Cuando alguien está en plena crisis emocional, ya sea por enojo, tristeza o miedo, lo más común (pero menos efectivo) es decirle: “Calmate”. Se hace con buena intención, pero según los expertos esta palabra tiene un efecto contraproducente.
En lugar de calmar, esa orden potencia la emoción que el otro está sintiendo. ¿Por qué? Porque no sólo no la valida, sino que la invalida y bloquea su expresión natural, que es clave para la salud mental.
El error de querer controlar lo que el otro siente
El problema está en que muchas veces el “calmate” no sale de una verdadera preocupación, sino del miedo a no saber qué hacer frente a la emoción ajena. “Queremos que el otro se calme para no tener que lidiar con su enojo o su tristeza”, explica Flavio Calvo (MN 66869), psicólogo clínico y autor.
Pero las emociones, incluso las que llamamos negativas, son necesarias. El enojo bien canalizado permite poner límites. El miedo protege. La tristeza ayuda a procesar pérdidas. Si no se las deja fluir, pueden mutar en emociones menos sanas, como la ira, la apatía o incluso la depresión.
Qué hacer en lugar de pedir calma
Validar es la clave. No se trata de dar consejos ni de encontrar soluciones mágicas, sino de abrir un espacio de escucha y acompañamiento. Frases como:
- Te escucho
- Estoy acá con vos
- Es válido lo que sentís
- Contame qué te está pasando
Estas expresiones no intentan frenar la emoción, sino darle lugar. En algunos casos, incluso, lo mejor es guardar silencio y solo estar, sin presionar, sin intervenir.
La salud emocional empieza por permitir sentir
Calvo concluye que uno de los pilares de la salud mental está en la congruencia entre lo que sentimos y lo que expresamos. Por eso validar nuestras emociones y las de los demás no es sólo un acto de empatía, sino también de autocuidado.
Lo mejor es escuchar, acompañar, validar. Porque en el fondo, todos necesitamos lo mismo: sentirnos comprendidos, no juzgados.