En la ciudad de Córdoba, en buena parte de las veredas tanto en el Centro como en los barrios de la periferia se presentan múltiples obstáculos para la circulación peatonal, lo que hace que las zonas urbanas sean de muy difícil acceso para las personas con discapacidad motriz. Esto deja en evidencia que la inclusión en este aspecto sigue siendo un problema grave.
Juan Guardatti tiene 23 años y es estudiante de periodismo en el Colegio Universitario Politécnico (CUP). Recorre en su silla de ruedas el trayecto que va desde su casa hasta la facultad ya que, para él, usar el transporte urbano no es una opción. Y las razones son varias: a veces no pasan colectivos con rampas y, si lo hacen, el proceso para subirse y bajarse es engorroso, y otras se presentan complicaciones que lo exceden, como la mala voluntad de los choferes.
Juan es una de las tantas personas cuya calidad de vida se ve afectada por la inaccesibilidad en la ciudad de Córdoba.
El recorrido arranca el miércoles, a las 7
Todo comienza en la calle Pablo Luis Mirizzi 572, barrio Parque Vélez Sársfield, en el suroeste de Córdoba capital, en la casa de Juan. A esta altura del año, el sol asoma un poco más temprano, ya se siente el trinar de los pájaros y la ciudad se pone en movimiento.
En un recorrido que no deja nada librado al azar, Juan puede identificar los momentos justos en los que se presentan dificultades para circular. Sale de su casa, avanza unos metros y dobla en Arturo M. Bas. El enojo se hace visible en su rostro cuando se topa con una camioneta que está estacionada afuera del garaje y obstruye el paso en la vereda.
“Este es un ejemplo de la falta de convivencia ciudadana”, afirma el joven. En este lugar se manifiesta la situación más peligrosa que le toca vivir a diario: circular por la calle. Poner en riesgo su integridad física no debería ser cotidiano y menos algo naturalizado. Sin embargo, lo es.
Nada de lo que ve es nuevo para él en las veredas de su barrio: las baldosas están destruidas o sobresalen por las raíces de los árboles. Hay caños al descubierto, obras que reducen al mínimo el ancho de las veredas y escalones.
Al llegar a la esquina de Arturo M.Bas y Naciones Unidas, otro obstáculo se presenta. Juan no puede cruzar la calle como debería: no hay rampa en ninguno de los lados de la senda peatonal, un problema muy recurrente en las calles de la ciudad. Debe bajar por la que está en un costado y hacer un pequeño tramo hasta que finalmente logra avanzar.
A lo largo de calle Naciones Unidas, las veredas están rotas o mal diseñadas y corre peligro de tropezar y caer, pero sabe convivir con ese temor. “Tenemos que salir al mundo para que las personas sin discapacidad entiendan lo que nosotros vivimos”, dice.
Al pasar frente al Hospital Privado, un vendedor de helados lo saluda con la mano cariñosamente. Así de habitual y planeado es el recorrido, que puede llevar a desviaciones a un encuentro con lo inesperado y peligroso. “Cuando ves a una persona con discapacidad que sale a la calle, es porque no es la primera vez que lo hace, sino que tiene toda una planificación en su casa de cómo tiene que hacer y en qué momentos pedir ayuda”, explica.
En ese sentido, cuenta que cada vez que anda en auto, observa las calles, las “estudia”.
Empieza un tramo duro. Al doblar a la izquierda en calle Friuli, en dirección a barrio Nueva Córdoba, hay tres o cuatro cuadras que no tienen rampas, así que debe circular directamente por la calle. Generalmente, los autos andan cuidadosamente cuando lo ven y se solidarizan, pero no deja de ser un peligro.
Cuando aparece la primera rampa, a la altura del Instituto de Educación Córdoba, puede utilizarla pero, ya con tono irónico, dice: “Esta rampa está mal hecha”.
La inclusión se vuelve sólo aparente si las rampas no están en condiciones para ser utilizadas. “Las tiene que poder usar una persona disca”, dice Juan. Este último término es utilizado por los activistas para autodefinirse. En este sentido, deben tener una inclinación adecuada, antideslizantes y no pueden tener aberturas ni un escalón.
Sigue el tramo sin paradas, pero con algunas pequeñas dificultades. A la altura del supermercado Disco de calle Friuli, necesita ayuda para atravesar los escalones que marcan la entrada de los autos.
Allí frena para hacer una salvedad: “La silla de ruedas es una extensión del cuerpo, entonces cuando alguien asiste a una persona con discapacidad tocando inmediatamente las ayudas técnicas, uno se siente invadido”.
Muchas veces, en el intento de ayudar, la falta de conocimiento sobre cómo hacerlo perjudica a la persona con discapacidad. Por otro lado, no puede ignorar el hecho de que a veces le causa miedo confiar en un extraño, más cuando hay tanta inseguridad en la ciudad.
Continúa el tramo, hace la rotonda de Plaza de las Américas y cuando llega la calle Ambrosio Olmos, en el cruce con Richardson, los autos frenan y la rampa queda obstruida. Aunque los activistas expresan insistentemente que el compromiso de la gente es fundamental, sigue siendo un asunto pendiente.
Al doblar por Obispo Trejo, empieza a haber cada vez más obstáculos. En el apuro de sus compromisos, la gente circula rápido y sin cuidado. Las veredas cada vez tienen más baldosas sobresalidas, hay obras en construcción y la mitad de las rampas están en mal estado.
La gente ve una cámara, nota que estamos haciendo foco a estas trabas y recién ahí parece notar que, lo que para las personas sin discapacidad es normal, para las que sí la tienen, es una limitación en su día a día. “Qué desastre las calles”, se escucha a lo lejos.
Las cuadras se suceden y parece evidente que las calles del barrio Nueva Córdoba no están pensadas para que las personas “disca” circulen y gocen de libertad e independencia.
En Obispo Trejo, entre Pueyrredón y Fructuoso Rivera, una obra obstruye el paso. Más bien, reduce la vereda a la mitad, por lo que Juan debe pedir permiso para poder circular.
A metros de la esquina de Trejo y Fructuoso Rivera, del lado izquierdo, hace meses que la vereda está completamente destruida. Con esfuerzo, Juan supera el escollo.
Finalmente, tras 50 minutos de un arduo recorrido, arriba al Colegio Universitario Politécnico, ubicado en Achával Rodríguez 147.
La accesibilidad, un asunto pendiente
Para las personas sin discapacidad, los obstáculos en la circulación no suponen más que algo que se puede esquivar, saltar o atravesar con cuidado. Un recorrido que implica prestarle atención a estos detalles sirve para dimensionar cómo es un día en la vida de una persona con movilidad reducida: planificación, miedo, planes imposibles, una ciudad que no escucha ni atiende a sus reclamos.
Por momentos, la existencia de una ley que vela por la accesibilidad de este grupo de personas, no es suficiente. Es su derecho fundamental poder gozar de seguridad y herramientas que les permitan transitar su vida con tranquilidad.
“La discapacidad aparece cuando las adaptaciones son inexistentes”, manifiesta Juan al cerrar el recorrido.