Cuando pensamos en plástico, lo primero que se nos viene a la cabeza son botellas, bolsas o tapitas descartables. Pero en el mundo industrial el plástico toma otra forma: se transforma en materia prima clave, versátil y resistente, capaz de convertirse en piezas fundamentales para diferentes sectores de consumo, por ejemplo, en la industria automotriz.
Baltazar Windholz, empresario de San Francisco, Córdoba, lo sabe bien: hace más de 20 años que apuesta a este sector con resultados que hablan por sí solos.
Windholz es el alma detrás de Windsa, una empresa líder en el desarrollo de productos plásticos industriales que hoy trabaja codo a codo con gigantes como Stellantis, Renault y Volkswagen. ¿La clave? Innovación, constancia y un fuerte compromiso con la sostenibilidad.

Un pionero en su rubro
Aunque Baltazar lleva tres décadas en el mundo del plástico, fue hace poco más de 20 años cuando fundó Windsa en el Parque Industrial de San Francisco. “En Argentina se veía poco desarrollo en rotomoldeo de alta tecnología, una técnica para fabricar productos plásticos huecos. Vi una oportunidad y me lancé a hacer algo distinto”, cuenta.
Hoy, con un equipo de 27 personas y más de 4 toneladas de plástico procesadas cada semana, Windsa fabrica de todo: pallets, señalización vial, contenedores, tanques, y un sinfín de artículos más que son adaptados a las necesidades de sus clientes.

Del taller al circuito automotor
Windholz habla sereno, pero por dentro parece procesar todo el tiempo los próximos pasos por dar. Confiesa que se relaja poco, que su trabajo le demanda casi toda la semana, tiempo en que las máquinas en la fábrica están encendidas (desde el domingo a la noche hasta el viernes por la noche), y que “ir a tomar un café al centro” lo despeja un poco. Pero rápidamente termina volviendo a la rutina.
Hace solo unos días, Windsa cerró un acuerdo con Stellantis hasta 2026 para fabricar contenedores especiales que trasladan llantas desde los proveedores hasta las líneas de ensamblaje. “Son piezas que protegen el producto durante el traslado. No van dentro del auto, pero son fundamentales en el proceso”, explica.
Ese fue solo un paso más en un camino que ya lo vinculó con otras grandes del sector: General Motors, Nissan, Fiat, y más. ¿Su diferencial? “La capacidad de respuesta y la innovación. Siempre apostamos a no hacer lo mismo que los demás”, resume.
Pero la industria automotriz no es su único mercado. También trabaja para empresas como Pauny —la fábrica de tractores de Las Varillas— fabricando guardabarros y tanques de combustible; para firmas de consumo masivo como La Serenísima, Ramolac, Noal, Manfrey proveyendo pallets y moldes para quesos a diferentes industrias lácteas, y para otras firmas importantes como Walmart y ZF.

Nada se tira: la revolución del scrap
En una de las áreas de su planta, el empresario cordobés implementó un sistema propio de recuperación de plásticos: son los sobrantes de material que quedan tras cada proceso productivo.
En lugar de descartarlos o venderlos a bajo costo, como hacen muchas fábricas, Windsa optó por cerrar el círculo y aprovechar cada fragmento de plástico para mejorar la sostenibilidad. Para ello, desarrolló una planta de reprocesamiento que convierte esos restos en nuevos productos con alto impacto social y ambiental. El resultado más emblemático de esta iniciativa son los adoquines ecológicos, elaborados a partir de una mezcla de basura plástica reciclada y áridos.
Estos bloques no son un simple experimento: cuentan con la resistencia suficiente para soportar tránsito pesado y ofrecen una alternativa sustentable frente a materiales tradicionales. “Buscamos darles un fin útil a los residuos. Cada adoquín representa cantidades enormes de plástico que no van a parar a un basural o a un río, sino que se convierten en infraestructura para la comunidad”, explica Windholz.
El proyecto ya despertó el interés de distintos municipios argentinos, que ven en esta tecnología una posibilidad concreta de transformar la basura plástica en calles, veredas y espacios públicos más sostenibles. Además, Windsa también ofrece la máquina para producirlos, lo que permite a los gobiernos locales y a otras empresas replicar el modelo en sus propias regiones.

“Lo interesante es que no nos quedamos solo en el producto final: creamos una herramienta que otros pueden utilizar para multiplicar el impacto. Hemos entablado conversaciones con varios municipios del país que están interesados en aplicar esta propuesta a gran escala”, agrega el empresario.
De esta forma, lo que comenzó como una inquietud por reducir desperdicios se convirtió en una auténtica revolución del scrap, un ejemplo de economía circular que combina innovación tecnológica, compromiso ambiental y desarrollo económico regional. Para Baltazar, es la prueba de que en la industria moderna nada se tira: todo puede transformarse en valor.

Innovar es mirar hacia adelante
En el primer piso de su nave, Windsa alberga un moderno laboratorio de ensayos físicos para plásticos, que no solo utiliza en sus propios desarrollos, sino que también brinda servicios a otras empresas y mantiene acuerdos de colaboración con instituciones como UTN.
“Hay que apuntar siempre a la mejora continua. Si te quedás, te convertís en un taller. Y yo siempre tuve claro qué quería hacer con esto”, reflexiona Windholz, para quien emprender no es solo un cálculo financiero: “Esto se hace con el corazón. Podés ser racional, pero si no hay pasión, no funciona”.