Durante décadas, los hisopos de algodón fueron un elemento habitual del botiquín doméstico y se usaron de manera casi automática para la higiene del oído. Sin embargo, médicos y especialistas en salud auditiva desaconsejan esta práctica desde hace años, ya que no solo no limpia como se cree, sino que puede generar el efecto contrario.
Lejos de eliminar la cera, introducir un hisopo en el conducto auditivo suele empujar el cerumen hacia el interior, lo que puede provocar tapones, molestias e incluso lesiones. Además, los expertos recuerdan que estos productos nunca fueron diseñados para ese fin.
No fueron creados para limpiar el oído
El hisopo de algodón moderno se remonta a comienzos del siglo XX y su invención se atribuye a Leo Gerstenzang, un empresario polaco-estadounidense. La idea surgió al observar cómo su esposa colocaba algodón en pequeños palillos para limpiar zonas delicadas de su bebé.
El producto se comercializó inicialmente como una herramienta para el cuidado infantil y la higiene externa, no para introducir en el oído. Con el tiempo, su uso se popularizó para la limpieza del cerumen, pese a que nunca fue su función original.
Hoy, incluso marcas históricas asociadas a estos productos aclaran en sus envases que no deben utilizarse dentro del conducto auditivo y que están pensados para limpieza externa y tareas de precisión.
Por qué los médicos los desaconsejan
Especialistas citados por distintos medios científicos coinciden en que los hisopos no extraen la cera, sino que la compactan contra el tímpano. Esto puede generar sensación de oído tapado, disminución temporal de la audición y, en casos más graves, perforaciones o infecciones.
Además, el cerumen no es suciedad. Cumple una función protectora: atrapa polvo y partículas, lubrica el canal auditivo y actúa como barrera frente a bacterias y otros agentes externos. El oído, de hecho, cuenta con un mecanismo natural que expulsa el exceso de cera hacia el exterior sin necesidad de intervención.
Entonces, ¿para qué sirven?
Tienen múltiples usos seguros fuera del oído, precisamente aquellos para los que fueron concebidos. Funcionan como aplicadores suaves y precisos en tareas cotidianas que requieren detalle.
Entre sus usos más habituales se encuentran la limpieza de ranuras de teclados y pequeños recovecos, la eliminación de polvo en rejillas de ventilación o dispositivos electrónicos, la corrección de maquillaje, el retoque de esmalte de uñas y la limpieza delicada de lentes, sensores o puertos de carga.
También se utilizan en manualidades para aplicar pegamento o pintura en zonas pequeñas.
Son cruciales en medicina para tomar muestras biológicas (fauces, heridas) para diagnóstico.

Cómo debe hacerse la higiene del oído
La recomendación médica es clara: no introducir objetos en el oído. La higiene debe limitarse a la parte externa, limpiando suavemente el pabellón auditivo con una toalla o una gasa, por ejemplo después de la ducha.
Ante acumulación de cerumen o molestias persistentes, los especialistas aconsejan utilizar soluciones específicas indicadas por profesionales y evitar remedios caseros invasivos. En caso necesario, lo indicado es acudir a un otorrinolaringólogo para una limpieza segura.
Si algo cabe dentro del oído, probablemente no debería estar ahí.




























