Hace 10 años, Marcela Casal Sánchez trabajaba como enfermera en una sala de partos del sanatorio Mater Dei de Buenos Aires.
Ella estaba en la nursery y fue testigo de una situación dramática: un recién nacido, que estaba bajo sus cuidados, había sido rechazado por su familia biológica por tener Síndrome de Down.
La mujer, según publicó el sitio Infobae, nunca conoció a los padres biológicos, quienes enseguida pidieron que retiraran la cuna de la habitación.
“La reacción de ellos fue muy precipitada, como si la decisión estuviera pensada de antemano. Intervinieron en el caso muchas personas, la parte legal del sanatorio, porque devolvieron el certificado de nacimiento a la partera. Eso fue un punto en el que empezamos a darnos cuenta de que la situación no iba a desarrollarse como pensábamos”, contó la mujer, a una década del hecho.
Como se trata de una institución médica católica, intervinieron las hermanas del Mater Dei, quienes intentaron tocar el corazón de esos padres pero no hubo forma.
“Sentimos una tristeza enorme, y así lo sentí yo en particular. Por protocolo de la nursery pasó a la terapia, para estar más observado”, recordó Marcela, y prosiguió: “Durante esas semanas nosotros –por las trabajadores de esa área- lo traíamos de la terapia. Lo sacábamos. Lo poníamos en la cuna, en el huevito, se la pasó de brazo en brazo, como yo digo, con todas las tías. También venían de otros servicios a verlo”.
El deseo de formar una familia
Por aquellos años, Marcela había hablado con su pareja de adoptar. No podía quedar embarazada de forma natural. “Santiago (el bebé) se me metió en el corazón de entrada con todo lo que estaba pasando. Tenía la necesidad de tenerlo todo el tiempo en mis brazos. De que se sintiera acompañado y amado”.
“Santiago nació como Franco y nos dieron un aviso de que había que cambiar en la historia clínica el nombre, porque ‘la señora’ había dicho que Franco era el nombre de un niño sano y teníamos que ponerle Santiago. Bueno, no solamente a mí, a todos nos provocó una sensación de dolor”, reveló Marcela, quien nunca volvió a cambiarle el nombre y le agregó otro, Francisco, ya que en ese momento acaban de elegir a Jorge Bergoglio como Papa.
El 27 de diciembre de 2012 cuando Marcela llegó a trabajar Santiago ya no estaba. Le habían asignado una familia de tránsito hasta que se definiera su situación de adoptabilidad.
Y fue en ese marco que ella se desesperó, y con su madre fueron a golpear la puerta del Juzgado Nacional en lo civil número 86.
Marcela, que estaba decidida a adoptarlo, se había anotado en una lista, pero para poder ser elegida le dijeron que tenía que inscribirse en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruaga). Hizo todos los trámites. Recibió visitas en su casa, fue evaluada por distintos profesionales de un equipo interdisciplinario. Y en el registro le contaron que muchas personas se habían postulado, entre ellos, varios médicos.
En marzo de 2013, la llamaron del juzgado. A la jueza María del Carmen Bacigalupo de Girard la había visto una vez en el Mater Dei acompañada de las hermanas durante una visita a Santiago. La había visto de lejos. Ahora la tenía sentada enfrente y le preguntaba por qué creía que los había citado. La enfermera se quedó muda, mirándola. Y fue ahí que la jueza le dijo que quería que ella y su pareja “sean los padres de Santiago”.
“Fue una emoción muy grande. Me dijo en ese momento que había priorizado por sobre todo el contacto que yo había tenido con Santiago los primeros días de vida del pequeño”, contó Marcela.
Hoy, a una década de convertirse en la mamá de “Santi”, la mujer detalló que se divorció al primer año del nene, y que ella decidió criar a su hijo sola.
“No estoy arrepentida en absolutamente nada de haberlo elegido a él por sobre todas las cosas. Él es todo para mí y para mis padres. Es un niño fuera de serie, muy cariñoso y sumamente sociable. Ama la naturaleza y le encantan sus mascotas: tiene perros y gatos”, describió la mujer.
