El último femicidio ocurrido en Córdoba, en el que Milagros Bottone fue asesinada por su padre a pesar de que su madre activó el botón antipánico –al igual que le sucedió en diciembre pasado a la joven Sofía Sosa en Salsipuedes– desató en la sociedad reflexiones y conmociones que no siempre tienen en cuenta el hueso del problema: el machismo.
Sin desconocer que el sistema de protección a las víctimas puede fallar y tiene cosas por mejorar, y que las autoridades deberían tomar nota y no esquivar al problema, decir que nada funciona es una idea errónea y peligrosa.
¿Por qué peligrosa? porque en este momento hay miles de mujeres que se animaron a denunciar a su agresor, que se animaron a dar un primer paso y que cuentan con un botón antipánico, una restricción de acercamiento o una tobillera dual, y que logran una pequeña tranquilidad en medio del terror que implica vivir amenazada. Así lo hemos contado en otras notas, según testimonios de las propias sobrevivientes.
Lo que dejan en evidencia este tipo de femicidios es algo que ya hemos registrado en otros casos, como abusos sexuales: la falta de coordinación dentro del mismo sistema judicial (unidades judiciales, fiscalías y juzgados) y también con organismos de protección.
Pero los femicidios tienen que recordarnos también la verdadera causa del problema: la violencia machista. Este es un problema estructural de la sociedad, un patrón cultural muy difícil de desterrar, y tiene como base la desigualdad entre géneros. Los femicidios no son hechos salvajes ni hechos aislados, ni simples “locuras” de “monstruos o seres fuera de este orden social. Están entre nosotros.
Tal como lo repiten especialistas en el tema, lograremos revertir la situación cuando se haga un trabajo profundo en la educación de niños y niñas, para que aprendan a convivir en igualdad de derechos. Que aprendan que no tienen roles establecidos en la sociedad sólo por su género. El trabajo es desde casa; es de todos. Es de la escuela y es del Estado, con campañas y programas de prevención, de trabajo con las masculinidades.
Mientras no se haga este trabajo profundo, seguiremos asistiendo a víctimas una vez que la violencia ya se produjo.
En las redes, el enojo de quienes desconocen la raíz del problema se simplifica en ideas drásticas como “cerrar los ministerios de la Mujer”. Con una mujer muerta cada 30 horas a causa de la violencia machista, con convenios internacionales a los que suscribe Argentina que comprometen a los estados a brindar todas las herramientas para la prevención y erradicación de esta problemática social (como la Cedaw y Convención de Belem Do Para), además de las leyes nacionales, lo que más se necesita es reforzar medidas y organismos.
Es necesario brindar más presupuesto, capacitar más a todo el personal que interviene: policía, equipos técnicos, personal de justicia. Un trabajo que, por cierto, realizan muchas personas en formas comprometida y también precarizadas laboralmente, como denuncian con frecuencia trabajadoras del Polo de la Mujer. Si retiramos ayudas, sólo desprotegeremos más a las víctimas.
Los femicidios son la consecuencia del machismo y el patriarcado en su peor expresión, y por ello requiere nuestro compromiso de reconocerlo como tal, de reforzar el trabajo de prevención y también el sistema de respuesta institucional.
