El debate sobre cómo Córdoba debe mitigar sus fuegos suele durar hasta que las llamas se apagan y la emergencia se enfría. Después sale de agenda, incluso de la sociedad, hasta que otros fuegos vuelven a calentarlo.
Los expertos en Argentina (y en otros puntos del mundo que también, cada año, se queman) advierten que los incendios forestales son cada vez más difíciles de apagar. En buena parte, lo adjudican al cambio climático. Los bomberos hablan de un fenómeno de “fuegos explosivos” o de “sexta generación”, para graficar su creciente agresividad.
Si los fuegos son cada vez más difíciles de controlar, la estrategia central –también en todo el mundo– pasa a ser la de prevenirlos para que no se inicien.
Para prevenir, todos apuntan a empezar por más educación y concientización, necesidad agudizada en Córdoba ante la cantidad de gente, y de viviendas, que se van sumando a las zonas de riesgo. Si el 95% de los inicios son paridos por negligencia o intención humana, la alarma se agranda con cada vez más humanos instalados en áreas complejas.
Otra clave es la detección temprana. En ciertas condiciones climáticas, sólo se controlan los focos a los que se llega apenas fueron iniciados. En buena parte, eso viene ocurriendo en Córdoba: en los meses de mayor riesgo, hay cuarteles de bomberos que cuentan varias salidas diarias, ante las decenas de focos que cada jornada se prenden en el mapa provincial y no son noticia. Los que se escapan son el gran problema.
Durante años, la detección temprana dependió de bomberos vigías: voluntarios que se apostaban a mirar que no apareciera humo en sus horizontes cercanos. En los últimos años, ese esquema se desarmó; en algunos cuarteles se sostiene más que en otros.
Mientras, la tecnología aporta hoy datos de imágenes satelitales de fuentes de calor en tiempo real y existen cámaras que detectan la presencia de humo a 50 kilómetros (Córdoba tiene cuatro desde el año pasado, pero podría avanzar con muchas más).
Podrían combinarse los tres sistemas, apuntan varios entendidos.
Pero, por cierto, una vez detectado un humo, hay que llegar y extinguir. Y en el mapa cordobés hay lugares de complejo acceso de manera rápida.
Por dónde entrarle
Todo se complica más cuando, a cables caídos y negligencias varias, se suma la asombrosa realidad de fuegos iniciados por manos intencionadas para provocar daños. Contra eso sólo queda la acción judicial efectiva, pero que demanda a la vez respuestas que resulten creíbles.
Pedro Jaureguiberry, un investigador cordobés reconocido en el mundo y especialista en “ecología del fuego”, marca dos pautas de prevención relevantes. Una, que de una vez municipios y Provincia se comprometan a una mejor planificación y control sobre el avance de viviendas y radicaciones en zonas serranas de alto riesgo de fuego. Otra, que se estudien bien las causas de todos los inicios: saber cómo empezaron todos los fuegos ayudará a fijar mejor las prioridades para prevenirlos.
Si de causas se trata, una sospecha recorre desde hace años las líneas de fuego y enturbia el debate. Es la que supone que, al menos en algunos sitios clave, manos interesadas los inician para propiciar que allí desaparezcan los montes y se pueda lotear o cultivar.
Una ley provincial se aprobó en 2010 para evitarlo, al prohibir que si una zona roja de bosque se quema pueda cambiar allí el uso de suelo. Ese avance es cierto. Pero mucho ayudaría que el Estado sepa y quiera controlar que años después de un incendio efectivamente ese criterio se cumple. ¿Se sabe si hay monte renovado en todos los focos que hace 10 años los tenía?
Antes, durante, después
Casi nadie discute en Córdoba con razonabilidad el trabajo durante los incendios. Hay equipamiento, estructura, conocimiento y, sobre todo, miles de bomberos voluntarios dispuestos y capacitados.
Pero cada año de fuegos entra en discusión el antes y el después.
El antes, para acentuar la prevención. Y el después, para remediar no sólo el daño económico, sino el enorme impacto ambiental acumulativo que los cordobeses heredamos de las llamas.