- Pasaron cinco años de la explosión de la Química Raponi
- Los damnificados se sienten desamparados
- Una primera vivienda ya está lista para ser habitada
En la tarde del 6 de noviembre de 2014, una fuerte explosión sorprendió al barrio Alta Córdoba y se escuchó a más de cinco kilómetros de distancia. Minutos después, se conoció lo que había sucedido: la parte trasera del galpón de la Química Raponi SRL había estallado y tuvo un impacto directo en un radio de ocho manzanas circundantes.
Con el tiempo, se logró determinar que el siniestro había sido ocasionado por los productos químicos almacenados en la firma, que habrían estado depositados en una parcela no declarada, lo cual hizo volar paredes, techos y ventanas. El saldo más trágico fue el de una persona muerta: María Angélica Cueto, de 65 años, vecina de la zona, adonde había ido a vivir desde Buenos Aires para estar más cerca de sus nietos. "Pola", como la llamaban, resultó aplastada por una cortina metálica que se desprendió en el portón de un taller de calle Góngora como consecuencia de la explosión.
El cimbronazo también causó lesiones –algunas menores y otras de gravedad– a más de 60 personas. Produjo incontables daños en viviendas de varias manzanas a la redonda. Derrumbó galpones, aplastó autos, barrió con todo aquello que quedó en su camino. Trece viviendas quedaron inhabitables.
Los afectados
Patricia es la mamá de Pablo Amaya, quien debió ser internado por las graves heridas derivadas del estrépito, y siente que fue abandonada. A cinco años de aquel episodio que no puede olvidar, y aunque su hijo se recuperó y pudo seguir su vida, habla con una voz pausada pero firme, con un dolor que a simple vista no se nota, pero sale a flote durante su relato.
Tiene escrita una carta y la semana próxima la va a dejar en la puerta de entrada de la Municipalidad de Córdoba. En ella, afirma que su familia fue víctima del desamparo.
"Pablo estaba en la casa de su papá porque mi casa de barrio Marqués de Sobremonte había sido declarada como inhabitable. Para su resguardo, se fue a barrio Alta Córdoba", comenta Patricia, sin dejar de subrayar la ironía del destino.
El día de la explosión, Pablo –o “Pablito” como se lo conoció en los medios– sufrió heridas graves que requirieron la hospitalización y la colocación de una prótesis.
“Hoy, Pablo está recuperado. Recuperó su vida, porque terminó el secundario y, en la actualidad, estudia composición musical en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Además, trabaja arreglando jardines, porque nuestra situación económica es difícil”, relató.
Para Patricia, es muy difícil confiar en una futura solución, aunque no deja de reclamar en la carta que va a entregar la próxima semana a las autoridades de la ciudad.
“La Provincia siempre nos acompañó, yo quiero destacar esto. Pero (el exsubsecretario de Desarrollo Social de la Municipalidad) Walter Ferreyra nos prometió un terreno para construir una casa. Cuando se dieron cuenta de que era una promesa de palabra, nunca más nos atendieron”, asegura Patricia. No fue posible ubicar al exfuncionario para conocer su versión.
La mujer es jubilada anticipada por invalidez. Durante un incidente en su trabajo, perdió el 80 por ciento de la visión. “Vivimos en otro lado, en barrio Villa Cabrera. Alquilamos y lo hicimos por acá después de la explosión. Eran demasiadas cosas como para seguir en el mismo sitio”, cuenta Patricia.
Iturria: Lo perdí todo
En cambio, Ramón Iturria, quien perdió su casa luego de la explosión, no tiene un domicilio fijo. Después del día que se incendió la Química, lo visitaron funcionarios municipales y le mostraron la rajadura del techo. Le explicaron que la propiedad debía ser demolida y le prometieron una solución.
“No tengo un lugar en el que vivir. Voy de casa en casa, con una especie de carpa, buscando el próximo lugar que me ampare. Esta noche, duermo bajo el techo de un garaje y, en los próximos días, no sé cuál va a ser mi destino”, lamenta.
Ramón tiene 70 años y cuenta con una jubilación que sólo le alcanza, afirma, para comprar alimentos.
"Me quisieron conformar con un poco de mercadería y después se olvidaron de mí. Actualmente, vivo de la ayuda de la gente. Si hoy me muero, no tengo ni siquiera un cajón", cuestiona.
Sigue esperando que llegue la ayuda que le prometieron: “Corresponde que me ayuden como a un ciudadano argentino más. Dejé mi vida trabajando y hoy me siento desamparado”.
También manifiesta que siente tristeza y desilusión. “Ya no tengo ganas de vivir. A mi edad, no tengo dónde esperar mis últimos días, no tengo dónde descansar en paz”, expresa.
Dos galpones
Marcelo Bonfigli habla con el mismo pesar que expresan los demás damnificados. Su mamá es dueña de dos terrenos en los que, antes de la explosión, había dos galpones construidos.
“Nos siguen cobrando todos los impuestos, pero hasta el día de hoy no nos han brindado soluciones. La única que nos perdonó fue la empresa Aguas Cordobesas, que no nos cobra el agua”, dice Marcelo.
Las construcciones albergaban una distribuidora de pastas y una empresa de diseño de cartelería industrial. “Todo se destruyó. Aún quedan las ruinas del lugar, porque no fueron demolidas, tal como se había prometido”, comenta.
Según asegura el damnificado, en una primera visita los funcionarios municipales le explicaron que debía firmar un acuerdo para tirar abajo la propiedad. Luego, llegaría una solución, provista por la Municipalidad de la ciudad de Córdoba.
“Hoy estamos como estuvimos siempre. No se hizo ni una cosa ni la otra. La parte de la edificación que quedó en pie está reforzada con un pilar de madera. No hay novedades porque nadie se ocupó de nuestra situación”, se queja Marcelo.
Promesa cumplida
“Esta vez, tenemos buenas noticias: la casa ya está lista, en diciembre nos vamos a mudar”, responde Camila Luna y confirma una noticia que tardó cinco años en llegar. Se trata de la primera vivienda que fue demolida tras la explosión de la Química Raponi.
Ya está en condiciones de ser habitada por los descendientes de Ramón Perdiguero y se ultiman los detalles para su instalación.
“Finalmente, fue el Gobierno provincial el que respondió a nuestros pedidos, y dispuso el dinero que hacía falta para terminar las obras y poder volver”, agradece Camila, y asegura que la casa “quedó hermosa”.
El sinsabor de los cinco años de espera para volver a la casa de su abuelo parece quedar atrás. Lo que hoy se impone es la emoción de estar a punto de habitar el hogar que las vio crecer. Reconstruido. Pero ya sin Ramón, quien murió en enero de 2017.
Para concretar la mudanza sólo les falta la conexión de gas natural. “En un mes y medio, una cuadrilla privada terminó todo lo que faltaba”, precisa la joven.
El amarillo pleno de aquella fachada aparece en la nueva casa, pero parcialmente: “Decidimos pintar de amarillo sólo la parte del medio, donde está la puerta de entrada y el ventanal, y el resto de la casa blanca”, describió.
Desde la Municipalidad dijeron que se realizaron aportes económicos por el total del costo de la construcción, pero desde la familia insistieron en que tuvieron que acudir a la Provincia para terminar la vivienda.
“Se construyeron tres departamentos para la familia Perdiguero. Se empezó con una empresa contratista, que llegó a cumplir un 80 por ciento de la construcción y para terminar la obra se emitió un subsidio, que representó el resto del costo para cubrir el 100 por ciento del valor”, declararon voceros municipales.
Desde el Gobierno de la Provincia, destacaron: “Desde el Ministerio de Desarrollo Social, se están abonando en forma consecutiva 10 ayudas económicas en concepto de pago de alquiler mensual”.
Además, confirmaron que están en proceso de entrega de las dos viviendas para la familia Perdiguero. “Se acompañó para la adquisición de materiales de construcción, para la terminación de la misma y en este momento se está realizando la conexión de gas troncal, por parte de la empresa prestadora, como así también la instalación de servicio eléctrico”, remarcaron desde la cartera de Desarrollo Social.
Colaboró en esta nota: Laura Giubergia.