La línea delgada entre el consumo problemático y la rotura de las redes sociales es una realidad que afecta cada vez a más cordobeses. La droga no discrimina edad ni sexo: se consume desde etapas muy tempranas y aumenta la cantidad de mujeres.
En ese contexto el “pipazo” va ganando terreno. Ya salió de las periferias y extendió a los barrios de la Capital y agravado por la crisis económica y el corrimiento del Estado.
Pero, ¿qué es el pipazo o paco? Se trata de una droga de efecto rápido, duración fugaz y muy adictiva. Su ingrediente principal es el clorhidrato de cocaína “cortado” con otros componentes.
Para quienes lo consumen la recuperación es difícil sobre todo si no cuentan con lazos familiares.
Pese a este panorama desolador existe una red de contención preparada para ayudar: los referentes barriales que trabajan multidisciplinariamente en los territorios ofreciendo tratamientos, reconstruyendo el tejido social y generando confianza.
Refugio para la contención
Uno de los espacios referentes en los barrios es “Fundación Alegría Ahora”. Desde hace 25 años trabaja en Bella Vista, Güemes, Observatorio y zonas aledaños. Allí, también funciona una escuela multigrado para estudiantes desde los 13 años.
Mónica Lungo, educadora popular y creadora del lugar, dijo a La Voz que el consumo de “pipazo” es “impresionante” y que su expansión se debe a que es una droga muy barata y de efectos potentes.
“La situación es dramática porque ya lo consumen chicos de 10 o 12 años, cuando antes comenzaban a los 13 o 14. Desde alita, marihuana, pastillas hasta el pipazo, que es lo más grave”, expresó.
El trabajo de Mónica y su equipo no solo incluye el apoyo escolar sino también implica ser un refugio, un comedor; un lugar dónde dormir o bañarse y realizar actividades recreativas o aprender un oficio, además de contener los graves problemas que ocurren en la zona.
“Este último año y medio es llamativa la cantidad de personas que venden drogas en los barrios. En un contexto donde no tenés trabajo, donde pasás hambre, y no hay futuro. Es la salida laboral más rápida y una forma de sobrevivir”, agregó.
Según contó la referente la cantidad de personas que se acercan a pedir comida creció, incluso muchos de los estudiantes se desmayan de hambre. “Hacía mucho que eso no pasaba”.
Desde una mirada territorial también remarcó el corrimiento del Estado que “deja desamparada a miles de personas” y lleva a naturalizar el hambre y la violencia.

“Nos están imponiendo un mundo en el que la droga ocupa el primer lugar en el barrio. Todos los días nos damos un abrazo porque sabemos que tendremos que enfrentar situaciones difíciles como ver a la gente amada consumiéndose de una semana a la otra”, manifestó.
Al oeste de la ciudad, en barrio Los Robles, Red Puentes funciona como un espacio de abordaje comunitario para atender el consumo problemático de la zona. Mariela Rivero, trabajadora social de la organización, expuso que hoy lo más difícil de su trabajo es resolver los problemas que rodean la adicción.
“Cuando se trabaja sobre el consumo también hay que atender otros problemas que se abren: violencia de género, emergencia alimentaria, falta de acceso a la salud y la pobreza estructural”, explicó.
Además destacó que los espacios comunitarios, en general, están con dificultades económicas para seguir funcionando. “Todas las instituciones estamos en la misma”, sentenció.
Acompañar desde la fe
El padre Pablo Viola, titular de la Pastoral de Adicciones de la Iglesia Católica de Córdoba y otro referente territorial importante, manifestó a este medio que aumentó la población que necesita asistencia agravado por la situación económica y la falta de trabajo.
“Hay un antes y un después del coronavirus: Estamos frente a una pandemia de adicciones. La venta y el consumo de drogas es evidente, ya ni siquiera hace falta ir a los barrios periféricos”, sumó.
Para contrarrestar esta “pandemia”, Viola trabaja desde su parroquia “Jesucristo salvador del mundo” con los Hogares de Cristo que albergan a más de 200 personas en un circuito para varones y otro para mujeres en los barrios Comercial, Suárez, Mirizzi, entre otros.
Se trata de uno de los espacios más grandes de recuperación en adicciones de la provincia. Quienes son asistidos allí pasan por un proceso con varias etapas que puede durar hasta un año.
“La droga es de un acceso libre y está despenalizada de hecho. Hay dos o tres kioscos por cuadra, entonces la demanda se alienta desde la oferta. Los chicos crecen viendo esto, muchos desde que nacen. Se están produciendo transformaciones muy serias en el sistema, es gravísimo”, comentó.
Otro ejemplo de abordaje desde la religión es la iglesia “Cita con la vida” que cuenta con los programas “Libertad”, “Corazón sano” y “GPS Bienestar”.
La psicóloga Aldana Dorado y la teóloga pastoral Marcela Regina explicaron que estos programas abordan la problemática desde la espiritualidad con la especificidad técnica de la psicología cognitiva y la neurociencia
El trabajo es ambulatorio con estrategias como el acompañamiento a la familia, actividades físicas, teatro, reinserción laboral, entre otras. En sus 18 dispositivos la demanda crece año tras año. Con estas iniciativas logran que las familias se involucren en el tratamiento de los adictos.

“Hay un vacío existencial en la sociedad. La soledad, el abandono, las familias disfuncionales son un detonante para el consumo. Ante la ausencia de lazos sociales, la iglesia brinda una respuesta clave para encontrar un propósito y una comunidad”, señaló Dorado.
A la vez, Regina agregó: “La adicción es una bomba de tiempo, con un deterioro altísimo a nivel cognitivo en el cerebro y en las emociones. Por eso la agudeza en la impulsividad, en el descontrol y en el factor de riesgo”.
Ambas coincidieron en que el consumo es tan grave que la cocaína es “un plato más de la sobremesa en Córdoba”. Sin embargo, prima la negación y el no pedido de ayuda por lo que deciden tratarse solo cuando “tocan fondo”, es decir, cuando sufren una sobredosis, quedan presos o conviven con la violencia.
Barreras de acceso femenino
Los referentes barriales concuerdan en que hay mayor consumo en las mujeres, pero a la vez son las que experimentan más barreras en el acceso a los tratamientos. “Al estar desbordadas la droga es un recreo del cual no vuelven más. Una de las consecuencias de esto son las infancias desprotegidas”, reveló Lungo.
En ese sentido, Viola planteó que la realidad de las mujeres adictas es más compleja que la de los varones que “se desligan” de los cuidados. “En cambio la mujer debe pensar en los hijos. También está expuesta a la prostitución, a la trata, a la mirada de las familias que es más severa. Esto les dificulta tomar la decisión de tratarse”.

Y agregó: “Los casos Brenda Torres y Micaela Bastos son un síntoma de lo que se está viviendo. Más allá del dolor, debemos reconocer que hay un problema emergente que no estamos atendiendo correctamente”.
“Son las que menos piden ayuda porque cargan con la obligación de la familia. De 40 personas que consultan solo tres o cuatro son mujeres. Además tampoco pueden dedicarle tiempo al tratamiento”, declaró Regina.
En esa línea, Rivero remarcó que el consumo en mujeres está invisibilizado: “No dicen que tienen un problema de adicción porque eso genera estigma. ‘¿Cómo una mujer puede consumir? Eso está relegado a los varones’. Y las tareas de cuidado no le permiten disponer del mismo tiempo que los hombres para el tratamiento”.
A pesar de ello, la especialista observó que son las mujeres las que sostienen más los procesos de recuperación que los varones. “Recaen menos. Supongo que es por las presiones sociales, tienen que volver a cuidar y entonces se mantienen sobrias”, aseguró.
El rol de los referentes territoriales
La socióloga Ana Busch, especialista en salud social y comunitaria, afirmó que el consumo de algún tipo de sustancia que provoque estímulos no es novedoso sino que es parte del ser humano.
“Vivimos en una sociedad de consumo. La adicción o la dependencia es apenas una arista de los consumos problemáticos y no solo hablamos de sustancia sino de cualquier conducta como el uso del celular”, remarcó.
Para la profesional lo que está ocurriendo es producto de la desigualdad social, la exclusión, la ruptura de lazos, el aislamiento, la falta de trabajo y las formas de vida que adoptan las sociedades. Por eso la solución está en reconstruir el entramado social, recuperar los lazos sociales, los tratamientos comunitarios y los cuidados integrales.
Como capacitadora, Busch se enfoca en desarrollar herramientas de escucha y acompañamiento y desestigmatización para trabajar en el territorio.
Además, fomenta una mirada integral para evitar las recaídas, no solo centrarse en la sustancia sino también en la historia de vida de la persona; el contexto en el cual se desenvuelve y lo que la lleva a consumir.
“Hay que prestarle atención al ”pipazo" para intervenir más rápido, antes de que la persona tenga un deterioro irreversible”, manifestó.
Trabajo en red para contener
Lucas Torrice, subsecretario de Salud Mental y Adicciones municipal, reconoció que en Córdoba existe una emergencia en materia de salud mental de adicciones. Y por eso el desafío estará en diseñar nuevas estrategias para que los servicios de salud lleguen a las personas que más lo necesitan.
Para ello, el municipio cuenta con cuatro centros municipales y cuatro centros cogestionados.
“Sin una red de contención no es posible ningún tratamiento. Por eso, la Ciudad apuesta no solo a crear centros con equipos interdisciplinarios y lugares con internación, sino también a incluir a las organizaciones comunitarias porque el Estado solo no alcanza”, mencionó.
Torrice remarcó que la adicción al “pipazo” no es la más masiva, pero sí la más compleja en términos sociales y sanitarios. Además, refirió que en los últimos 10 años pasó de estar en algunos barrios de la ciudad a tener presencia en toda la periferia capitalina.
“No es lo que más se consume, pero el deterioro físico que provoca es tan dramático que este consumo se hace más visible: genera situaciones de calle, enfermedades como la tuberculosis, adelgazamiento extremo, entre otros”, describió.
Una obra de recuperación
Guillermo Sánchez es un ejemplo de superación de adicciones. Fue adicto desde su niñez y en 1999 logró “salir” del consumo problemático con la fe como estandarte.
“Estaba perdido en las adicciones. Probé alcohol, marihuana y empecé en la venta de drogas. No había bailes en donde no me peleara y siempre terminaba preso. Entonces, vivía en el barrio Bialet Masse”, relató.
Abrumado por la situación —narró—encontró a Dios. ”Tuve un encuentro con él en mi habitación y desde ahí nunca más volví atrás”.
Después de esto se acercó a la iglesia “Cita con la vida”, conoció a su esposa y tuvo dos hijos que lo acompañan en su tarea diaria de transmitir la fe.
Tiempo después estudió periodismo y escribió varios libros sobre su historia. Desde 2009 comparte su testimonio de vida, a través del teatro con la obra “Muchacho de barrio” donde actúa como “El sopa”, y en redes sociales.
“En la obra se puede ver a una madre que sufre por su hijo que está perdido y una barra de chicos en una esquina. Es graciosa, pero a la vez deja un fuerte mensaje de prevención. La presentamos en el teatro Real y aunque nos fue muy bien nuestro lugar es en las villas”, contó.
Con “Muchacho de barrio” recorrió más de 250 barrios de Córdoba, otras provincias, cárceles, teatros, plazas, entre otros lugares. En ella también participa su familia y un total de casi 30 personas, entre ellos exconvictos.
“Estoy sano. Y quiero enviar este mensaje a los jóvenes: se puede salir de las drogas, del alcohol, del vicio. Con Jesús se puede, tienen que buscar la ayuda de Dios”, cerró.