Las clases medias en nuestro país siempre viven las crisis económicas de una manera particular, diferente a cómo las transitan los segmentos ubicados en los extremos de la pirámide social.
No tienen la suficiente espalda financiera como para aguantar la pérdida de ingresos en medio del vendaval, como sí la tienen los estratos más altos; pero tampoco acceden a las ayudas de emergencia y subsidios que suelen recibir los sectores más humildes.
Pasó en la mayoría de las crisis anteriores y está pasando ahora, otra vez.
A lo largo del año pasado, muchas familias de clase media se vieron obligadas a “quemar” sus ahorros, con la esperanza de que la actividad en algún momento se reactivara y con ello se recompusieran sus ingresos. Pero eso no está sucediendo. Al menos no con la magnitud de lo perdido.
Y esos hogares hoy están sobreviviendo como pueden con sus ingresos prácticamente congelados, en muchos casos cayendo por debajo de la línea de pobreza, aun cuando mantengan sus empleos.
Esta semana, el Instituto de Estadística y Censos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba) estimó que un hogar tipo conformado por dos adultos económicamente activos y dos hijos menores de edad necesita al menos $ 1.713.065 (sin pagar un alquiler) para ser considerado de clase media.
La verdad es que no todas las familias alcanzan hoy ese umbral mínimo, ni siquiera teniendo dos sueldos en el hogar. De hecho, la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec revela que sólo los dos últimos deciles de la población argentina (el 20%) tiene ingresos superiores a $ 1,7 millones.
En Córdoba, la Dirección General de Estadística y Censos de la Provincia no estima los ingresos necesarios para que una familia sea considerada de clase media, pero varias consultoras construyen indicadores de nivel socioeconómico (NSE) que dan una idea de cómo está conformada la estructura social.
Delfos es una de ellas, y según su último informe (febrero 2025), el 16% de la población cordobesa está caracterizada como de clase alta; el 64% como de nivel medio, mientras el 20% integra el estrato más bajo.
Pero dentro de esa mayoritaria clase media, más de la mitad es de nivel D1, caracterizado como de clase media-baja. O, lo que es lo mismo, en riesgo real y concreto de caer al segmento D2, ya en la clase baja.
Aunque siempre se la intenta medir en términos monetarios, lo cierto es que la categoría “clase media” es más bien un concepto cultural, de corte aspiracional, sobre todo en Argentina, donde siempre nos ufanamos de tener una pirámide social con segmentos medios robustos.
Como sea, lo cierto es que muchas de esas familias hoy transitan una delgada línea que apenas las separa de la base de una pirámide social, que en los últimos años no ha hecho más que empobrecerse.
Salen menos a comer afuera o al cine; hace rato que no cambian el auto; tuvieron que mudar a sus hijos a una escuela con una cuota más barata; se van de vacaciones la mitad de los días que antes. Hasta el asadito de los fines de semana pasó a ser una ceremonia mensual.
Aunque la plata no les alcance como antes y hayan tenido que ajustar al mínimo sus consumos, posiblemente muchas de estas familias sigan autopercibiéndose de clase media. Pero muy en el fondo, muchas saben que están al borde de dejar de serlo.
Para cualquiera, darse cuenta no es fácil, pero aceptarlo es mucho más difícil.