–Te conozco de toda la vida.
Esa fue la primera idea que a Virginia se le pasó por la cabeza cuando se encontró con Sonia, su prima lejana de Italia.
Virginia había llegado a Donato, el pueblo del Piamonte donde había nacido su bisabuelo Vincenzo.
Su intención era obtener la ciudadanía italiana, esa especie de llave que te abre las puertas de Europa, sin imaginar que en ese pequeño lugar del norte italiano iba a encontrar mucho más que un documento oficial. Que aquella prima lejana iba a terminar siendo tan cercana.
“Nos alojó en su casa durante más de dos meses. Era un rostro tan familiar y me dio tanta confianza, que pegamos onda desde el primer momento. En Donato, al ser un pueblo tan chico del norte de Italia, la gente suele ser cerrada. Saludan con la mano y ponen distancia. Pero ella fue todo lo contrario”, recuerda Virginia Ledesma, psicóloga argentina de 32 años, oriunda de Sarmiento, Río Gallegos.
Pocos meses después de recibirse en la Universidad Nacional de Córdoba, en marzo del 2022, Virginia viajó al pueblo de sus bisabuelos para obtener la ciudadanía italiana. Estuvo dos meses y medio en el origen de sus antepasados maternos junto con sus hermanos Gonzalo y Facundo, y su prima Karen.
Allí se encontraron con Sonia y su abuela, Margarita Batistina. Y aquí nos detendremos un momento: Margarita era una leyenda viviente: hija de Francesco, hermano de Vincenzo, el bisabuelo de Vir.
Vincenzo se había ido a “hacer la América” en un barco, a principios del siglo 20, mientras Francesco pasaba sus días en una Italia devastada por la guerra y el hambre.

Margarita –hija de Francesco– era una viejita tierna, de ojos azules.
“Sus rasgos eran idénticos a los de mi abuelo. Cada vez que hablábamos de la familia, se le llenaban los ojos de lágrimas. Ella hubiese querido conocer la Argentina, pero nunca pudo. Creo que en algún momento tuvo problemas con el pasaporte”, contó Vir.
Los jóvenes parientes argentinos le enseñaron a tomar mate. A sus 89 años, se hizo fan de la infusión. Cada vez que hacían videollamada con el otro continente, Margarita quería participar.
Un día sorprendió cuando sacó de una carpeta, varias hojas amarillentas escritas a mano. Era Vincenzo, extrañando horrores, el que le escribía a su hermano contando su vida en “la América”.
“Eran relatos muy tristes. Se nota que mi bisabuelo extrañaba mucho. En los sobres, también mandaba dinero porque Italia estaba en guerra y mal económicamente”, cuenta Virginia, emocionada.

El mejor arroz del mundo
Los cuatro argentinos pasaron dos meses y medio en Donato. Fueron los primeros en obtener la ciudadanía italiana en ese pueblo de apenas 600 habitantes.
El trámite les demoró poco más de un mes, gracias a la ayuda de su familia italiana que los fue a buscar al aeropuerto de Torino, una vez que llegaron.
“No hay trenes ni colectivos que te lleven a Donato. Ellos nos fueron a buscar. En el camino, pasamos por un supermercado y no nos dejaron pagar. Fuimos muy afortunados”.
Margarita tiene un restaurante en Donato, bien italiano. Sirve 12 platos por comensal y se luce con dos recetas típicas: el risotto y el vitel toné. “Nunca nos cobraron, así que tratábamos de no ir al restaurante tan seguido, aunque la comida era espectacular”.
También ayudaron con el trámite y los turnos. “Tal vez por ser un pueblo tan chico, no nos costó sacar la ciudadanía. Llegamos un sábado y el lunes ya teníamos turno en la comuna. Fuimos los cuatro primeros argentinos en lograr esa documentación”.

El mejor guiso del mundo
Una vez obtenida la “llave de Europa”, Virginia emprendió un nuevo camino, con destino incierto. Si bien disfrutó y agradeció la compañía de su familia, ella había viajado con un propósito y sentía que debía seguir sola.
Uno de sus hermanos estaba en la Suiza francesa y entonces decidió probar suerte en los cantones italianos de aquel país, para estar cerca de Donato y –a la vez– de su hermano.
Pero el destino la llevó a Grindelwald, un pueblo soñado, entre montañas con picos nevados y lagos turquesas, en la Suiza alemana.
“Una vez que conseguí la ciudadanía me fui hasta Lugano, en Italia. Estaba muy nerviosa, sola y no encontraba trabajo. Al tercer día, me senté en la computadora y empecé a mandar currículums a todos lados. Al día siguiente, me escribieron de un hotel en Grindelwald, diciendo que tenían un puesto para mí”.
El mail era tan preciso, que al principio desconfió. Le mandaban el contrato de trabajo y le pedían que se presentara en el hotel. “Mi hermano me dijo que confiara. Que los suizos son así. Si te dicen que tienen un puesto para vos, entonces es cierto”.
Se subió a un tren rumbo a su nuevo empleo, mirando por la ventana el verde de los Alpes, el blanco de los montes nevados y el turquesa de los lagos cristalinos. Algo le decía que iba por buen camino.
El hotel estaba a pasos de la estación, en un lugar soñado. “Yo no hablaba alemán, no hablaba inglés. Justo se iban dos españoles y necesitaban a alguien que maneje el castellano. Con el tiempo me hice amiga de un chico eslovaco y otro griego. Eso me ayudó a aprender inglés”.
Allí se quedó, desde hace más de un año, trabajando y viajando. Junto con su novio húngaro, planea un nuevo destino. Tal vez pase unos meses en Argentina y luego parta rumbo a Australia, en busca de una oportunidad laboral que se abre para jóvenes de hasta 35 años.
“El otro día hicimos en el hotel un guiso de lentejas y me acordé de los domingos en mi casa, en esa mesa con barullo y tanta gente. Amo viajar y me siento a gusto en Suiza. Pero aquí todo el mundo come a las 18 y a las 21 está durmiendo. Todo funciona perfecto, siempre y cuando no te pases de la línea. Cuesta un poco cuando estás acostumbrada a otra cultura. Se extraña el país, las juntadas. Creo que a todos nos pasa lo mismo”.
Vir va sumando banderitas en su mochila cada vez que visita un nuevo país. Graba paisajes en su retina y extraña a su Argentina, en especial, en fechas clave, como el cumple de su sobrina.
