Nadie quiere saber más nada de Covid. Y ese es, precisamente, el mayor peligro de que este vuelva a ser un problema de salud, pero también uno social, económico y político, si es que para enfrentar un potencial rebrote hay que volver a las recetas de la pandemia. Algo que nadie quiere, empezando por los gobiernos, que aún tienen en sus pasivos políticos haber quedado identificados como los gestores de ese momento terrible.
El Covid es una pesadilla que queremos olvidar. Pero no va a funcionar como un mal sueño: no se va a ir si restregamos los ojos con fuerza, nos lavamos la cara y calentamos una taza de café negro.
La mejor manera de dejar atrás el Covid es no olvidarlo antes de tiempo. Los expertos recomiendan, sin disenso, que es clave sostener los cuidados que nos trajeron hasta aquí: hasta el momento en que casi no hay internados ni muertos por la enfermedad. Primera, en esa lista, la vacunación. Es cierto que el virus fue mutando en versiones más contagiosas y menos letales, que hicieron que muchas personas se contagien y, tras superar la enfermedad, adquieran inmunidad natural. Pero fueron las campañas masivas de vacunación las que torcieron la curva, en especial de internaciones y muertes, y permitieron el retorno a una normalidad casi sin rémoras pandémicas.
Ya casi nadie usa barbijo, aunque tenga síntomas; no hay aislamientos preventivos ni distanciamiento. Se controla poco y nada la ventilación de los espacios, en especial con las altas temperaturas, con espacios refrigerados con aires acondicionados que recirculan el aire. Y, para completar el escenario, el grueso de la población cordobesa no se aplica una dosis de refuerzo de vacuna desde hace, al menos, nueve meses.
Negar la existencia del Covid no parece la estrategia más racional para, efectivamente, terminar con él y dejarlo en el recuerdo. La paradoja es clara: por no querer saber más nada del Covid, hacemos todo para dejarle abierta la posibilidad de que vuelva a ser parte de nuestras vidas.
