En un primer momento, tranquilizan los resultados de los análisis preliminares del aire y del suelo en el megabasural de donde surgieron las emanaciones de gases con olor a “coliflor hervido” que inundaron la ciudad de Córdoba varios días en la semana que pasó. Las sustancias encontradas no tienen peligrosidad o representan una muy baja toxicidad.
El disulfuro y y el trisulfuro de dimetilo, los compuestos azufrados encontrados en el aire y que eran los responsables del olor, son irritativos, pueden causar alguna molestia en la piel, pero tienen baja peligrosidad. Y las muestras de suelo para evaluar la presencia de contaminantes nocivos “arrojaron resultados por debajo de los límites máximos permitidos en la Ley de Residuos Peligrosos”, marcaron desde el municipio.
No hay nada tan raro en este basural odorífero. No se encontró un material específico al que culpar.

En un segundo momento, eso es lo que puede perturbar.
El olor a “coliflor hervido” pudo provenir de una reacción a la quema en el basural de materiales tan diversos como restos de alimentos vegetales o animales, residuos industriales, agroquímicos, descarte de productos procesados y hasta rezagos plásticos.
Esa carga de materiales está presente, y en gran cantidad, en los 98 megabasurales consolidados de la ciudad de Córdoba. Y también en gran parte de los micro y mediano basurales que proliferan en distintos sectores capitalinos, algunos del tamaño de un lote baldío o una casa abandonada; otros, de una manzana o más de extensión.
En cada uno de estos sitios hay cantidades importantes de esa mezcla de materiales que se parece a la olla de una bruja. La alquimia puede volver a producir, en cualquier momento, nuevas bocanadas de olores a “coliflor hervido” o hedores mucho más agresivos y eventualmente tóxicos.
Los materiales orgánicos que se acumulan en los basurales son grandes generadores de gases con carga combustible. No hace falta mucho para que se incendien, especialmente en épocas de mucho calor. Pero hay otra explicación a las recurrentes quemas que están teniendo en invierno los megabasurales capitalinos. Y tiene vinculación con una crisis que corre en paralelo a la explosión de los tiraderos, que es el desplome de precios de los materiales reciclables. Ya casi no es redituable para los recuperadores urbanos juntar cartón, chatarra y plástico. Lo único que sostiene valor es el cobre, que se encuentra en la “minería urbana” a partir de rollos de cables. Pero nadie se toma el trabajo artesanal de retirar con trincheta la cubierta de plástico que recubre los hilos de cobre: la forma de separar el mineral es mediante la quema del rollo. Este es el origen de muchos fuegos intencionales en espacios como el que se hizo famoso por el olor a coliflor.
El fiscal Raúl Garzón ya imputó al dueño de un megatiradero, el de Roque Arias; y espera que el municipio identifique con nombre y apellido a quien sería la persona propietaria del basural oloroso cercano al Aeropuerto. La Municipalidad promete intensificar los allanamientos a los basurales, para cargar luego los costos de la limpieza y de las multas a los dueños.
Pero estas amenazas de castigo parecen de bajo impacto para la escala del problema, que se beneficia de una baja preocupación ciudadana por el tema mientras las calles no se llenen de bolsas sin recolectar, y que tiene además a una multiplicidad de actores de un submundo de negocios asociados.
Porque sin querer ver fantasmas... que los hay, los hay. Desde transportistas ilegales a administradores privados de tiraderos que cobran por descarga en predios que tienen ocupados, algunos hace décadas.