Allá lejos y hace tiempo, mi adolescencia en una ciudad mediana del interior provincial transcurrió sin grandes sobresaltos. A los 13 o 14 años, mis mayores preocupaciones eran aprobar tal o cual materia del secundario, convencer a mi madre para que me dejara salir con mis amigos y rogar para que mi equipo de básquet ganara los sábados por la tarde.
En épocas de crisis, a lo sumo lamentaba que las milanesas de carne mutaran por bifes de hígado y que el recambio de zapatillas se demorara más de la cuenta. Al fin de cuentas, integraba una familia de clase “media-media”, al igual que muchos de los pibes de mi barrio. Como ellos, a esa edad todavía tenía toda la vida por delante, con la expectativa de que lo mejor estaba por venir.
Hoy tengo 51 y cada vez más canas en la cabeza. La vida adulta que imaginé a mis 13 años viene siendo todo lo maravillosa que el destino, mis ganas y posibilidades lograron hacer con ella.
Mientras repaso aquellos años, escucho que el Gobierno nacional busca bajar la edad de imputabilidad para meter presos como si fueran adultos a chicos de 13 o 14 años que cometan delitos. Pibes como aquel que fui cuando apenas si sabía atarme los cordones solo.
Quizá yo tuve entonces la enorme fortuna de nacer y criarme en un hogar sin mayores problemas, con mis padres presentes, acompañado todo lo posible, sumando en lo bueno y corrigiendo en lo malo.
Sin temor a equivocarme, los chicos de esa edad que hoy delinquen no tuvieron la misma suerte que yo. La inmensa mayoría proviene de familias atravesadas por privaciones económicas, de entornos signados por la violencia, con papás y mamás que han pasado por lo mismo en sus infancias y que quizá carezcan de las herramientas materiales y simbólicas necesarias para acompañarlos mientras crecen.
“Delito de adulto, pena de adulto”, sentenció días atrás el presidente Javier Milei al anunciar el envío al Congreso Nacional del proyecto para bajar la edad de imputabilidad, sin hacer referencia ni un segundo a que estaba hablando de niños. No de adultos. Y de niños provenientes de sectores sociales muy diferentes a los que tanto él como yo crecimos. Mandarlos presos es, para muchos, condenarlos de por vida.
También para justificar la iniciativa, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dijo que otros países de la región tienen regímenes penales con edades incluso más bajas, algo que no es cierto. Ni en Uruguay, ni en Chile ni en Brasil (los países aludidos por la ministra) la edad punible es menor a 18 años. Lo que sí tienen son regímenes especiales de contención y acompañamiento, bajo el concepto de “responsabilidad penal juvenil”. No los tratan punitivamente como a un adulto.
A todo esto, las experiencias de otros países donde efectivamente la edad de imputabilidad es menor no muestran una baja sustancial del delito adolescente que, de todos modos, siempre es marginal en las estadísticas de inseguridad, ya que no supera el 2% o 3% del total. Y con una incidencia en delitos graves, como los homicidios, casi ínfima.
Claro que cuando un chico de esta edad protagoniza uno de estos hechos, impacta e indigna. Y ni quiero imaginarme lo que esa violencia genera en las familias de las víctimas. Pero la respuesta como Estado no puede ser tratar judicial y penalmente a esos chicos como si fueran mayores de edad.
No hay estudio ni tratado médico o psicológico que iguale en términos de desarrollo intelectual y maduración emocional a un niño de 13 años con un adulto de, pongamos, 30 o 40.
Antes que bajar la edad de imputabilidad, hay muchas otras respuestas que se pueden ensayar frente a la delincuencia infantil y adolescente. Más aun si tenemos en cuenta las condiciones extremas en las que viven estos chicos y por las cuales muchos son empujados al delito.
Trabajar sobre esos contextos, intentando mejorarlos, debería ser el primer paso. Y ante hechos consumados, abordar estrategias de contención y reinserción social y educativa.
“Una sociedad que tiene que meter en cana a nenes de 13 años es un fracaso. Después, digan todo lo que quieran”, posteó días atrás el usuario @waltermandarin en su cuenta de X.
No hay mucho más para decir.