Si se esforzó por desmentir que tenía rasgos narcisistas, Néstor Aguilar Soto (22) salió muy mal parado al poner sus pesares en la cárcel y en la consideración social por encima de la suerte de la víctima Catalina Gutiérrez (21) y del dolor de sus familiares.
La esperada declaración del acusado ahora por “homicidio criminis causae” fue un catálogo de quejas sobre sus pesares desde que cometió “el hecho”, como eligió mencionar durante más de dos horas al crimen de quien era su amiga. Volvió a relatar, tal como lo hizo a poco de confesar el crimen, que se había arruinado la vida.
El crimen se produjo en la tarde del 24 de julio del año pasado en la casa del acusado, en barrio Jardín.
“Antes que nada, quiero pedir perdón sobre todo a Catalín (sic)”, fue lo primero que dijo, para proseguir: “No es ninguna noticia que yo soy el responsable de que ella no esté acá”. Fue lo más cercano a una mirada empática que a partir de ese momento abandonó definitivamente.
Enseguida siguió evaluando la consecuencia de “el hecho” que lo dejaba a él sin poder entender por qué cada mañana amanece en una celda. Su “arrepentimiento”, pareció siempre orientarse más a haberse “arruinado la vida” que a hacerse cargo de que cegó una joven vida.
También se excusó señalando que no sabía qué había hecho y no entendía qué le había pasado. Pero enseguida volvía sobre sus preocupaciones: “No sé en qué momento generé esto, de hacer ir a la cárcel a mi mamá”.

Varias veces se quejó de que lo tilden narcisista, pero todo el tiempo se colocó él como víctima.
Luego, siguió con su película personal: “Mi vida era perfecta, era normal, extraño mi vida normal”. Luego se mostró extrañado de estar en una cárcel y se preguntó por qué se había transformado en un “homicida”.
Además de quejarse por los “memes” o caracterizaciones que se hacen de él, como si eso fuera lo central del juicio, aclaró un matiz curioso de “el hecho”: “Sí, cometí un homicidio, pero no lo planeé, ni soy un femicida”.
A lo largo de su declaración, se mostró preocupado por haber sido caracterizado -por los peritos- como obsesivo, manipulador y narcicista, y se preocupó por el trato que recibe de las amigas de Catalina, sus familiares y los medios de comunicación.
Una definición que repitió varias veces es que, ahora “con el diario del lunes”, lo que antes parecía “normal” en el grupo de amigos, ahora era tomado como extraño en su conducta.

Con total falta de respeto por la víctima y sus familiares presentes, contó sin necesidad supuestos detalles de la intimidad de Catalina y se dio “el lujo” de decir que no iba a contar cosas que sólo él conoce.
También fustigó a algunas amigas en común, asegurando que en su momento criticaron a la víctima y “ahora se ponen una remera de Catalina”.
La agresión fatal
“No me justifico en absoluto de nada”, comentó para tratar de explicar “el hecho”, pero dijo que venía estresado desde un mes antes. Dijo que estaba perdiendo el pelo y que perdía peso a raíz de la exigencia de la facultad.
También reconoció que con “Cata” estaban pasando por un momento tenso y la tarde que fue a buscarlo las “conversaciones eran medio cortantes”. Cuando ella llegó “estaba fría la conversación”. Él se demoró y le dijo que iba a cambiarse. La joven le pidió que se apurara y, según él, ella le dijo: “Encima me hacés esperar”.
Siempre según su versión, la conversación subió de tono y él le respondió: “Andate, tomátelas”. Ella, de acuerdo a ese relato le respondió “no podés ser tan pelotudo” y le pegó un cachetazo.
“Yo reaccioné de la peor manera, le respondí con un golpe”, aseguró Soto. Luego, le habría dicho: “Cata, me fui a la mierda”. “Pelotudo, me pegaste refuerte”, le habría respondido la joven, según su relato.
Luego recordó la molestia que él tenía cuando le tocaban el cuello y un juego que tenían sus amigos para incomodarlo. “Me apretó fuerte la nuez, ahí se me apagó la tele”, señaló Soto como para indicar que a partir de ese momento perdió el control. Palabras más, palabras menos, señaló: “Ya no fui más Néstor Soto”.
Luego, describió cómo hizo la toma de asfixia desde atrás, tomándole la cabeza y el cuello y comprimiéndole las cervicales hasta asfixiarla. No gimió ni gritó, dijo en otro pasaje de su declaración.
Lejos de llamar a un servicio de emergencia, comenzó a ver a su amiga como un cuerpo y relató todas las maniobras que hizo para cargarla en su auto. Manejó con el cadáver a su lado, roció el interior con alcohol, encendió una llama, cerró la puerta y se fue.

Aseguró que su intención era quemarse él mismo, pero que no tuvo “los huevos” de hacerlo.
A la hora de encontrarse con sus familiares, disimuló ser el autor y dijo que lloró porque sabía que él era el autor de “el hecho”. Eleonora, la madre de Catalina, se acercó a darle un abrazo y él relató que se sintió consolado, mientras pensaba que era el “causal de esto”.
“Me daba asco, me sentía sucio, asqueroso, una mierda”, completó.
Más adelante, calificó lo que había hecho como “horrible y asqueroso”.
Entre tantas cuestiones, dijo que con casi 23 años era virgen y se molestó cuando los policías le exigieron que confiese si había abusado de Catalina.
Muchos fueron los temas que abordó. Lejos de resultar favorecido, su declaración pareció dejarlo frente al jurado popular de una manera impopular.
Este miércoles será el turno de los alegatos de las partes. Se estima que el viernes se cerraría el debate (con la penúltima y la última palabra) para que el tribunal popular pase a deliberar y dicte sentencia.