Haciendo bisagra entre el otoño y el invierno, cada 20 de julio se festeja el Día del Amigo en nuestro país.
Venimos insistiendo en la necesidad de la amistad en la vida de todos, pero especialmente en las infancias y en las adolescencias. Los problemas vinculares entre pares son hoy quizás el motivo de consulta más frecuente.
“Lo dejan de lado en el aula”. “Se queda solo en el recreo”. “Es el único no invitado al cumpleaños”. “Pide cambiarse de sección o de colegio porque no hace amigos”: frases como esas suelen repetirse.
Son situaciones que deberían interpelar a los adultos educadores (padres y docentes), ya que conllevan una alta dosis de sufrimiento.
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Es cierto que hoy, por razones de seguridad, se ha instalado el “encierro domiciliario” y con ello los niños vienen perdiendo los amigos del barrio, aquellos que junto a los hermanos (a veces supliéndolos) conforman la plataforma constitutiva de la socialización.
Si veredas, plazas, canchas, quioscos y esquinas están “prohibidas”, de la mano de la tecnología surgen nuevas formas de generar amigos, sobre las que nos parece interesante seguir indagando.
En general, cuando la ausencia de amigos sucede en la infancia, son niños con autoestima baja y con dificultades en el dar y el recibir.
A veces, tristezas no elaboradas o situaciones familiares complejas hacen que el modo defensivo que se instala eluda el contacto con otros. Como si faltara la alegría necesaria para que el otro los aloje en sus vidas.
Si se trata de adolescentes sin amigos se nos abre un gran signo de pregunta porque es la edad de la amistad por excelencia. ¿Se autodiscrimina o lo discriminan? ¿Se tratará de timideces infantiles no resueltas? ¿Quizás se sumergió en el mundo virtual y ahí, en ese anonimato o en esa distancia, se siente más cómodo y protegido?
También en modo adulto
Si pensamos en adultos sin amigos, seguramente se trata de historias en las que construir amistad fue problemático por múltiples razones.
Quizás un exceso de individualismo, o prejuicios y mandatos no elaborados, o una dificultad para gestionar las emociones negativas.
La falta de empatía, el no poder acompañar al otro en sus malos momentos o alegrarme de sus logros hacen que la amistad sea una construcción dificultosa, ya que exige tiempo, tolerancia, entregas y renuncias.
La adultez sin ese grupo de relación y contención se complica porque la partida inevitable (y deseable) de los hijos los puede enfrentar a la dolorosa sensación de no tener con quién compartir las vicisitudes comunes y cuando se instala la soledad (no elegida) no es sin consecuencias psicofísicas.
La amistad es también un valor que se trasmite con el ejemplo. Difícilmente tengamos hijos sociables, si nuestra casa no tiene las puertas abiertas y cada tanto un encuentro con amigos es casi una fiesta. O que circulen familiarmente relatos de amistades pasadas y presentes que nos contuvieron y nos alegraron el alma.
Construir amistades
¿Qué hace falta para que surja una amistad? A la hora de definirla es más fácil decir lo que queda fuera de ella (interés, competencia, celos, envidias) que lo que en realidad es su esencia.
¿Qué hace que de todas las personas que pasan por nuestras vidas, sólo algunas, muy pocas, sean amigos de verdad? Difícil de conceptualizar: la amistad es casi un milagro a disfrutar. Se resiste a lógicas y especulaciones. No es intencional. Puede ser un alma gemela o un polo opuesto.
Lo que sí podemos decir es que la amistad exige lealtad, presencia, atención, nutrición. Y por eso es habitual que aunque surja vía tecnología en un punto se haga imperiosa la necesidad del encuentro real, en el que seguramente los ingredientes no presentes en la web o las redes (piel, abrazo, mirada) terminarán de reafirmar o no el sentimiento iniciado en la pantalla.
En estos tiempos de triunfo de la desconfianza, de esa especie de paranoia generalizada fruto de la inseguridad, donde el otro puede ser un enemigo en potencia, el encuentro entre las personas se hace cada vez más difícil y la depresión por soledad es uno de los síntomas más acuciantes.
Por eso, bienvenidas sean todas las formas de relacionarse de verdad con alguien, recordando que la verdad viene de mano de la alegría.
