Un cuadro se asoma detrás del escritorio en la oficina del arquitecto Marcelo Gutiérrez. Dentro del marco, dos mujeres sonríen mirando a cámara, con los mismos ojos achinados que aparecen en la cara de su padre cuando habla de ellas, cuando toma la foto y la muestra orgulloso: son Catalia y Lucía.
“Los hijos son lo mejor que le puede pasar a una persona”, dice Marcelo. Lucía llegó a su vida en 1998 para iniciarlo en el camino de la paternidad. Comparten los deportes, el fútbol, el carácter. Hoy, también comparten la pérdida.
Catalina hubiese cumplido 22 años en febrero. La menor de los Gutiérrez estudiaba Arquitectura y, como su padre, amaba la música y la fotografía. “Yo tenía una forma especial de hablar con ella”, recuerda Marcelo.
Néstor Aguilar Soto fue condenado por el femicidio de Catalina el 18 de marzo de 2025, siete meses después del crimen.
Tres meses más tarde, Marcelo Gutiérrez reflexiona sobre el amor a sus hijas, los recuerdos, lo que permanece. Toma nuevamente el cuadro con la delicadeza con la que se toma un tesoro. Lo devuelve a su lugar, en la mesita a su lado, y empieza a hablar.

Lucía y Catalina: los espejos
Marcelo Gutiérrez creció en Achiras, al sur de la Provincia de Córdoba. En los veranos de turismo y peñas aprendió a tocar la guitarra y cantar para los amigos. Ahí conoció a Eleonora, su esposa. Ahí empezó el sueño de la gran familia.
Hijo de quien fue intendente de su pueblo durante 16 años y hermano de tres, comenta que en su familia “las mujeres tienen varones y los varones tienen mujeres”, dos cada uno.
Dos cada uno. En su caso, Lucía y Catalina que son espejos de dos partes de su personalidad.
“Todos decían que con Catalina éramos muy parecidos, quizás no en lo físico, pero sí en los gestos, en las formas. Era muy pícara, y yo de chico era bastante travieso. Era el payaso de la familia, y Catalina era un poco así”, rememora Marcelo.
También comenta que Lucía, su hija mayor, le ha dicho más de una vez: “Yo soy como vos, papá”. En la pandemia, el arquitecto con pasión por la música cantaba para los vecinos de la cuadra desde la puerta de su casa. En una ocasión un control policial quiso interrumpirlo y padre e hija respondieron con el mismo carácter. “Se puso furiosa”, evoca entre risas Gutiérrez.

Los recuerdos y la música
Los Gutiérrez compartieron el amor por la música. “Las dos eran muy afinadas y cantaban muy bien. Lucía, más tímida; Catalina, más caradura, más desinhibida”, dice.
Comenta que Catalina “se enganchó más”. Se propuso tocar la guitarra y a los 15 días lo logró. En sus redes sociales, la joven publicaba videos cantando sola y, en ocasiones, acompañada por su padre.
Además, aparecen en la memoria los conciertos: el de Gustavo Cerati en el Orfeo, el de Paul McCartney en Argentina. El de María Becerra en 2024, el último al que asistió la familia completa, antes del femicidio de Catalina.
“Haber perdido un hijo es algo que lo llevás siempre, no hay forma de borrarlo. Es como que perdés el miedo, y ya no existe algo peor. Es otra vida”, cuenta Marcelo.
Por un momento, se queda callado. “Estoy tratando de retomar con la música porque me cuesta cantar ahora”, confiesa.

Tinta y homenajes
Los ojos de Marcelo brillan cuando presume de la complicidad que siempre tuvo con sus hijas. Cuenta que siempre fue el primero en la casa en saber sobre sus nuevos tatuajes, y que incluso alguna vez las acompañó al estudio donde se los hacían.
El arquitecto se levanta la manga de la camisa y muestra la tinta en su antebrazo. El diseño reza “Catalina”, acompañado por un ala de ángel. El par faltante se encuentra en el tatuaje gemelo que Lucía comparte con su padre.
“Fui al lugar del que era el tatuador de las dos y le dije que lo quería en el mismo lugar que Lucía. Lo hice por dos motivos: por Catalina y por Lucía, por lo que significan para mí”, explica Marcelo.

Cómplices
En algún viaje familiar camino a Achiras, en la radio del auto, empezó a sonar una canción que a Marcelo le pone la piel de gallina. “Fuimos cómplices y extraños/ fuimos más que mil abrazos/ y hoy estoy aquí sin vos”, se escuchaba en los parlantes.
Emocionado por la letra, miró a su alrededor para encontrar a su esposa e hijas conmovidas. “Terminamos los cuatro llorando y ellas no sabían por qué”, dice el hombre.
Ha pasado el tiempo y ahora Cómplices, la canción del grupo Ahyre, tiene un nuevo sentido para él. Según comenta, está planeando que sea su regreso a la música, su reconciliación con el canto.
En el primer Día del Padre sin Catalina, la canción se hace presente resignificada: “Ya ni sé cuánto te extraño/ y las noches duran años/ largos años sin tu amor”.
Marcelo apaga la música y sonríe. Siempre sonríe.