje”.
Alfabetizarse no es un proceso sencillo. Requiere de un sistema cognitivo sano y un motor deseante, que sabemos que está en marcha cada vez que un hijo nos pregunta: “¿Qué dice ahí, papi/mami?”. El acompañamiento familiar en esa aventura de ir de a poco leyendo el mundo es fundamental. De ahí que se recomiende que hasta tercer grado estemos muy atentos a los avances, ya que deberían adquirir no sólo la lectura fluida, sino la comprensión de lo que leen. Es la base para todo aprendizaje posterior. ¿Cómo pensar en un secundario o en una carrera universitaria sin esta herramienta?
Volviendo a la escena escolar y de nuevo tomando el discurso de Ernesto Sábato: la literatura debería despegarse de la gramática. ¿Con qué placer leer El Principito si después me espera la tarea de buscar sujeto y predicado o subrayar los verbos? Leer libros para aprobar una prueba no sería lo deseable. Sí lo serían la lectura colectiva, la presencia de narradores en el aula, la escritura de guiones de teatro en cualquier asignatura que lo permita, la lectura de cancioneros, el compartir con sus compañeros textos traídos de casa. Todo lo que toque sus vidas, impacte en las emociones y les dé esa dosis de humanidad que estamos perdiendo.
