El punto de reunión es la casa de la abuela Marcelina. Allí, en la mesa donde suelen compartir comidas y charlas, abuela, madre e hija comparten sus experiencias laborales, dentro y fuera del hogar.
Como un ejemplo vivo de las diferencias generacionales, y del incremento en el mundo laboral, Marcelina Torres (86), su hija Norma Mamaní (63) y su nieta Ruth Leyva (31) reconocen los sacrificios de la vida de la mayor y celebran los avances en materia de derechos para las mujeres.
“Fui ama de casa desde que tengo recuerdos. Soy la cuarta de 13 hermanos. Nací en Formosa y a los 18 años nos fuimos a vivir a Salta. Trabajábamos en el campo, ¡hacíamos tantas cosas!”, recuerda Marcelina, quien se casó a los 19 y se fue a vivir a Monte Cristo, localidad ubicada a 30 kilómetros al este de la ciudad de Córdoba.
Marcelina tuvo cuatro hijos, entre ellos a Norma, y dedicó su vida a su cuidado y a las tareas del hogar. No había otro rumbo posible para una mujer: “Cocinaba, cuidaba a los chicos, tejía, cosía y bordaba”. Hoy hace estas últimas tareas como un hobby, además de pintura y de una salida que la entusiasma en particular: ir al casino.
Fue de las primeras generaciones de mujeres en ejercer el voto, aunque, recuerda, su padre le daba la boleta que debía poner en el sobre. Luego su marido le decía a quién votar. Él participaba de la vida política.
Con los años, gracias a la moratoria destinada a las amas de casa, pudo obtener la jubilación mínima.
Norma reconoce el trabajo de su madre y cuenta su historia: “Cuando era chica, dejé el secundario en tercer año y me dediqué a ser podóloga. Luego me casé y cuando tuve hijos, debí dejar”. Norma tuvo mellizas, entre ellas Ruth, y al año llegó otro hijo. Las tareas de la casa se multiplicaron en poco tiempo y ella asumía casi la totalidad de esas tareas. Estaba preparada, en su casa con su hermana ayudaban en las tareas del hogar, “¡incluso les teníamos que tender la cama a mis hermanos varones!”, se inquieta.
“Recién cuando mis hijos comenzaron el secundario, yo terminé el mío y estudié podología. Me abrí un gabinete con una colega y también iba a domicilio”, recuerda. Hoy, ya jubilada, le gusta hacer pintura, baila folklore y cuida a su nieta, hija de Ruth, mientras esta trabaja o estudia.
Al consultarla sobre su participación política, Norma recuerda que militó en el PJ muchos años, siguiendo el legado de su padre, aunque con el tiempo fue mermando su participación.
Hoy ve con otros ojos las elecciones de sus hijos y celebra los cambios culturales. Dice que la “hace feliz” ver a sus hijas mujeres dedicarse a lo que les gusta.
Ruth es profesora y licenciada en Educación Inicial y comenzó a trabajar a los 21 años. A los 23 quedó embarazada y tuvo que criar sola a su hija. “Fue difícil, pero el apoyo de mi familia fue fundamental”, y recuerda día a día cómo se repartían con su madre el cuidado de la pequeña Hebe (de 8) para que Ruth pudiera trabajar y estudiar.
Este año se convirtió en directora del jardín donde trabajaba. “Vivo en pareja desde hace seis meses y nos dividimos las tareas. A mí no me gusta cocinar y a él sí, así que nos repartimos bastante las tareas”, asegura. Mientras mira a su abuela y madre, dice: “¡Menos mal que nací en esta época!”, y ríen las tres.
Nacer en esta época no es sinónimo de que esté todo logrado. De hecho, Ruth participó durante años en un movimiento feminista local para prevenir la violencia de género y visibilizar los derechos de las mujeres. En carne propia tuvo que atravesar la crianza de su hija en soledad.
A su vez celebra que hoy muchas mujeres decidan con libertad si quieren o no maternar. “Todavía falta, pero el camino para nuestras hijas es más aliviado”, concluye Ruth.
