La escena se repite en muchos hogares de Córdoba cuando se acerca diciembre: carpetas incompletas, temas pendientes, profesores que deciden recuperatorios y familias que, en vez de empezar a despedir el año, se sientan a hacer cuentas de cuántas materias quedaron en pie, cómo se reparten los tiempos y si habrá, o no, un verano en paz.
La presión es grande, y en algunos hogares se vive casi como una cuenta regresiva. “Estamos en un estado de estrés e incertidumbre permanente”, describe Lucía, mamá de cuatro hijos, dos en secundaria, uno en primaria y un bebé, que atraviesa uno de sus años más difíciles desde que Joaquín empezó la secundaria.
“No sabemos si vamos a poder descansar en enero o si se nos va a ir el verano entero en clases particulares con 40 grados”, dice la mamá en diálogo con La Voz. Joaquín “debe” tres materias del año anterior y este año (con la nueva modalidad de evaluación) arrastra 28 temas de nueve materias diferentes.
Su testimonio es compartido por muchas familias con hijos: en tiempos donde las evaluaciones cambiaron, los contenidos se fragmentan por temas y las oportunidades de recuperatorio son múltiples.
La sensación por un lado es de alivio, porque los chicos solo tiene que recuperar temas puntuales de las materias que se llevan. Pero también de desborde por tener que asumir obligaciones simultáneas.
“Renegamos todo el año para que estudie y no se le junte todo, para que prepare sus carpetas. Pero si no estamos al lado de él, no lo hace”, asume Lucía resignada mientras contextualiza su rutina diaria con otros tres hijos y trabajos por atender.
“Los padres están desesperados”
Para Adela Narowlansky, docente de apoyo escolar desde hace casi 16 años en barrio Urca, este es uno de los períodos más intensos del calendario escolar. Atiende chicos de primaria, secundaria, prepara ingresos para colegios exigentes como el Manuel Belgrano, el Villada o el Monserrat, e incluso acompaña a quienes buscan entrar a la universidad.
“Los padres, sobre todo los primerizos, están desesperados porque se les juntan los recuperatorios que no aprobaron antes de las vacaciones de julio, con los de la segunda etapa del año. O en su defecto tienen que preparar los coloquios de diciembre”, explica.
Para la docente, esta situación es una consecuencia directa de un problema que se arrastra: “Si en su momento no se preparó lo que había que preparar, ahora todo se junta”. Pero lo más difícil de transmitir a las familias –señala– es que hay materias troncales, especialmente Lengua y Matemática, en las que no se puede remontar el conocimiento en una, dos o tres clases.
“Es complicado hacerles entender que si un contenido no está aceitado, el siguiente se vuelve muy difícil. Se hace lo que se puede. Mi objetivo es que aprendan, pero la mayoría estudia para zafar. Y el sistema, como les da cada vez más oportunidades, termina facilitándole las cosas”, afirma.
En su experiencia, que a lo largo de los años el sistema les de tantas oportunidades a los estudiantes, tiene un impacto claro: “No hay buena comprensión lectora, no escriben a mano, las operaciones básicas del primario llegan mal aprendidas. El nivel bajó muchísimo, sobre todo después de la pandemia”.
En los meses previos al cierre del ciclo lectivo, en junio y julio, en noviembre y diciembre, y en febrero, su carga de trabajo como docente de apoyo se incrementa en un 60%.
Son semanas en las que “se trabaja a full”, especialmente con varones, que representan alrededor del 70% de los alumnos a los que asiste durante los periodos de examen.
Aun así, sostiene que es posible prevenir el caos de fin de año: “Con una o dos clases de consulta a lo largo del año se evita llegar a esta época con la soga al cuello. Lo que siempre digo es: no dejen todo para el último día y tengan el material al día. Las carpetas son clave porque cada profesor tiene su manera de evaluar”.
“No sabemos por dónde empezar”
Lucía sabe que algo se desacomodó hace tiempo, pero también que su vida cotidiana no le deja margen para sentarse todos los días a estudiar con sus hijos. Ella y su marido son autónomos. Su ingreso depende del trabajo diario, no de un sueldo mensual asegurado. Y este año –asegura– “todo se frenó muchísimo”. De hecho, tuvieron que vender vehículos para poder llegar a fin de mes.
En medio de ese panorama, acompañar la escolaridad se volvió una maratón sin horarios. Su hijo Joaquín tiene 15 años y cursa tercer año. Lleva 28 contenidos pendientes de nueve materias, más tres previas. Si no aprueba esas tres materias, repite. Y la familia siente que está atrapada en un laberinto.
“No sabés si empezar por completar las carpetas, por preparar los temas viejos, por rendir las previas o por estudiar las pruebas de ahora para que no le vaya mal y no siga acumulando”, explica.
Y agrega: “Estamos atrás de él como si tuviera 7 años. Le explicamos, lo sentamos, completamos carpetas. Mi marido le bloqueó el celular. Pero si él no se pone, no alcanza”.
“Es un estrés constante. Pensás: si se lleva materias en febrero, vamos a estar estudiando en enero. Y mientras tanto, tenés que seguir trabajando, sostener la casa y atender a los otros cuatro chicos”, relata.
Hace un mes y medio recurrieron a una maestra particular. En la primera etapa del año intentaron acompañarlo solos: “Creíamos que a los 15 años ya tenía que ser autónomo. Pero cuando vimos que la situación se iba de las manos, buscamos ayuda”.
Mirar el aplazo sin dramatizar
Para la psicóloga especializada en adolescencia Erika Spindler Tornimbeni, integrante de la Cátedra de Desarrollo Infantil de la UNC, estas situaciones pueden ser difíciles, pero también una ocasión para que la familia revise sus dinámicas sin caer en el castigo o la culpa.
“La primera reacción suele estar atravesada por la preocupación o el miedo al fracaso. Pero este momento puede transformarse en una oportunidad para detenerse a pensar qué pasó, sin buscar culpables”, indicó en diálogo con La Voz.
La pregunta, dice, debe correrse del “¿quién tiene la culpa?” hacia el “¿qué nos pasó?”. Desdramatizar es fundamental: “Un mal resultado no define la inteligencia ni el futuro de un estudiante. Es solo un capítulo en una biografía educativa”.
Y para que esa revisión sea posible, el clima del hogar debe ser de confianza, no de juicio. “Escuchar sin evaluar, sostener sin presionar y reconocer el esfuerzo más allá de la nota fortalece la autoestima”.
Spindler destaca que superar materias pendientes implica revisar cómo se aprende: planificación, método, uso adecuado de la tecnología, ambientes tranquilos y rutinas claras. “La responsabilidad del estudio es del adolescente, pero la familia puede crear condiciones favorables para ello”, señala.
La psicóloga propone un acompañamiento que evite dos extremos: ni sobreprotección, ni abandono. “El desafío es fortalecer su autonomía sin dejarlos solos”, explica.
El cierre del ciclo lectivo también suele tensar el vínculo de las familias con la escuela. “Muchos padres sienten que deben responder ante la nota, como si la evaluación fuera un juicio”, describe Spindler.
Para la especialista, recuperar la confianza entre docentes y familias es clave: “El aprendizaje es un proceso, no un veredicto. Cuando la comunicación es abierta, se pueden anticipar miedos y acordar estrategias para sostener al estudiante”.
Otras experiencias
Nemecia es mamá de tres hijos. El menor cursa primer año de la secundaria y lo preparó todo el año para ingresar a un colegio con examen de ingreso. Luego, cada vez que aparecía un tema para recuperar, lo llevaba a clases particulares.
“Trabajo, tengo tres chicos y él hace rugby e inglés. Para crear un hábito de estudio mejor, preferí recurrir a la profesora particular. Y le fue bien: solo tiene una materia para recuperar”, cuenta.
Cecilia, por su parte, vive el cierre del ciclo con una mezcla similar de cansancio y alivio. Su hija va a segundo año del secundario y “no se lleva muchas materias”, pero reconoce que la acompañó a clases particulares todo el año para fortalecer, en especial, los contenidos de Matemáticas.
“Me importa que apruebe, pero estoy cansada. Fue todo un año de llevarla todas las semanas a particular. A fin de año ya no quiero llevarla más, pero sé que le hace bien”, reconoce la mamá.

Este año, además, las familias viven un cambio extra: la nueva ley provincial de calificación que divide las materias por temas y elimina la figura del alumno “libre”. Esta transición, cuentan, generó confusión en algunas familias y alivio en otras.
En medio del agotamiento, la incertidumbre y la falta de tiempo, el cierre escolar se vuelve para muchas familias una carrera contrarreloj que no solo habla de las dificultades de sus hijos, sino de un sistema que asigna múltiples oportunidades de recuperación. Pero que también exige, un acompañamiento que no todas las familias pueden sostener.
Cómo es el nuevo sistema de evaluación en la secundaria
El nuevo régimen académico del nivel secundario en la provincia de Córdoba, implementado desde este año, cambia de raíz la forma de evaluar y decidir si un estudiante pasa o no de año.
La lógica central ya no es “una nota final por materia”, sino el seguimiento de aprendizajes por núcleos o ejes de contenido a lo largo de todo el ciclo lectivo.
La evaluación se concibe como un proceso continuo y colectivo de la escuela, que no sólo sirve para poner notas, sino para revisar cómo se está enseñando.
La calificación sigue siendo numérica (en una escala que va del 1 al 10), pero la norma aclara que no puede reducirse a un simple promedio aritmético: debe reflejar una mirada integral del recorrido del estudiante, con distintos instrumentos y momentos de evaluación.

En la primera etapa del año no hay calificación final: se registran notas parciales y, si quedan contenidos pendientes, el docente tiene la obligación de ofrecer al menos dos instancias de recuperación.
La acreditación de cada espacio curricular es anual: se considera aprobado cuando el estudiante alcanza una nota de 7 o más en cada núcleo o eje de aprendizaje, lo que equivale al 70% de los contenidos prioritarios.
Si esos aprendizajes no se logran durante el año, se pueden recuperar en los coloquios de diciembre y febrero. Si aun así el espacio curricular no se acredita, pasa a condición de “previo”.
Para promocionar al año siguiente, el estudiante debe tener todas las materias aprobadas, o bien adeudar hasta dos espacios curriculares como previos.
Si adeuda tres, puede optar por un régimen especial: o bien realiza entre cuatro y seis trabajos integradores en una de esas materias, o cursa como “trayectoria asistida”, rindiendo después en un coloquio.
La repitencia de año en el secundario queda así como último recurso, sólo después de agotar todas las instancias de apoyo y recuperación previstas por el nuevo régimen de calificación.


























